martes, agosto 13, 2013

El peñazo del peñón de Gibraltar


Todos los veranos tienen su serpiente informativa con la que los medios cubren el agujero que dejan las vacaciones de los gobernantes y demás protagonistas de la actualidad. Pensaba que este año no sería necesario acudir a este clásico dado que los jueces, o al menos Pablo Ruz, el encargado del sumario Bárcenas, parece que no se pillan días de asueto y tenemos comparecencias de dirigentes del PP en la Audiencia Nacional a partir de hoy mismo, 13 de Agosto, pero mira tú por donde que sí ha habido serpiente veraniega, y es un clásico tan viejo que más que serpiente parece un hermanito jorobado del monstruo del Lago Ness. Gibraltar.

La idea del peñón de Gibraltar la tenemos enquistada los españoles desde que somos unos críos. El cómo lo perdimos durante la guerra de sucesión y se consolidó su dominio británico tras el tratado de Utrecht que puso fin a ese conflicto. Recordamos desde nuestros años mozos como el Reino Unido se hizo con colonias en todo el mundo a medida que desarrollaba su imperio, cuyo máximo esplendor tuvo lugar en el siglo XIX, la época victoriana, y cómo poco a poco, por guerras europeas, mundiales y demás cada una de esas colonias iban cayendo de la forja de la corona británica para retornar a sus países originarios o para declarar su independencia. ¿Todas? No. Como un remedo de los cuentos de Asterix, un grupo de soberbios anglos resistían en la punta de España armados de tazas de te y de paraguas, y desafiaban a la soberanía nacional, los tratados de la Unión Europea y el sumsum corda. Y así desde hace mucho mucho tiempo. Cada cierto periodo de años, con excusas más o menos peregrinas, España desentierra ese grito de guerra inmemorial “Gibraltar español”, desde Downing Street el gobierno británico mira hacia otro lado y hace un disimulado gesto de peineta y los llanitos, habitantes del peñón en su parte baja, de ahí el nombre, siguen a lo suyo, disfrutando de las prebendas de ser colonia y los lujos de vivir en un paraíso fiscal. A lo largo de estos años, por tanto, al legitimidad de la reivindicación española no ha disminuido mucho pero los esfuerzos realizados para reclamarla han sido completamente inútiles. Es más, Gibraltar ha ido creciendo mediante rellenos en el mar y, echándolo bastante morro, las autoridades de la roca han transformado el peñón en la sede de miles de empresas de intermediación que no pagan impuestos, trafican con productos legales e ilegales y han transformado el peñasco y sus monos en la estampa de uno de los puertos francos más importantes del mundo. Siendo objetivos, en Gibraltar no se respeta ley fiscal, financiera ni medioambiental alguna, pero resulta evidente que eso no perturba a las autoridades de la colonia. Es más, lo alientan, dado que es la fuente de ingresos que permite que los gibraltareños, desconectados en la práctica de Londres salvo por los lazos emotivos y estéticos, tengan una renta percápita muy superior a sus vecinos de la bahía de Algeciras que, como toda la provincia de Cádiz, soportan unas tasas de desempleo directamente tercermundistas. En estas condiciones es obvio que, encuesta tras encuesta, los habitantes de la roca quieran seguir siendo británicos (es decir, ricos) y no quieran saber nada de España, ese lugar pobre y atrasado. Y de ahí que la situación del peñón, sus residentes y lo que allí sucede se ha convertido en un tema que más o menos resurge cada cierto tiempo, en forma de conflictos por las aguas jurisdiccionales, derrames de crudo por el ilegal repostaje de combustible y limpieza de tanques que se realiza en las aguas del peñón, altercado fruto de interceptaciones a narcotraficantes que usan las aguas de jurisdicción británica para escapar de la policía española…. En fin, el juego del gato y el ratón que nunca se cansan de perseguirse, en este caso con unos monos que lo ven todo desde las alturas.

Este verano la chispa que ha hecho saltar la polémica ha sido el hundimiento por parte de las autoridades de la roca de unos bloques de hormigón dotados de unos pinchos en el fondo de la bahía para impedir la pesca de los arrastreros españoles. España ha reaccionado con una especie de huelga de celo en los controles que se realizan en la verja (la roca no pertenece al espacio Schengen, de libre circulación dentro de la UE) y la berrea entre los machos nacionales y anglos se ha visto alentada por el calor del verano y al necesidad de distraer al personal del asunto Bárcenas. Al final, lo de siempre. Gibraltar hace trampas, España pone el grito en el cielo, Londres mira, calla y aprueba, y los llanitos se salen con la suya. Y así hasta que nada cambie o, como mucho, se independicen. O les dejamos su estatus de contrabandistas o nunca querrán reincorporarse a España.

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