Si no hubiera sido por la bomba
informativa de Benedicto XVI, el asunto más interesante que ha sucedido esta
semana en España y que habría centrado mi atención hubiera sido la
visita de Mario Draghí, el presidente del BCE, y su comparecencia ante el
Congreso de los Diputados, celebrada el pasado Martes. Sin embargo el
anuncio de dimisión papal por un lado, y al nefasta gestión de la comunicación
por otro, impidiendo que la comparecencia fuera pública, ocultaron por completo
el mensaje de Mario y el hecho mismo de su presencia, importante y hasta cierto
punto excepcional.
Draghi es la persona más poderosa
que ha comparecido ante el Congreso de España desde hace años, décadas me
atrevería a decir. Quizás los diputados allí presentes no fueran conscientes de
ello, pero un solo gesto, una frase de Mario dicha de una u otra manera puede
salvar al país o sentenciarlo en la picota de la prima. Y paradojas de la vida,
Draghi tiene todo ese poder sin que haya sido votado jamás por electorado
alguno, representa a una institución técnica cuyo consejo de gobierno es
acordado por jefes de estado de los países de la zona euro y rinde cuentas ante
el consejo de esa institución, y nada más. Comparecencias como las de esta
semana son extrañas, y sirven para que Draghi exprese opiniones, y los
diputados del país anfitrión hagan lo mismo, pero en ningún caso pueden
censurar, reprochar o rechazar las medidas del BCE y su presidente, al menos de
manera efectiva. Así, la figura de Mario Draghi representa el mayor de los
triunfos de lo que podemos denominar como tecnocracia, el gobierno de los técnicos,
los expertos, ajenos a los políticos y al margen del debate electoral y del
sufragio electivo. Si a eso unimos que el estatuto del BCE, su constitución,
declara expresamente al independencia del organismo de los gobiernos del área
euro y la inviolabilidad de sus decisiones y componentes, podemos afirmar que
el BCE es lo más parecido a un Sanedrín, un órgano externo imbuido de poderes
extraordinarios y que contrapesa en todos los sentidos imaginables al resto de
poderes establecidos. No sólo es que esa teoría de los tres poderes de Montesquieu
haya de ser reformulada para incorporar a un cuarto, el Banco Central, sino que
dado que los tres poderes clásicos están dominados por el ejecutivo, directa o
indirectamente, casi podemos hablar de una bicefalia entre gobiernos y Banco
Central. En el caso de los países rescatados, con gobiernos débiles y economías
maltrechas, como es el de España, esa bicefalia es ficticia, dado que el BCE
tiene mucho más poder que cualquier gobierno electo, sea el pasado, el presente
o el futuro. ¿Ha sido esto siempre así? No, pero si responde a un proceso
histórico de paulatina independencia del Banco Central del gobierno para
impedir que este último mangonease en la política monetaria, con objeto de
financiarse sin límite, se dedicara a la creación sin fin de dinero, generando
procesos inflacionarios e inestabilidades muy peligrosas. Esta teoría de la
separación encuentra sus fundamentos en Europa en el estatuto del Bundesbank
alemán, y a partir de ahí todos los países, antes del euro, fueron hacia ese
modelo de independencia y separación. La creación del BCE, un Banco Central que
gobierna sobre una moneda extendida sobre un territorio en el que no hay gobierno
político unificado, supone el sumun de esta idea de independencia. ¿Es igual en
otros países? Sí, pero con matices. Como en el resto del mundo existe una
correspondencia entre el Banco Central y el gobierno, dado que ambos actúan
sobre un único e idéntico país, se dan casos de “presiones” y “colaboraciones”
más o menos intensas.
En EEUU esa relación es cordial, manteniéndose
la separación pero creándose sinergias entre uno y otro poder. En Japón también
era así, pero desde un tiempo existe una corriente política en el país que
trata de acotar la independencia del BoJ, su Banco Central, para que esté al
servicio del gobierno, deshaciendo todo el camino teórico de la separación
desarrollado en el siglo XX. Allí se está librando ahora mismo un pulso muy
intenso e interesante entre los políticos y las autoridades monetarias, y no
está claro quién va a ganar. Pase lo que pase Draghi no se verá afectado a
corto plazo. Su problema, complejo e inmenso, es lograr que el euro sobreviva
en medio de las tensiones que van y vienen, pero que no cesan.
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