Anoche tuvieron lugar dos debates
sobre las elecciones europeas, muy distintos en formato y fondo, y con un
resultado que, en parte, fue exactamente el contrario al que yo habría
previsto. Mi intención, por la tarde, era ver ambos, como así hice, y dedicar
en el blog de hoy un pequeño espacio al debate europeo a cinco y centrarme en
el cara a cara nacional, entre Cañete y Valenciano, pero tras ver ambos
programas he decidido hacer exactamente lo contrario, con algo de rabia
aflorando en el teclado por la, nuevamente, paliza que el norte de Europa nos
ha dado a la hora de cómo hace un programa de este tipo, y cómo en España nos
empeñamos en destrozarlo.
El debate europeo tuvo lugar en
Bruselas, entre cinco candidatos: El popular Jean-Claude Juncker, luxemburgués,
con el que va el PP, el socialdemócrata Martin Schulz, alemán, con el que va el
PSOE, el liberal Guy Verhofstad, belga, con el que va UPyD, el izquierdista
Alexis Tsipras, griego, con el que va IU y la candidata de los Verdes, Ska
Keller, alemana, con la que supongo irá Compromis EQUO. Todos ellos se
encontraban de pies con un atril, en línea, frente a la moderadora, una
periodista de la que no se nada pero que dio una lección de cómo llevar y
dominar a los candidatos. Y detrás púbico, mucho público, que aplaudía o
expresaba desagrado en función de lo que oía. Los temas eran propuestos por la
moderadora y cada candidato tenía turnos de un minuto, que eran señalados por
la presentadora, que así mismo se encargaba de controlar los tiempos, ayudada
por un enorme cronómetro sito en la parte superior del escenario. Así, el
formato era muy similar al programa “55 segundos” que seguro recuerdan. Tres de
los candidatos hablaron en inglés, mientras que Juncker lo hizo en francés y
Tsipras en griego. La traducción simultánea funcionó bien y no hubo problemas
al respecto. A medida que pasaban los turnos y temas el debate se animó, y
contemplaba con sorpresa como lo que suponía que iba a ser un conjunto de
monólogos aburridos y traducidos a trozos se convertía en algo muy parecido a
lo que pensamos que es un debate. Interpelaciones, alusiones, contrapreguntas,
respuestas rápidas, moderadora que controlaba el juego y dejaba jugar… La
impresión que me ofrecieron los candidatos, dado que no conozco a ninguno de
ellos de manera mediática, como sí pasa con los españoles, fue diversa. Keller,
la verde, jugaba con la baza de una imagen muy distinta a la de los otros, y
dentro de sus planteamientos, excesivamente buenistas, ofrecía una imagen
sólida y coherente. Tsipras, la gran estrella griega, me pareció plano,
encorsetado, muy centrado en el “austericidio” y con mensaje de escaso
recorrido. Juncker me pareció el candidato más decepcionante de todos. Gris,
vacuo, soso, con aspecto de que aquello no iba con él, no dio la imagen de
estar en el debate y sí de esperar a que aquello pasara de largo. Ofreció la
imagen del eurócrata gris y aburrido, la peor posible. Schulz tuvo momentos
lúcidos y se le notaba mucho más suelto y político, si se me permite la
expresión, y dio una buena imagen de su partido. A mi modo de ver, el que ganó
fue el belga Verhofstad, mucho más apasionado que el resto, aunque incurrió en
algunas contradicciones flagrantes y, horror!!!, hizo más de un turno de réplica
con una mano en el bolsillo del pantalón. Se mostró como el más locuaz,
ingenioso y demostró tener unos recursos de oratoria superiores al resto. En
definitiva, el encuentro fue interesante y acabé con la sensación de haber
asistido a un auténtico debate, que me gustó mucho más de lo que, a priori,
hubiera esperado.
Tras
el comenzó el cara a cara Cañete Valenciano, y después del clímax alcanzado
en el programa anterior, este fue un continuo cuesta abajo hacia la nada. Con
un formato encorsetado, pactado por los dos partidos, en los que la pobre
moderadora, una María Casado correcta y tiesa por obligación, no pintaba nada, el
encuentro consistía en una sucesión de monólogos cruzados de dos minutos, la
mayor parte de ellos leídos, especialmente Cañete, en los que sólo se lanzaron
reproches mutuos por el pasado y Europa no existió para nada. Más centrada, porque
era su gran oportunidad, quizás única, Valenciano ganó a un Cañete serio,
nervioso, muy fuera de su habitual estilo. Pese a ello, ambos ofrecieron una
imagen pobre, ramplona y desangelada. Una decepción absoluta.
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