A veces, cuando estoy bajo de
moral o hastiado por cosas que han sucedido y que me han entristecido, me cojo
el metro y, rememorando esa escena inicial y final de Love Actually, película
muy recomendable, me acerco al aeropuerto de Barajas, me quedo un tiempo en la
zona de llegadas, y observo como siempre hay personas que esperan, con nervios
y pero alegría indisimulada, la llegada de amigos o familiares. Cada cierto
tiempo se abren las puertas de la llegada y aparecen personas solitarias,
trabajadores que vuelven de un vuelo corto y corren hacia su casa, pero no
tardan en aparecer aquellos que son esperados, y se funden en un abrazo con los
que hacían guardia desde hace tiempo. Son escenas bellas.
Ayer volví a hacer esto mismo, me
encaminé a Barajas y estuve un rato en la T4, viendo llegadas, abrazos y
sonrisas, pero no fui porque hubiera tenido un mal día, que fue normal, ni
estuviera triste por algo… bueno, eso último sí. Fui porque ayer por la mañana
partían desde el aeropuerto rumbo a sus nuevos destinos laborales dos
funcionarios con los que he trabajo una profunda amistad a lo largo del tiempo
que hemos compartido juntos en el trabajo y que, tras haber solicitado la posibilidad
de irse a un destino en el extranjero, lo han conseguido, en lo que es un
ascenso para sus carreras profesionales y su cuenta corriente. Con uno de
ellos, IEA, llevo trabajando en mi área desde que vine a Madrid, y se ha ido a
Estambul, la perla del Bósforo, que ahora brilla un poco menos tras los
disturbios veraniegos de Takshim, pero que sigue siendo una de las ciudades más
fascinantes, complejas y variopintas del mundo. IEA se va sólo, dejando a la
familia en Madrid, con algo de miedo en el cuerpo pero con la tensión de lo
desconocido que, como adrenalina, engancha y vivifica. Deja un recuerdo imborrable
entre todos los compañeros por su profesionalidad, competencia, personalidad
arrolladora y sentido del espectáculo en grado sumo, y este trabajo será
diferente tras su marcha. Con la otra persona, mujer, MMG-C, he estado
trabajando algo más de un año, pero de una manera intensa, cordial y con la
extraña sensación de que no era mi jefa, aunque lo fuese durante todo el tiempo
en el que hemos colaborado. En su caso el destino es el de la canadiense ciudad
de Toronto, al norte, en los grandes lagos, donde la CNN tower y el frío de los
inviernos de más allá del muro. Ya estuvo anteriormente en destinos muy
lejanos, como Sidney, por lo que esto de hacer las maletas y largarse no le es
ajeno, pero los nervios inevitables le estaban haciendo las noches aún más
eternas de lo habitual. En el caso de MMG-C el traslado es en formato prole,
con el marido y las tres hijas. La distancia del destino, la carestía de los
vuelos entre Madird y Canadá y la oportunidad que supone residir en una ciudad
con la calidad de vida y servicios que ofrece Toronto, unido a la minoría de
edad de todas las hijas, ha decantado la elección sin mucha dificultad.
Poseedora de una sonrisa casi perenne y un optimismo irracional, MGG-C ha sido
durante todo el tiempo que hemos trabajado juntos el contrapunto perfecto a i
racionalidad, temores y visión fría de la realidad (IdMA es testigo privilegiado
de ello, jeje). El que supiera muchísimo de lo que hablaba y permitiera que
tanto yo como el resto de las personas que hemos trabajado con ella hayamos
podido desarrollar iniciativas, ideas propias y aportar allá donde nos
pareciera que teníamos algo que decir ha hecho que el trabajo, a veces en temas
complejos y difíciles, haya sido mucho más sencillo de lo que realmente era. En
ese sentido ha demostrado una capacidad de gestión de equipos y personas
admirables. Pese a ser jefa y tener cargo, que lo era y tenía, nada malo puedo
decir de ella, pero no sólo yo, sino todos los que hemos trabajado en los
proyectos y asuntos que ha llevado. He sido afortunado en este caso, y además
no es el único de mis jefes del que puedo afirmar que es un placer trabajar con
y para él, cosa que se que no es nada habitual. Un privilegio del que disfruto,
ciertamente, y del que ayer renuncié en parte.
Pensaba un poco en todo esto la pasada tarde
mientras estaba en la T4, sabiendo que a la hora a la que fui IEA ya habría
aterrizado en Estambul y estaría, probablemente, dejando sus pertenencias en su
nuevo hogar, y que faltaba poco para que MGG-C y su familia llegaran a tocar
suelo canadiense. Sospecho que en sus casos nadie fue a recibirles al aeropuerto.
Quizás una representación profesional del destino que van a tener que ejercer, pero
seguro que nadie que les aguardase con una sonrisa nerviosa y esperanzada. Por un
momento me imaginaba que yo, allí, sólo, apoyado en un poste, ejercía
virtualmente ese papel de anfitrión, de luz que guía para adentrarse en el nuevo
camino. Que tengan mucha suerte en sus destinos, y afortunados los que van a
poder a partir de hoy compartir vida y trabajo con ellos.
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