viernes, agosto 16, 2013

¿Puede evitar Egipto caer en la guerra civil?


Lo que el Miércoles a primera hora de la mañana parecía ser una noticia menor, la intervención d ejército egipcio para desalojar los campamentos islamistas, fue adquiriendo dimensión a lo largo de ese día, a medida que el balance de muertos crecía sin control. “Varias decenas”, señalaban los titulares más atrevidos y escandalosos, “innumerables víctimas” los serios y recatados, pero las cifras y la preocupación no dejaban de crecer a lo largo de una mañana en la que el resto de titulares se vieron ensombrecidos por la nube negra que provenía de un Egipto que recordaba más, en sus imágenes y escenas, a Irak o a Libia. Hoy, Viernes, el balance oficial habla de más de seiscientos muertos.

Directamente, ¿va a haber guerra civil en Egipto? No lo se, pero lo dudo. Y el principal motivo de duda es que el ejército sigue poseyendo el control de la situación, casi todo el armamento y parece hallarse unido. Pero una guerra civil es mucho más que el enfrentamiento armado, es la consecuencia de la división social irreconciliable, del odio mutuo y de los recelos acumulados durante mucho tiempo, y todos esos ingredientes sí están ahora mismo presentes en las calles de El Cairo y el resto de ciudades del país. Islamistas frente a laicos, retrógrados frente a liberales, fanáticos frente a aperturistas…. La confrontación es total, y en estas condiciones se me hace muy difícil llegar a imaginar cómo es posible que las aguas del Nilo vuelvan a su cauce. Si no se hace algo, y pronto, la situación se puede enquistar y Egipto se convertiría en la nueva Argelia, que en los noventa pasó por una situación similar. Allí, tras una victoria en las elecciones de los islamistas del FIS, el ejército dio un golpe de estado y los islamistas reaccionaron con una guerra de “baja intensidad” (qué crueles son a veces las palabras) que ocasionó cerca de cien mil muertos, devastó las zonas rurales del país y fue caldo de cultivo de un islamismo radical que empezaba a adoptar la configuración y tácticas que acostumbra a utilizar hoy en día. Como todas, esta analogía posee graves problemas. Las diferencias entre el tamaño de la población y su nivel cultural entre ambos países son inmensas, así como el escaso papel que juega Argelia en el contexto internacional, básicamente es una potencia extractora de gas y nada más, frente a un Egipto que lidera a muchos países árabes, es un aliado estratégico de EEUU, posee el control del canal de Suez y tiene frontera con Israel. Otro mundo. Esas diferencias también juegan a favor de que no estalle una guerra, pero me temo que hemos alcanzado el punto de no retorno para que la violencia islamista, bien mediante enfrentamientos directos, bien mediante atentados de mayor o menor gravedad, se instale en las calles de las ciudades egipcias. La torpeza de un gobierno controlado por los militares, unida al fanatismo islamista, forman el perfecto caldo de cultivo que aseguran inestabilidad, desorden, violencia, venganzas y caos. Y todo ello en un país con una economía arrasada, que tiene cifras macroeconómicas depresivas, a cuenta del cierre del turismo, su principal fuente de divisas, que desde que empezó la revuelta de Tahrir no ha dejado de caer. Recordemos que una de las causas que impulsó la segunda revuelta, la que derrocó al gobierno islamista de Mursi hace apenas unas semanas, fue la pobreza, el paro y la crisis económica que azota con fuerza a la población del país. Si en una coyuntura normal arreglar eso requeriría enormes esfuerzos, lo sucedido esta semana agravará aún más el pozo de la pobreza hacia la que se encamina Egipto. Y aunque este es uno de los menores problemas dado lo que nos muestran las imágenes de televisión, es un factor de inestabilidad más con el que se debe contar para explicar cómo el país ha llegado hasta este punto.

Al calor del desastre egipcio hay mucho que dan por enterrada la llamada primavera árabe, que en mi opinión fue demasiado simplificada por parte de políticos y comentaristas occidentales que no fueron capaces de prever la fuerza que los movimientos islamistas tienen en esas sociedades. Algo parecido sucedió en la primavera de Praga de los años sesenta, que sólo floreció cuando el comunismo, la garra que oprimía al país, cayó. En Egipto y el resto de países del entorno, el islamismo es la gran fuerza que controla los resortes de la sociedad. Nada se puede hacer sin él, y muy poco en su contra. Y del pulso entre libertad e islamismo quien pierde, a manos de sus defensores y oponentes, es la libertad.

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