Rescate es la palabra de moda de esta temporada otoño
invierno. Para algunos tabú e innombrable, para otros sinónimo de cualquier
cosa, será esgrimida por unos y otros para acusarse mutuamente de haber llevado
al territorio que gobiernan a la ruina. Aclarando un poco las cosas, rescate es
la solicitud de ayuda financiera a un ente superior a cambio de cumplir las
condiciones que ese ente te imponga. Cuanto más pidas más condiciones tendrás,
y cuanta menos confianza generes más difícil será que te presten algo. Es un
préstamo, que se denominó así en el caso griego para que no pareciera algo
malo, y ya ven el éxito que ha tenido el eufemismo.
Rescate es lo que va a solicitar el gobierno de España a las
instituciones europeas a lo largo del mes de septiembre al ver que no podrá
hacer frente a los vencimientos de deuda y compromisos financieros variados que
se agolpan ante la ventanilla del Tesoro. Rescate
es lo que ha solicitado Cataluña al encontrarse la generalitat en un estado de
quiebra técnica y no tener liquidez para garantizar pagos en el mes que
empieza este próximo sábado, y rescate es lo que pedirán el resto de CCAA españolas
que se encuentran en una situación similar a la catalana y que, en algunos
casos lo admiten, en otros lo enmascaran y en no pocos lo ocultan. A partir de
ahí el resto de interpretaciones sobran. Los medios afines al gobierno venden
el rescate como una ayuda con condiciones “blandas” y los afines a la
generalitat alardean de que el dinero que solicitan en el fondo es de ellos y
que no aceptarán condición alguna. Tonterías. Todas las situaciones son la
misma, la que envuelve a un deudor arruinado incapaz de hacer frente a sus compromisos
y a unos acreedores dispuestos a “ayudar” a cambio de contrapartidas, y en
estos casos es el acreedor el que pone las condiciones. Cierto es que a medida
que el volumen de deuda crece el poder del deudor aumenta, a media que su impago
se convierte en un riesgo creciente para el acreedor, pero no nos engañemos,
esa táctica de negociación no es sino una marrullería de esas que tanto nos
gustan a los españoles, pero que vistas por el resto del mundo se asocian a
estafadores y gentes de poco fiar. En muchos de estos casos suele haber, al
final del proceso, acuerdos de quita, en los que los acreedores aceptan
renunciar a parte de su préstamo al ver que la insolvencia del deudor es imparable,
pero, repito, se suelen dar al final, como última opción posible, y una vez
exploradas todas las anteriores, es decir, extraído del deudor todo lo que haya
sido posible. Lo mínimo que se requiere en una situación como esta, de
extremada gravedad para las naciones involucradas y generadora de lógicas
incertidumbres en la ciudadanía de ambas, es altura de miras, seriedad en la
gobernanza, temple y un mínimo de cordura. El ejemplo de la gestión española de
la negociación del rescate es bueno de cara a aprender lo que NO hay que hacer,
pero el caso catalán es de libro, y parece haber sido escrito por un profesor
de matemáticas apasionado de los contraejemplos. Estoy arruinado, pero me presento
chulesco ante la opinión pública solicitando un dinero que necesito como el
aire en los pulmones para sobrevivir, pero me alejo de toda responsabilidad, eludo
mi parte en la culpa derivada de la generación insostenible de esa deuda,
reclamo el dinero diciendo que, en el fondo, es mío, y si te he visto no me
acuerdo. Un perfecto catálogo de malas maneras, formas deleznables y actitud displicente,
puede que de cara a la galería nacionalista, pero que sólo contribuye a acrecentar
la sensación de que España es un país a la deriva en manos de unos
irresponsables en todos sus niveles de gobierno.
Y es que si uno escarba un poco y averigua a que se va a
destinar el dinero del rescate catalán le dan ganas de salir corriendo. Gran
parte del mismo servirá para cubrir intereses y vencimientos de los bonos patrióticos
que emitió la generalitat hace un año, con tipos de entre el 6% y 7%. Una
irresponsabilidad financiera, una locura propia de repúblicas bananeras y
naciones nada serias que la generalitat emitió, los bancos colocaron entre sus
clientes y ningún organismo regulador nacional osó a denunciar como lo que era,
una estafa adornada con señeras y butifarras. Otro ejemplo, y ya van
demasiados, de que además del financiero, necesitamos un rescate social y
moral, pero eso no se ofrece en Bruselas.
1 comentario:
Rescate era un juego de niños... ahora también sigue siendo un juego, con todos nosotros "pillados".
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