Ayer Rajoy tenía una cita que no podía
eludir. Una cita con el Congreso, con los medios de comunicación, con los
ciudadanos, con la opinión pública española e internacional. Todos ellos le
habían, habíamos, reclamado explicaciones por el asunto Bárcenas y todo lo
relacionado con la financiación del PP. Forzado por las circunstancias, en
contra de su voluntad, a regañadientes, y sólo sintiéndose obligado a hacerlo
cuando el Financial Times se lo exigió, Rajoy acudió a la cita y ofreció una
sesión parlamentaria de más altura de la esperada en la que admitió errores
pero no aclaró todo lo que se le pedía.
Lo cierto es que el debate de
ayer, o la sesión plenaria, porque debate como tal no existe cuando el formato
se basa en un intercambio de monólogos, fue mucho más interesante de lo que preveía
en un principio, principalmente porque Rajoy cambió de estrategia. Seguramente
asustado por las dimensiones que alcanza el caso, forzado por la mayor parte de
sus colaboradores, y tras llamadas procedentes del exterior, Rajoy
viró su estrategia de callada y negación y habló para admitir que se equivocó
al confiar en un sujeto como Luis Bárcenas, que ha demostrado ser toda una caja
de malas sorpresas. Adoptando una táctica que podemos asimilar a la usada
por el Rey tras el desastre de Bostwana, entonó Rajoy en el Congreso,
realquilado temporalmente en el Senado, un “Lo siento, me equivocado, no
volverá a suceder” que supone la admisión de un grave error, lo cual es un
avance. Sin embargo el discurso de Rajoy, mucho más encendido y consistente que
en ocasiones anteriores, posee tres graves problemas de fondo que pueden hacer
que esta nueva estrategia no sirva para otra cosa que para comprar tiempo por
un plazo no muy alargado. Uno es que si el rey puede disculparse y pagar el
pato de su error en forma de encuestas de valoración negativa, un político con
cargo en ejercicio no puede despachar un error de estas características sin
ofrecer ceses, cabezas cortadas o piezas de caza de uno u otro tipo para
conseguir enmendar en parte su desacierto, y de esto nada dijo Rajoy ni se sabe
a ciencia cierta. El segundo problema es que la negación de todas las
acusaciones que realizó ayer en sede parlamentaria corre el grave riesgo de
volverse contra Rajoy en caso de que Bárcenas posea munición de gran calibre
(¿se imaginan algunas grabaciones, o papeles con la firma de Mariano, o algo
similar?) que desbarate ese firme NO que entonó ayer Rajoy sobre la tribuna
desmintiendo cada una de las acusaciones que caen sobre su persona y partido. Y
el tercer problema, más de fondo, es que la credibilidad del presidente no
atraviesa su mejor momento, por ser generosos. Rajoy admitió ayer mismo que las
acusaciones de Bárcenas son creídas por mucha gente porque pintan un escenario plausible,
que tiene sentido, que no es disparatado suponer que pudiera haber sucedido en
la realidad, y tras años y años de escándalos de corrupción que han destrozado
la imagen de la clase política la ciudadanía no necesita demasiadas pruebas
para sospechar que la financiación del PP se ha ejercido de manera fraudulenta
vía comisiones, gestionadas desde Génova por la mente gris de un sujeto, Bárcenas,
que de paso se quedaba con una buena parte. Desmentir esta historia, llena de
documentos más o menos verosímiles, exige que la palabra del presidente esté
fuera de toda duda. ¿Lo está? No, evidentemente, no sólo por motivos de
corrupción, sino por la propia gestión económica de la crisis, que ha obligado
a Rajoy a desdecirse de cada una de sus promesas electorales, que eran falsas,
y hacer todo lo contrario. Es esa falta de credibilidad de la palabra
presidencial y, en general, de la de cualquier otro político, uno de los más
graves problemas que atraviesa ahora mismo nuestro sistema, fruto en gran parte
del mal uso y abuso de la palabra (y de la mano en la caja) de quienes más
cuidado debieran haber tenido en utilizarla. Los políticos.
El resto de grupos parlamentarios
sospecho que tuvieron que cambiar parte de sus discursos ante la asunción de
culpa no prevista de Rajoy (Mariano sorprendiendo a la cámara, cosas veredes…) pero
en general demandaron su dimisión y , en el caso de Rubalcaba, mostraron una
dureza que hacía tiempo no se veía en el hemiciclo, por parte de un político
que tiene poco de que presumir en lo que a honradez, limpieza y transparencia
en la gestión. En definitiva, el debate fue largo, bronco, y acabó con la
sensación de que dio más de lo que de él se esperaba pero que dejó muchos
flecos abiertos, entre ellos la figura de un presidente tocado que debe
enfrentarse aún a más de dos años de legislaturas y a muchas pedradas que
puedan llegarle desde Soto del Real. Está por ver si será capaz de aguantar.
Fin de la cita
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