En una fecha poco habitual,
alejada del inicio del verano al que se asocia, pero metafóricamente dentro del
invierno meteorológico y social que vivimos de una cruda manera, ayer
tuvo lugar la primera sesión del debate sobre el estado de la nación, el más
sustancioso del año, que no el más importante, pero sí el que más expectación mediática
levanta, porque en él se dan los duelos más largos e intensos entre el
presidente del gobierno, el líder de la oposición y el resto de grupos
parlamentarios. Tras varios años en la oposición, ha sido el primero para Rajoy
como presidente y el primero para Rubalcaba como oponente.
¿Y quién ha ganado? Si
normalmente esta pregunta ofrece una respuesta de poco valor, en la situación
actual aún se encuentra más devaluada, pero no rehuiré de la cuestión. Creo que
al salir del Congreso Rajoy lo hizo mejor que cuando entró y Rubalcaba peor, y
curiosamente hubiera esperado un resultado distinto si me hubieran preguntado
por la mañana. Asediado por la corrupción internas, con una economía en estado
comatoso que no responde y un país angustiado, Rajoy subía a la tribuna en uno
de los peores momentos imaginables. Y pese a ello fue capaz de lanzar un
discurso articulado, complejo, con propuestas (que veremos a ver en que se quedan)
y dando la sensación de no verse derrotado. En su intervención de la tarde
Rubalcaba estuvo duro y mordaz, pero se deslizó demasiado por el lado de la demagogia,
y en todo momento gravitaba sobre su discurso la pregunta de por qué no hizo
nada de lo que decía que quería hacer cuando estuvo en el gobierno, hace apenas
un año. Si a eso le sumamos la
puñalada trapera y cruel que el lanzó el líder del PSC catalán Pera Navarro,
sobre la necesidad de la abdicación del Rey, restándole protagonismo y
mostrando descarnadamente las heridas que siguen abiertas en el seno de la
familia socialista, su posición era más débil de lo necesario para afrontar el
debate. De hecho el gran problema que evidenció ayer el debate entre los dos
grandes líderes es que la falta de credibilidad de ambos es inmensa, y sus
propuestas y denuncias por ello son débiles, vacías y llenas de humo. Rajoy
propuso un pacto contra la corrupción y el endurecimiento de la legislación al
respecto, lo que me parece muy bien, pero el PP es incapaz de explicar nada de
lo relacionado con Bárcenas sin que parezca que el portavoz de turno se la esté
pillando con la bragueta de mientras habla. Rubalcaba pide una reforma de la ley
hipotecaria para acabar con los desahucios y la reforma de la constitución,
pero en sus últimos ocho años de gobierno no hizo nada para evitar las prácticas
dolosas de los bancos y si preguntas a cuatro miembros de la ejecutiva del PSOE
te darán, al menos, cinco modelos distintos de estado federal plurinacional
asimétrico descoordinado. Y así es imposible que la ciudadanía pueda confiar en
los mensajes y propuestas que ayer se lanzaron desde el hemiciclo al país. Si
no nos fiamos de nuestros líderes y no creemos en su palabra, cómo esperar que actuemos
ante sus mensajes y proclamas? La crisis de la política española se escenificó
ayer en toda su crudeza, y pese a que el tono del debate fue más elevado y
menso bronco de lo que esperaba, lo que me alivia en parte, creo que pocos
frutos podremos extraer de la sesión de ayer. Ojalá se alcance algún tipo de
pacto anticorrupción pero sería un magro resultado antes los problemas acuciantes
que vivimos.
El resto de intervinientes de la jornada
mostraron perfiles y discursos esperados. Duran y Lleida certificó su ruina político
mejor valorado con un discurso de apoyo a los emprendedores marca de la casa
trufado de reivindicaciones soberanistas, los portavoces de la izquierda plural
fueron muy críticos y duros, y uno de ellos, Coscubiela, se mostró muy
insolidario con el resto al tratar de ocupar el mayor tiempo posible, dando
lugar a una escena muy divertida con el Presidente de la Cámara, Jesús Posada, y
Rosa Diéz, a eso de las 22 horas y con muchísimos escaños vacíos, hizo el discurso
más rupturista, honesto, realmente crítico y sentido de la jornada. Seguro que
no le vio casi nadie.
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