miércoles, mayo 07, 2014

El salvajismo impune de Boko Haram


Resulta asombroso el juicio tan sumamente parcial con el que valoramos los hechos según nos son más o menos cercanos. La enfermedad del vecino es una gran tragedia para nosotros pero decenas de muertos en una aldea remota apenas ocupan un suelto en la parte inferior de una columna de periódico. Un atentado en el que muera un occidental blanco adquiere mucha mayor relevancia que el asesinato de decenas, cientos, de asiáticos, negros o de cualquier otra de las poblaciones mundiales. Supongo que será un hecho instintivo, natural hasta cierto punto, útil en una época primitiva de aislamiento de los individuos, pero que genera enormes injusticias en un mundo globalizado como el nuestro.

En Nigeria, ese país sito en África, cerca del golfo de Guinea, con una enorme población que va camino de los doscientos millones de personas y no deja de crecer, y una economía que hace pocas semanas superaba oficialmente a la de Sudáfrica y se convertía en la mayor del continente, en ese país que apenas sabemos ubicar en el mapa, opera desde hace años una secta islamista llamada Boko Haram, que viene a decir más o menos “la educación occidental es pecado”. Los sujetos de este grupo violento se han especializado en crueles y salvajes asesinatos de cristianos, normalmente de forma masiva, con tácticas atroces propias de los nazis, mediante el asalto a colegios o iglesias. En muchas ocasiones han encerrado en ellas a las personas que asistían a clase o a los oficios religiosos y, tras ametrallarlos por las ventanas, han prendido fuego a los edificios para exterminarlos. Operan en el norte del país, buscando la creación de un estado regido por la sharia, la ley islámica, y entre los terroristas islamistas son de los más activos, tristemente, efectivos. Sin embargo sus matanzas apenas han conseguido eco en los medios occidentales. Dado que atacan iglesias, muchos de sus atentados se han perpetrado en Domingo, y no son pocos los que, viendo el telediario, el presentador comentaba de pasada una nueva acción de ese grupo que, habitualmente, leía con dificultad y le sonaba raro, siempre en torno a la mitad pasada del espacio informativo, más o menos en la sección de “breves”. Salvajismo, impunidad y olvido, el caldo perfecto para extender el terror, y que en África se da con excesiva y reiterada frecuencia. Los llamamientos de las víctimas de esta secta a la comunidad internacional para que actúe, o al menos se entere de lo que allí pasa no han servido para nada. Nadie, ni la ONU ni ninguno de los otros organismos existentes, tanto los inútiles como los que sirven para poco, han prestado atención alguna a Nigeria y sus muertes. Negros, pobres en su mayoría, desamparados, cristianos, sin recursos… una población absolutamente prescindible para el interés del espectador medio y que no va a generar ni repulsa ni llanto ni conmoción en caso de ser mostrada en la cámara. Simple indiferencia. Sólo algunos valientes en la tele pública y en la radio (mención especial a Carlos Alsina) han ido contando lo que allí pasa, en medio del silencio de todos los demás. Y ha sido la última acción de esta secta maligna, el secuestro de más de doscientas escolares, todas ellas chicas, la que ha conseguido que parte de la atención internacional gire su cabeza e, indolente, ponga un ojo en Nigeria. Esas niñas estaban en la escuela, estudiando, y Boko Haram considera que estudiar es pecado, y ser mujer también. Por lo tanto las raptó, con el fin de esclavizarlas sexualmente, venderlas como si fueran ganado a quien las compre y, si llega el caso, matarlas, porque su vida no vale nada a ojos de Alá y de los radicales y fanatizados intérpretes de su mensaje. Así de crudo y duro.

Al poner un ojo sobre el país algunos han descubierto a una nación que crece de manera descontrolada, con una demografía salvaje, un gobierno incapaz de hacer frente a las necesidades de sus habitantes, que apenas puede combatir a los islamistas de Boko Haram y que, en el caso de este secuestro, se ha dedicado a mentir y minusvalorar la cifra de niñas secuestradas porque, quizás, eran mujeres, y tampoco valían demasiado a los ojos del propio gobierno, y qué más daba diez que cien. Como es obvio que no se va a organizar una misión internacional de rescate de las niñas ni se van a movilizar cascos azules ni nada por el estilo, su futuro dependerá de la voluntad de sus siniestros captores, y de la presión con la que los medios cubran esta terrible noticia. Si cae en el olvido, ellas también lo harán.

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