Creo que ya les conté que hace
unos meses por fin me compré una bici, cosa que llevaba tiempo deseando hacer y
que, tras la instalación este verano del ascensor en mi escalera se convertía
en posible, porque no me animaba a subirla y bajarla por las estrechas
escaleras de mi casa. La bici es un placer, pero posee un reverso tenebroso en
forma de cuesta, de pendiente, de puerto, que la transforma en un refinado y
eficaz instrumento de tortura. Todo lo que de agradable tiene pasear en el
llano, y no digamos bajar, se transforma en duro cuando las cuestas aprietan.
Si son pocas se toleran, si el paseo se alarga y crecen, te fulminan.
Este Sábado les gané a muchas de
ellas, aunque las últimas casi me superan a mi. Ya desde algunas semanas,
hablando sobre el tema con OOOM, compañero de trabajo y amigo, habíamos
comentado la posibilidad de atrevernos
con el anillo ciclista, una vía que bordea toda la ciudad de Madrid, de 64
kilómetros de longitud, con un perfil no muy agresivo, pero sí de tipo
rompepiernas, con tramos de subidas, bajadas y repechos cortos que acaban
siendo muy agresivos, sin contar aceras, cruces, desvíos y demás incidencias.
Finalmente nos propusimos la fecha del pasado sábado para afrontarlo, y a media
mañana quedamos en el Lago de la Casa de Campo, uno de los puntos por los que
pasa el anillo, y que posee una estación de metro que a ambos nos venía bien.
Como sucede con todas las excursiones que acaban siendo duras, al principio
poseen un carácter jovial y divertido, los primero kilómetros, aunque piquen
hacia arriba, pasan rápidos y fáciles, y le dan a uno la sensación de que la
vuelta no es para tanto, que ese reto que le ha agobiado en la mente durante
semanas no era excusa suficiente para robar el sueño o generar nerviosismo.
Tarde o temprano aparecen las primeras cuestas de verdad, las que permiten
alcanzar los PAUs de Montecarmelo y Las Tablas, y las piernas empiezan a decir
que se acabó la alegría y comienza el largo tramo de aguante, en el que aún
tiran, pero ya sin exceso alguno. Pasan los kilómetros, caen las carreteras
radiales, sobre las que el anillo cruza mediante ágiles puentes, y al llegar a
la A3, con cerca de dos tercios del recorrido, y tras una bonita bajada,
coronamos un pequeño ascenso en el proceso de bordear Vallecas en el que
empiezo a sufrir de verdad. Subo el desarrollo, y por primera vez utilizo la “trampa”
que suponen los piñones más grandes de una bici de montaña, lo que me permite
coronar la cuesta más o menos indemne, pero sabiendo que de ahí en adelante
nada va a ser placentero, sino todo lo contrario. El camino sigue descendiendo
hasta el parque lineal del Manzanares y el Hospital 12 de octubre, y al poco
comienza la travesía de la Avenida de los Poblados, calle infinita que circunda
todo Carabanchel y que, picando suavemente hacia arriba, esconde repechos
cortos, pero duros, que se me atragantan. Convencido de no bajarme de la bici
hasta que no pueda más, tiro de desarrollo, sin llegar a meter el plato enano, y
a un ritmo no superior al de un paseante, corono las cimas que acaban llevándonos
a la estación de Aluche, punto a partir del que el camino se vuelve plano. Ya
muy cansado, se que lo más difícil está hecho, pero queda todavía subir el
minipuerto de apenas trescientos metros que permite salvar la A5 para acceder a
la casa de campo. En esa subida, con un par de revueltas y que acaba en otro de
esos puentes azules de diseño, dejo mis últimas fuerzas, y como en la zona de
Carabanchel, oigo a OOM que me anima y empuja con su voz para que pueda llegar hasta
arriba. Lo logro, no se muy bien cómo, y desde ese punto, tras un pequeño desvío
por error, cogemos el camino que, recto o en bajada, y con un encontronazo con “la
fuerza” (OOM sabe de qué hablo) nos acaba llevando nuevamente al Lago, el punto
de partida.
El objetivo, bajar de las cuatro
horas, lo cumplimos, con un registro de tres y media, y el agotamiento que tengo
en el cuerpo, que me duele mucho, refleja el esfuerzo inmenso que realicé, pero
como cuando era mucho más joven y me pegaba palizas similares (por kilometraje
y perfil mucho más duras) me embarga una satisfacción por haber alcanzado un
reto que pensaba imposible. Tras comer en una terraza y descansar, nos fuimos para
casa, OOM en metro hacia el sur y yo, en bici, atravesando el centro de Madrid,
cruzando Cibeles y Alcalá a un ritmo de paseo, mitigando el dolor de las piernas
con el disfrute del reto cumplido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario