Sigamos con el asunto de la
renuncia o dimisión del Papa, pero desde una visión muy mundana. Si nos fijamos
un poco lo que ha hecho Ratzinger es totalmente excepcional, no sólo en el
plano histórico y religioso, sino también en el humano y político. Investido de
la máxima autoridad en su mundo, coronado como Rey por los suyos, Ratzinger ha
tomado la decisión más difícil que un hombre poderoso puede adoptar, que es la
de renunciar a ese poder. Utilizar su poder para deshacerse de él, algo
insólito y que requiere mucho más valor que el necesario para encumbrarse en el
olimpo.
Y es que las tres ambiciones que
mueven al hombre en el mundo, sexo, dinero y poder, muchas veces se solapan de
tal manera que la posesión de una de ellas abre las puertas de las demás. En
estos tiempos en los que vivimos es el dinero el gran hacedor, y su tenencia garantiza
poder y sexo a raudales. En épocas pasadas era el poder, el dominio sobre el
territorio y los hombres conquistado mediante la fuerza, lo que otorgaba el resto
de prebendas. Esto es muy fácil de ver si uno se fija en la época medieval, o
sigue la serie de Juego de Tronos. Allí la fuerza bruta y la capacidad de
cortar la cabeza de tus enemigos es lo que te hace mantenerte en el poder. Y
obviamente renunciar al poder es algo que está proscrito, entre otras cosas
porque conseguirlo es el gran objetivo de la vida y por el que se han hecho
todos los sacrificios imaginables. Sin embargo la renuncia del poder es algo que
está en el fondo de muchas novelas e historias, en las que la moraleja
fundamental se basa en que el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe
absolutamente, y la liberación del hombre se encuentra en la renuncia al poder.
Más allá de las obras de Shakespeare, maestras en esta y otras facetas de la
condición humana, y para usar un ejemplo conocido por todos, El Señor de los
Anillos es un libro maestro en este aspecto. Allí el poder maléfico se
encuentra encarnado en ese anillo que todos desean poseer, y buscan con ansia,
pero su portador, al que le ha caído en gracia, desea por encima de todo
librarse de él. A medida que avanza la historia el poder del anillo empieza a
destruir el armazón moral del portador, le contamina, le engaña, le tienta, y
el deseo de poseerlo empieza a anidar en su corazón. Realmente el camino de
Frodo a Mordor es el de la perdición del alma del hobbit ante la tentación del
poder oscuro, y de la lucha que desgarra su interior cada vez con más fuerza. Es
importante notar que ni Frodo al final de la historia, ni Bilbo al principio,
pese a ser personajes nobles, renunciaron al anillo de poder por sí mismos,
fueron forzados por otros, porque el poder ya había arraigado en ellos. Afortunadamente
para ellos acataron el mandato (o no tuvieron más remedio que hacerlo) y no
plantaron batalla, y así salvaron su alma y vida, pero lo que vemos en la vida
real es que nadie renuncia al poder sin luchar por él, sin matar, sin arrasar
el dominio que posee buscando no perderlo. La historia de las cajas españolas
en la crisis financiera muestra hasta qué punto el ansia de poder de sus
dirigentes las ha llevado a la ruina, y la mayor parte de las guerras que
contemplamos hoy en día, Libia el año pasado o Siria ahora mismo, no son sino ejemplos
palmarios de luchas fratricidas por conservar el poder por parte de aquellos
que ya lo han perdido en parte, pero que no son capaces de renunciar a él. El
destino habitual de los que no son capaces de desprenderse del poder, de los
que plantean batalla frente a su destino, suele ser la muerte, cruel y
vengativa, por parte de quienes se lo arrebatan.
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