Una pasarela peatonal sobre el
río Bernesga, una mujer menuda que camina sobre ella y dos más que se le
acercan, madre e hija, que sin mediar palabra alguna la acorralan, y disparan a
quemarropa, sin otorgar opción alguna a la víctima. Un cuerpo que se desploma,
sangre que sale a borbotones de donde antes se alojaba vida y ahora yace la
muerte, gotas rojas que se unen a la corriente del río, y las asesinas, que
huyen del lugar del crimen, con la confianza de no ser identificadas pero con
la sospecha de que, tarde o temprano las atrapen. Confusión, gritos, sirenas,
el protocolo moderno de la muerte medicalizada en forma de ambulancias y luces
estridentes, ya inútiles ante el cadáver que les aguarda.
El
asesinato de la presidenta de la Diputación de León y del PP provincial, Isabel
Carrasco, saltó ayer por la tarde a la actualidad de manera tan brusca como
lo hicieron los disparos que acabaron con su vida. Todo pasó a un segundo
plano, la campaña electoral se suspendió y los partidos políticos se unieron en
un coro de solidaridad en torno a una víctima que, en cierto modo, les
representa. Aún hay dudas sobre las causas y motivos del ataque, pero todo
parece apuntar a una venganza personal por motivo laboral. La hija, detenida ya
junto con su madre, fue despedida de la Diputación y llevaba tiempo pleiteando
contra la institución provincial. Además se da la circunstancia de que también
era militante del PP y participó en las últimas elecciones municipales en las listas
de la formación conservadora, creo que por la propia ciudad de León. En todo
caso los detalles los tendrá que ir aclarando la policía, que en ello está,
pero un móvil de venganza privada es lo que más parece acercarse a la
explicación de lo inexplicable que pasó ayer. Y de mientras aún la sangre de
Carrasco manaba sobre la pasarela rumbo al río, en la red se empezaban a ver
comentarios de personas que jaleaban y celebraban su muerte, que venían a decir
que era una cabeza que rodaba ajusticiada por los que sufren la crisis, que
llegaba la hora de la venganza hacia los que habían impulsado los recortes, y
que en cierto modo esa muerte era justa. Cientos de mensaje de tipo violento,
cruel y descarnado, que trataban de encontrar u argumento al asesinato, que lo
justificaban, lo exculpaban o lo comprendían. Basura volcada en tuits de pocos
caracteres pero mucha mala baba y odio desenfrenado. Empieza a ser tristemente
habitual encontrase con personas que, ante desgracias de uno u otro tipo,
lanzan mensajes felicitándose por ellas, celebrándolas, cagándose literalmente
en los muertos y sus familiares. El anonimato, a veces ni eso, sirve como
coartada para poner la mayor burrada que imaginarse uno pueda, y por momentos
twitter y otras redes se convierten en la peor versión de nosotros mismos, un
espejo que a veces nos devuelve una imagen bella y alegre de nuestra sociedad,
pero que en ocasiones como las de ayer nos muestra su lado más vil y
repugnante. Esos comportamientos han existido toda la vida, no son nuevos. En
mi pueblo y localidades vecinas había muchos que brindaban cuando ETA mataba, y
algunos lanzaron cohetes en una villa de la que no quiero acordarme cuando
apareció muerto Miguel Ángel Blanco. Indeseables los ha habido toda la vida,
sólo que ahora todo el mundo puede oírles. Y eso provoca que su efecto sea aún
más devastador, que ensucien sin fin, que sea su pérfido mensaje el que más
relevancia adquiera entre el dolor, muchas veces íntimo y silencioso, de una
inmensa mayoría de personas que repudian la muerte, condenan todo asesinato y
lloran ante los crímenes, sean estos cuales sean.
No olvidemos una de las principales lecciones
que nos dejó el terrorismo. Su condena debe ser siempre firme, segura y sin
ambages. Palabras del tipo “sí, pero…” sólo contribuyen a legitimar el
asesinato. Expresiones como “era así”, “algo habrá hecho”, “ella se lo merecía”
y otras infamias por el estilo justifican, alientan y defienden al asesino, al
que dispara, al que mata. Y eso nunca. Nada vale la vida de una persona.
Ninguna idea merece la pena si se mata por ella, nada justifica un asesinato,
nada hay de comprensivo en una ejecución, no hay excusa para los que matan, no
debe haber comprensión para sus actos. Todos nuestros esfuerzos deben ser para
con la víctima y sus familiares y allegados. Ese debe ser el norte del que nunca
debemos apartarnos. Nunca.
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