La
comparecencia de ayer del Secretario de Estado de EEUU, John Kerry, ex
candidato demócrata ante Goeorge Bush en2004 si no recuerdan mal, elevó la
tensión en lo referido al conflicto de Siria y supuso la mayor amenaza que,
hasta el momento, ha hecho efectiva el gobierno de Washington frente al
dictador Asad. Kerry afirmó que es indudable el uso de armas químicas por parte
del régimen de Damasco, término éste no destinado a los sirios, sino a los
países que son sus aliados, y prometió una respuesta proporcional a la gravedad
de los sucesos. ¿Cuál? ¿Cómo? Eso no se sabe.
El desmadre sirio ha encerrado a
EEUU en un peligroso avispero del que cada vez lo tiene más difícil para salir
indemne. Al inicio de la guerra, cerca hace ya de dos años, muchos analistas
auguraron que la caída del régimen de Damasco sería rápida, y la guerra cruenta
pero breve, por lo que no sería necesario intervenir. El tiempo ha demostrado
que ese vaticinio estaba profundamente equivocado. Convertida en una cruel
guerra civil, Siria se desangra en una enfrentamiento a cara de perro entre un
régimen sátrapa y asesino, que no duda en usar toda la fuerza de la que
dispone, convencional o no, frente a los que lo atacan para perpetuarse. En
frente a él se sitúa una amalgama de opositores cuyo único nexo es desear
colgar a Bashar Al Asad en una plaza de Damasco. Milicias regulares, desertores
del ejército, combatientes extranjeros, fuerzas de Al Queda, islamistas,
soldados de fortuna… el caos. Esa baza, yo o el caos, es la que Asad sigue
jugando, sabiendo que su caída pudiera poner al islamismo el país en bandeja,
país que recordemos tiene frontera con Israel. Así pues, en este asunto el
único que tiene claro qué es lo que quiere es el propio Asad. Los Estados
Unidos, por su parte, se debaten en un mar de dudas. Sin ninguna gana de poner
tropas en un terreno infestado de peligros, en el que las bajas serían
elevadísimas, y sin tener claro en nombre de quién emprenderían una lucha, la
postura de la Casa Blanca va virando poco a poco del estilo Rajoy, esperar a
que se pudra todo y llevarse el fruto maduro, hacia una visión más
intervencionista, pero sin el uso de fuerzas regulares. Es probable que en los
planes de ataque que le hayan presentado a Obama el Pentágono haya diseñado una
estrategia de intervención quirúrgica, basada en misiles lanzados desde buques
de guerra, y bombardeos muy selectivos, quizás mediante bombarderos que partan
y retornen directamente de suelo estadounidense, quizás incluso con drones, a
algunos de los acuartelamientos y bases de las tropas de Asad, no tanto para
decantar la guerra como para lanzar un mensaje del tipo “ándate con ojo, porque
sino…” Sería, usando un símil poco pedagógico, algo así como pegarle un sopapo
a un niño para esperar a ver si cambia de conducta, antes de darle una paliza
de verdad. De esta forma se intervendría, acallando las críticas
internacionales que piden una acción cada vez con más fuerza, se haría de una
manera suave y controlada, y con un riesgo de bajas para las tropas
norteamericanas cercano a cero. En todo caso, sea más o menos aséptica, sería
una intervención en toda regle y metería de lleno a Washington en ese avispero,
que es exactamente lo que la Casa Blanca no desea. Y recordemos que la situación
actual ofrece pocas perspectivas de victoria clara para ambos bandos y sí mucha
inestabilidad y juego sucio pase lo que pase.
Además intervenir tendría dos problemas
añadidos. Uno sería el tensar aún más las relaciones con Rusia, fiel aliado del
régimen de Asad, en un contexto ya muy escabroso tras el caso Snowden, y
supondría remover la estabilidad, por decir algo, de una zona convulsa, en la
que es casi seguro que Irán no se quedará de brazos cruzados viendo como EEUU
ataca a su aliado. Por si esto fuera poco, el frente interno no va bien, dado que
las encuestas muestran que no hay apoyo popular a una intervención, cansada
como está la ciudadanía norteamericana de guerras en Oriente Medio sin
resultados. También está por ver el efecto que tendría una guerra en la débil
recuperación económica que vive el país. En fin, un embrollo de los gordos, en
la que no hay soluciones buenas. Sólo malas o peores.
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