viernes, mayo 16, 2014

Noche de debates europeos


Anoche tuvieron lugar dos debates sobre las elecciones europeas, muy distintos en formato y fondo, y con un resultado que, en parte, fue exactamente el contrario al que yo habría previsto. Mi intención, por la tarde, era ver ambos, como así hice, y dedicar en el blog de hoy un pequeño espacio al debate europeo a cinco y centrarme en el cara a cara nacional, entre Cañete y Valenciano, pero tras ver ambos programas he decidido hacer exactamente lo contrario, con algo de rabia aflorando en el teclado por la, nuevamente, paliza que el norte de Europa nos ha dado a la hora de cómo hace un programa de este tipo, y cómo en España nos empeñamos en destrozarlo.

El debate europeo tuvo lugar en Bruselas, entre cinco candidatos: El popular Jean-Claude Juncker, luxemburgués, con el que va el PP, el socialdemócrata Martin Schulz, alemán, con el que va el PSOE, el liberal Guy Verhofstad, belga, con el que va UPyD, el izquierdista Alexis Tsipras, griego, con el que va IU y la candidata de los Verdes, Ska Keller, alemana, con la que supongo irá Compromis EQUO. Todos ellos se encontraban de pies con un atril, en línea, frente a la moderadora, una periodista de la que no se nada pero que dio una lección de cómo llevar y dominar a los candidatos. Y detrás púbico, mucho público, que aplaudía o expresaba desagrado en función de lo que oía. Los temas eran propuestos por la moderadora y cada candidato tenía turnos de un minuto, que eran señalados por la presentadora, que así mismo se encargaba de controlar los tiempos, ayudada por un enorme cronómetro sito en la parte superior del escenario. Así, el formato era muy similar al programa “55 segundos” que seguro recuerdan. Tres de los candidatos hablaron en inglés, mientras que Juncker lo hizo en francés y Tsipras en griego. La traducción simultánea funcionó bien y no hubo problemas al respecto. A medida que pasaban los turnos y temas el debate se animó, y contemplaba con sorpresa como lo que suponía que iba a ser un conjunto de monólogos aburridos y traducidos a trozos se convertía en algo muy parecido a lo que pensamos que es un debate. Interpelaciones, alusiones, contrapreguntas, respuestas rápidas, moderadora que controlaba el juego y dejaba jugar… La impresión que me ofrecieron los candidatos, dado que no conozco a ninguno de ellos de manera mediática, como sí pasa con los españoles, fue diversa. Keller, la verde, jugaba con la baza de una imagen muy distinta a la de los otros, y dentro de sus planteamientos, excesivamente buenistas, ofrecía una imagen sólida y coherente. Tsipras, la gran estrella griega, me pareció plano, encorsetado, muy centrado en el “austericidio” y con mensaje de escaso recorrido. Juncker me pareció el candidato más decepcionante de todos. Gris, vacuo, soso, con aspecto de que aquello no iba con él, no dio la imagen de estar en el debate y sí de esperar a que aquello pasara de largo. Ofreció la imagen del eurócrata gris y aburrido, la peor posible. Schulz tuvo momentos lúcidos y se le notaba mucho más suelto y político, si se me permite la expresión, y dio una buena imagen de su partido. A mi modo de ver, el que ganó fue el belga Verhofstad, mucho más apasionado que el resto, aunque incurrió en algunas contradicciones flagrantes y, horror!!!, hizo más de un turno de réplica con una mano en el bolsillo del pantalón. Se mostró como el más locuaz, ingenioso y demostró tener unos recursos de oratoria superiores al resto. En definitiva, el encuentro fue interesante y acabé con la sensación de haber asistido a un auténtico debate, que me gustó mucho más de lo que, a priori, hubiera esperado.

Tras el comenzó el cara a cara Cañete Valenciano, y después del clímax alcanzado en el programa anterior, este fue un continuo cuesta abajo hacia la nada. Con un formato encorsetado, pactado por los dos partidos, en los que la pobre moderadora, una María Casado correcta y tiesa por obligación, no pintaba nada, el encuentro consistía en una sucesión de monólogos cruzados de dos minutos, la mayor parte de ellos leídos, especialmente Cañete, en los que sólo se lanzaron reproches mutuos por el pasado y Europa no existió para nada. Más centrada, porque era su gran oportunidad, quizás única, Valenciano ganó a un Cañete serio, nervioso, muy fuera de su habitual estilo. Pese a ello, ambos ofrecieron una imagen pobre, ramplona y desangelada. Una decepción absoluta.

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