El sábado pudimos ver a Mariano Rajoy
compareciendo ante los miembros de su partido, primer error, a través de una
señal televisiva en abierto a todo el mundo, segundo y garrafal error. En ese
acto Rajoy juró que no ha recibido nunca dinero negro, y hasta tres veces dijo
que todo es falso, y que se demostrará. ¿Le cree usted o no? El discurso fue
bueno, consistente y firme, pero apela a la fe del escuchante para que éste
emita un veredicto, se debe creer en lo que se afirma, porque no hay pruebas
que los avalen. ¿Es usted creyente o no? ¿o se declara agnóstico?
En lo que quiero fijarme hoy,
dados los múltiples análisis que se han hecho desde entonces, es en las formas,
impresentables desde todo punto de vista y que me hacen pensar que, si existe
algún encargado de comunicación en Moncloa debe estar contratado por el ala más
dura del PSOE, porque sino es totalmente incomprensible. Habitualmente la
estrategia de comunicación del PP ha sido bastante mala, pero nunca habíamos
llegado a los extremos a los que el marianismo ha osado alcanzar. Ausencia
total de la figura del presidente cuando es requerida, escapismo, ruedas de
prensa sin preguntas y sin respuestas, notas de prensa contradictorias, etc, y
sobre todo, la ocultación del personaje, la pura ausencia de Rajoy de la escena
pública, salvo en actos controlados, protocolarios, de discurso cerrado, aclamativo
y sin riesgo. Ya en la legislatura pasada con ZP, tuvimos un episodio
desastroso de comunicación que mostraba tanto la incompetencia en esa materia
como la cobardía del presidente, que fue su ausencia durante varios días tras
el atentado de la T4 de Barajas, con dos muertos, que sepultó la tregua de ETA
bajo sus escombros y acalló al presidente durante jornadas que se hicieron
interminables. Ahí se acabó ZP para muchos. Pues bien, ante el caso Bárcenas
Rajoy ha adoptado la misma evasiva y cobarde respuesta. Escapismo puro y duro,
y a la hora de dar unas palabras, hacerlo en el formato más retorcido posible.
La imagen de la sala de prensa del PP, en la que un televisor retrasmitía la señal
de la sala de reuniones y los periodistas grababan al monitor era de antología,
o más bien de vergüenza. Por
ello es lógico que hayan proliferado chistes, viñetas y chascarrillos ácidos al
respecto. Supongo que en el ánimo de los responsables de comunicación de
Moncloa (por cierto, que cobren dado el mal trabajo que hacen tiene su mérito) estará
el tratar de no sobreexponer al presidente y no situarle en una posición
incómoda, por ejemplo, una rueda de prensa en la que se muestre vacilante y sin
rumbo. Loable objetivo del subordinado respecto al jefe, pero lo que es obvio
es que en momentos de crisis es cuando el liderazgo, o su ausencia, se
demuestran, y uno puede responder de mejor o peor manera, pero lo que nunca,
repito, nunca, debe hacer es huir. Huir, esconderse, ocultarse tras otros, es
un mensaje en sí mismo, es una señal de debilidad, es el clásico intento de
sacrificar peones y ganar tiempo a la espera de que surjan noticias que calmen
el ambiente, y eso es un error. En las crisis el liderazgo se hace presente,
acierte o no, pero no huye. Asume responsabilidades, y la ciudadanía, al verlo,
se siente representada por aquel a quien ha elegido. En esto los norteamericanos
nos llevan milenios luz de distancia, pero no es necesario hacerlo tan bien
como ellos, me conformo con que no se cometan errores de bulto como el del Sábado,
que generan unas escenas ridículas, inasumibles tanto desde el plano político
como desde el periodístico, que deslavazan la idea de democracia como lugar de
debate, y que, paradojas de la vida, al que más perjudican es al que teóricamente
se pretendía preservar, al propio Rajoy.
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