Ya ha tenido lugar la ceremonia
de los Oscar de este año 2013, en el que había bastantes películas en
competencia y ninguna de ellas llegaba con vitola de favorita. Argo ha
sido premiada como la mejor, Ang Lee como director por la Vida de Pi, Daniel
Day Lewis como actor por la perdedora oficial, Lincoln, y Jeniffer Lawrence
como actriz por el “Lado bueno de la vida”. Ni “La noche más oscura” ni “The Master”
se han llevado nada, lo que me da pena, porque ambas son obras recomendables y
necesarias de ver.
Y Michael Haneke ha ganado el
premio a la mejor película extranjera por Amor, que pondré sin comillas y
mayúsculas de ahora en adelante por la falta que nos hace. Con esta película me
ha sucedido una cosa curiosa. Fui a verla y me encantó, me conmovió, me llenó. Al
salir, sin embargo, entendí que hubiera gente que no le apeteciera verla porque
lo que en ella se relata, la decadencia de la vida producto de la enfermedad, es
un plato de gusto amargo, y uno los fines de semana busca relajo,
entretenimiento y evasión después de una semana que puede haber sido muy dura,
o muy vacía, que es incluso peor. A todo el que me preguntaba por ella le
advertía que era una película seria, pero muy buena, y le añadía el
calificativo de “necesaria”. Sin embargo en gran parte de mi entorno mucha gente
no quería verla, asustada tanto por la trayectoria del director, excepcional
pero proclive a propiciar golpes impactantes en el espectador, como por el tema
en sí. Afortunadamente las personas que conozco que la han visto comparten mi
impresión, pero creo que va a haber muchas que se la van a perder por el miedo
a pasar ese mal rato, esa angustia. Y créanme que hacen mal si dejan pasar el
tiempo y no ven Amor. Es magnífica. Si la observan desde el lado
cinematográfico tienen ante sí un duelo interpretativo entre dos grandes del
cine francés que componen unos papeles con una precisión y un cariño
excepcional, convirtiendo su presencia en prácticamente un duelo teatral de
enormes proporciones. Pero lo más importante de Amor no es cómo lo cuenta, sino
lo que cuenta, la degradación, la caída en el abismo no deseado empujado por la
enfermedad que, sin avisar, acude a romper la vida de una pareja de jubilados
activos, cultos y encantadores. Esa enfermedad destruye la vida de uno de ellos
y, arrastra a la del otro al abismo. Es muy triste contemplar esa decadencia,
ese inevitable camino al final que no se puede eludir. Quizás mucha gente ponga
reparos a verla porque en su entorno familiar (padres y / o abuelos
especialmente) haya pasado una situación semejante, pero es en esos casos
cuando es más necesario que nunca ir, porque en el fondo creo que esta
película, y desde el mismo título se indica, es un homenaje al cuidador, al que
está junto al enfermo, al que ha vivido la vida con él cuando era joven, adulto
y vital, y ahora, en el final, es cuando entrega su amor verdadero,
desinteresado, puro, limpio e infinito, amor devocional, platónico hasta el
extremo, a sabiendas de que no será correspondido, de que el fruto de la
entrega será la muerte, de que el sacrificio será en vano a la hora de salvar
la vida de la amada, que nadie reconocerá esa entrega, que todo sucederá en
silencio, en la intimidad de una habitación que nadie más comparte. Eso es el
amor con A mayúscula que Haneke ofrece a un espectador que, acostumbrado a una
versión del amor más sexual, liviano, volátil y efímero, puede sentirse
perturbado.
La crítica ha alabado Amor y la
ha encumbrado como una de las obras maestras del autor, creador de otras
grandiosas e, igualmente, perturbadoras, y es de agradecer que la academia de
Hollywood, estandarte habitual de películas muy distintas a esta, la nominase
no sólo a mejor film extranjero, que es lo que ha ganado, sino también a
categorías de primera como la de mejor actriz principal, película y director.
La academia norteamericana no la ha encumbrado al olimpo, hubiera sido muy
rupturista, pero sí ha visto en Amor una historia profunda que le ha llegado al
alma. Véanla, si es posible con su pareja.
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