Seguro que alguno pensará que me
he equivocado en el título del artículo justo
cuando parece que estamos a las puertas del ataque de EEUU y aliados a las
fuerzas de Asad como castigo por el uso de armas químicas. Con alta probabilidad
vamos a volver a asistir al despliegue del mayor potencial militar de la
historia, gobernado desde unas consolas de ordenador, y sin que un solo soldado
pise el terreno contemplemos el alcance de misiles, aviones y demás
parafernalia salida en apariencia de un cómic, pero poseedora de una capacidad
de destrucción difícil de imaginar. Justo ahora, ¿EEUU es débil?
Pues sí. De hecho todo el
transcurso del conflicto sirio ha revelado la cada vez mayor debilidad de EEUU,
o si se prefiere, el fin del tiempo en el que EEUU podía hacer lo que quería.
Algunos sitúan ese momento en la guerra de Irak, última de las grandes guerras
occidentales, o promovidas por, en la que EEUU laminó Irak pero demostró no
saber gobernar ni administrar un país ocupado. Yo prefiero situar ese punto de
inflexión en la caída de Lehman Brothers, quizás por mi preferencia
economicista, pero lo cierto es que, después de años de predominio
norteamericano, que tras la caída de la URSS se suponía que iban a ser muchas
décadas, el mundo unipolar se está transformando en un auténtico caos en el que
EEUU sigue siendo una hiperpotencia militar pero que posee unas bases cada vez
más frágiles. Nuevamente es la economía la determinante de esa fragilidad, ya
que su crecimiento económico empieza a no ser capaz de absorber toda la deuda
que ha originado el desaforado consumismo de la sociedad estadounidense. Con
una China que cada día se acerca más a las cifras macroeconómicas de la
potencia, pese a que sigue poseyendo una clase social desestructurada y un
nivel de desigualdad insoportable, los analistas americanos observan con
cautela y temor como poco a poco dejan de presidir las encuestas sobre
producción, consumo y demanda de productos, valores prominentes que son
ocupados día tras día por China. No sería esta la primera vez que asistimos a
un fenómeno similar, dado que en los ochenta Japón ya protagonizó una escalda
frente a EEUU que asustó mucho a los norteamericanos. El estallido de la
burbuja nipona y su postración económica lo eliminó como rival económico, y
bien pudiera ser que China corra un destino similar en breve plazo, dados los
evidentes síntomas de burbuja que se observa en su sector inmobiliaria y de producción,
derivados de una tasa de inversión monstruosa, pero no es menos cierto que con
los años los EEUU, como es normal, empiezan a dar muestras de cansancio en lo
que hace a liderazgo global y, sobre todo, estabilidad financiera y macroeconómica.
Sus déficits crónicos no pueden mantenerse indefinidamente, sus gastos deben
contenerse y proceder a una recapitalización de las infraestructuras del país, que
en muchos casos se han quedado obsoletas tras años de liderazgo y uso intenso.
Sin embargo no se ve decisión a la hora de elaborar un plan a largo plazo que
devuelva la salud económica al gigante. Se parchea y tira de política
monetaria, pero eso no generará una recuperación vigorosa. Y sin ella será
imposible mantener un potencial militar que permita, sobre el papel, controlar
el mundo.
De hecho la presidencia de Obama deja a las
claras las limitaciones que acongojan al, supuestamente infinito, poder que
emana del despacho oval. Un presidente indeciso y temeroso ante las decisiones
trascendentes, que tiene una Cámara de Representantes (nuestro congreso) en
manos de los republicanos, que le boicotean muchas de sus iniciativas, y una
sensación de parálisis que no abandona Washington DC desde hace años provoca
que el poder USA, el enorme poder de ese inmenso país, esté en horas bajas. Súmenle
a ello la sorpresa y miedo con la que se observa, no sólo desde allí, el
marasmo que se vive en Siria y todo oriente medio y tienen muchos de los
ingredientes que definen a este complejo mundo, cada vez más multipolar, en el
que estamos empezando a vivir.
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