Siempre se dice, y con toda la
razón, que la verdad es la primera víctima de una guerra. Si en tiempos de paz
estamos acostumbrados a la propaganda y el juego sucio que gobiernos y partidos
opositores practican de manera burda y torticera, imaginémonos que puede
suceder en materia de bulos, manipulación y mentiras ante una guerra, la prueba
suprema en la que se utiliza todo el poder y fuerza disponible para vencer al
enemigo. Resulta casi imposible saber qué es cierto y qué no lo es, y la
sospecha se extiende sobre todo, como una negro fluido que todo lo emponzoña,
impide discriminar y retrasa las decisiones. El arte de la mentira.
Por eso es realmente difícil
saber qué es lo que pasó ayer en Siria, igual que resulta casi imposible
conocer qué sucedió en ese país hace dos, tres, cuatro días.. el tiempo que
ustedes deseen remontarse. Ayer por la tarde los medios de comunicación
occidentales se llenaron de imágenes
duras que mostraban lo que parecían ser las víctimas de un ataque con armas
químicas que el ejército de Bashar al Asad había lanzado contra fuerzas
rebeldes en las cercanías de la capital, Damasco. En
ellas se podían ver hileras de cadáveres cubiertos por sudarios blancos, junto
a personas que mostraban convulsiones, espasmos, irritaciones cutáneas y
otros síntomas que suelen asociarse al uso de este tipo de armas. Al poco de
empezar a difundirse esta información, asociada a una cifra de víctimas tan
elevada como 1.300 fallecidos, empezó el bombardeo de información y
contrainformación por parte del gobierno sirio y los rebeldes. El gobierno,
indignado y muy serio, calificaba esto como un montaje teatral, una burda
patraña, una mentira orquestada por las fuerzas opositoras para que, en
coincidencia con la visita de expertos de la ONU en armamento químico al país,
que pretenden investigar casos pasados de supuesto uso de estas armas, la comunidad
internacional se viera forzada a actuar contra el régimen de Asad. Montaje, en
una palabra. Los portavoces de la oposición siria, o al menos de una parte de
ella, porque no está muy claro ni quién es la oposición ni quién le representa,
salieron en tromba defendiendo la veracidad de las acusaciones, dando algunos
detalles más del supuesto ataque y denunciando a voz en grito que, nuevamente,
y en medio de la pasividad internacional, el despiadado régimen de Asad ha
vuelto a masacrar a población civil utilizando armas que están prohibidas por
las leyes internacionales. En su desesperación, Asad no renuncia a nada con tal
de mantenerse en el poder y hará lo que sea, exterminará a quien haga falta y
de la manera más directa y cruel posible con tal de ganar esa guerra. El
espectador occidental, que desde su casa piensa sobre todo en el partido de fútbol
de esa noche, ve todo esto, no sabe a que carta quedarse y, en muchas
ocasiones, cambia de canal. El gobernante occidental, y del resto de países, al
que la guerra Siria le toca un poco de refilón, se siente incómodo ante estas
imágenes, y trata de buscar una salida intermedia que le permita salvar la cara
pero no le obligue a intervenir en un terreno enfangado donde no hay nada que
ganar y sí mucho que perder. Una socorrida solución en estos casos es mostrar
indignación en público, y organizar una reunión de urgencia de algo, un
organismo con nombre pomposo y utilidad escasa, que permita expresar una opinión
consensuada y razonada, y que trata de servir como tapón ante el aluvión de imágenes y noticias. En el caso de ayer el organismo
pomposo reunido fue el de más alto nivel posible, el
Consejo de Seguridad de la ONU, que tras varias horas de reunión dictaminó que
debe aclararse lo que ha sucedido en Siria, pero reconoció que los
inspectores no van a ir allí a hacerlo porque la situación sobre el terreno es
muy peligrosa. Vamos, que todos estamos muy enfadados con los niños malos
sirios, unos y otros, pero no vamos a hacer anda para evitar que “lo que allí
esté pasando” siga sucediendo.
Y se preguntará el señor lector qué es lo que
realmente pasó ayer allí, y cual es la opinión de este humilde relator de
historias. Pues bien, evidentemente no se si el ataque denunciado ayer es
cierto o no, pero es plausible, es verosímil, sobre todo porque en otras
ocasiones, ahora y en décadas pasadas, Asad, su padre y el ejército sirio, no
han dudado en utilizar el armamento químico que poseen en abundancia para someter
regiones, aplastar revueltas y matar a quien se opusiera a sus designios, al
igual que también lo hizo Sadam Hussein cuando quiso. El problema de lo de ayer
no es tanto si es cierto o no, sino el hecho de que, tanto en uno como en otro
caso, en nada va a cambiar en la guerra siria, y en nada va a influir a la hora
de que nos impliquemos en ella y evitemos otra nueva matanza.
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