Todos los veranos tienen su
serpiente informativa con la que los medios cubren el agujero que dejan las
vacaciones de los gobernantes y demás protagonistas de la actualidad. Pensaba
que este año no sería necesario acudir a este clásico dado que los jueces, o al
menos Pablo Ruz, el encargado del sumario Bárcenas, parece que no se pillan días
de asueto y tenemos
comparecencias de dirigentes del PP en la Audiencia Nacional a partir de hoy
mismo, 13 de Agosto, pero mira tú por donde que sí ha habido serpiente
veraniega, y es un clásico tan viejo que más que serpiente parece un hermanito
jorobado del monstruo del Lago Ness. Gibraltar.
La idea del peñón de Gibraltar la
tenemos enquistada los españoles desde que somos unos críos. El cómo lo
perdimos durante la guerra de sucesión y se consolidó su dominio británico tras
el tratado de Utrecht que puso fin a ese conflicto. Recordamos desde nuestros
años mozos como el Reino Unido se hizo con colonias en todo el mundo a medida
que desarrollaba su imperio, cuyo máximo esplendor tuvo lugar en el siglo XIX, la
época victoriana, y cómo poco a poco, por guerras europeas, mundiales y demás
cada una de esas colonias iban cayendo de la forja de la corona británica para
retornar a sus países originarios o para declarar su independencia. ¿Todas? No.
Como un remedo de los cuentos de Asterix, un grupo de soberbios anglos resistían
en la punta de España armados de tazas de te y de paraguas, y desafiaban a la
soberanía nacional, los tratados de la Unión Europea y el sumsum corda. Y así
desde hace mucho mucho tiempo. Cada cierto periodo de años, con excusas más o
menos peregrinas, España desentierra ese grito de guerra inmemorial “Gibraltar
español”, desde Downing Street el gobierno británico mira hacia otro lado y hace
un disimulado gesto de peineta y los llanitos, habitantes del peñón en su parte
baja, de ahí el nombre, siguen a lo suyo, disfrutando de las prebendas de ser
colonia y los lujos de vivir en un paraíso fiscal. A lo largo de estos años, por
tanto, al legitimidad de la reivindicación española no ha disminuido mucho pero
los esfuerzos realizados para reclamarla han sido completamente inútiles. Es más,
Gibraltar ha ido creciendo mediante rellenos en el mar y, echándolo bastante
morro, las autoridades de la roca han transformado el peñón en la sede de miles
de empresas de intermediación que no pagan impuestos, trafican con productos
legales e ilegales y han transformado el peñasco y sus monos en la estampa de uno
de los puertos francos más importantes del mundo. Siendo objetivos, en
Gibraltar no se respeta ley fiscal, financiera ni medioambiental alguna, pero
resulta evidente que eso no perturba a las autoridades de la colonia. Es más,
lo alientan, dado que es la fuente de ingresos que permite que los
gibraltareños, desconectados en la práctica de Londres salvo por los lazos emotivos
y estéticos, tengan una renta percápita muy superior a sus vecinos de la bahía
de Algeciras que, como toda la provincia de Cádiz, soportan unas tasas de
desempleo directamente tercermundistas. En estas condiciones es obvio que,
encuesta tras encuesta, los habitantes de la roca quieran seguir siendo británicos
(es decir, ricos) y no quieran saber nada de España, ese lugar pobre y
atrasado. Y de ahí que la situación del peñón, sus residentes y lo que allí
sucede se ha convertido en un tema que más o menos resurge cada cierto tiempo,
en forma de conflictos por las aguas jurisdiccionales, derrames de crudo por el
ilegal repostaje de combustible y limpieza de tanques que se realiza en las
aguas del peñón, altercado fruto de interceptaciones a narcotraficantes que
usan las aguas de jurisdicción británica para escapar de la policía española…. En
fin, el juego del gato y el ratón que nunca se cansan de perseguirse, en este
caso con unos monos que lo ven todo desde las alturas.
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