Era previsible lo que pasó ayer
en la bolsa europea y en las primas de riesgo de los países periféricos. El
resultado de las elecciones italianas nos pegó un castañazo de los gordos y los
descensos de unas y aumentos de otras acabaron por configurar una jornada negra
teñida de rojo. Sin embargo quiero hablarles hoy de un concepto, el de la
guerra de divisas, que desde hace un par de meses ha cogido bastante auge y
merece la pena ser analizado. Qué es, existe realmente y nos viene bien o mal
son cuestiones que, pese a su complejidad, debiéramos tener claras para
afrontar este problema, otro más, surgido de la persistencia de la crisis. Y
como todos la niegan, haberla hayla…
Una guerra de divisas es un
proceso en el que una serie de países empieza, de manera declarada u oculta,
una carrera de devaluación de sus monedas con objeto de que sus exportaciones
sean más baratas y así poder quitar mercados a los competidores. Recordemos que
desde hace varias décadas vivimos en un complejo sistema de flotación de las
divisas en las que su valor se obtiene en función de la oferta y demanda de las
mismas en un mercado abierto y transparente. Hay excepciones, la más
significativa es la de la moneda china, el yuan, que no cotiza, pero el resto
sí lo hace, en un régimen que se denomina “flotación sucia” y lo de sucia viene
de las posibles manipulaciones que puedan alterar la flotación del mercado.
Devaluar es empobrecerse frente al exterior, pero ayuda a vender más fuera, y
en una situación como la actual, en la que la crisis se ha vuelto endémica en
ciertas zonas, especialmente Europa, y el crecimiento internacional es débil,
la tentación de competir vía devaluaciones es muy intensa. El nuevo gobierno
japonés ha sido el primero en llevar a cabo esta táctica, de manera muy
descarada y pública, con incluso presiones y controles a su banco central, y una
vez abierta la espita otros se han sumado, como el Reino Unido y EEUU, los
primeros de una manera abierta y los segundos encubiertamente, dado que sus
programas de expansión cuantitativa, en el fondo, también son una manera de
debilitar el dólar. Parece obvio pensar que si todos devalúan a la vez nadie
gana, y en el fondo esto es lo que ocurre. Lo que pasa es que, como en todo juego,
existen tentaciones de dar primero el golpe y llevarse la ventaja inicial, pese
a que luego sea diluida por la pérdida colectiva. Estos comportamientos,
digámoslo claramente, son erróneos, peligrosos e inútiles desde el punto de
vista económico. Tradicionalmente se ha usado la expresión “políticas de
empobrecimiento del vecino” para calificarlos y es una frase muy descriptiva y
acertada de lo que significan. Las devaluaciones tienen sentido cuando un país,
por su crisis u otros factores, no es capaz de sostener una cotización dad de
su moneda, y debe empobrecerse “nominalmente” para reflejar esa pérdida “real”.
Esto es el caso de la devaluación del bolívar venezolano decidida hace un par
de semanas, la bajada de un tercio en su valor de intercambio internacional
refleja la aguda crisis por la que atraviesa la economía de ese torturado país,
pero las bajadas que están experimentando el yen japonés o al libra británica
no tienen nada que ver con eso. Reflejan el nerviosismo de sus gobiernos porque
las políticas aplicadas para recuperar la economía no han dado resultado, y
tratan de recurrir a esa argucia. Y eso, no lo olvidemos, es un error que les
acabará perjudicando a todos, ellos incluidos.
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