Tras el asesinato de la
Presidenta de la Diputación Provincial de León, Isabel Carrasco, se ha levantado
una polémica muy fuerte sobre las expresiones, insultos, comentarios ofensivos
y, en general, barbaridades que se han llegado a publicar en las redes
sociales. Por su carácter instantáneo, pegado a la actualidad y lleno de
usuarios, ha sido Twitter el lugar donde más mensajes de este tipo se han
visto, y esa red social ha sido el blanco de las críticas más gruesas, emitidas
por muchos que han sido insultados, o por otros que, aprovechando el momento,
han visto la oportunidad para controlar una red que parece salvaje.
Uno de los problemas que tenemos
todos en el uso de internet es que no somos conscientes de que todo lo que en
ella ponemos deja de estar bajo nuestro control, y se puede extender hacia el
infinito. En conversaciones de bar, tertulias de amigos o charlas de café se
suelen oír burradas de grandes dimensiones, celebraciones de la muerte de
alguien o cosas muy serias que, por las características físicas del lugar y
modo en el que se expresan, no salen de ahí. Sin embargo, escribir una frase en
un blog, un tweet o cualquier otra red es una manera de colgar algo en una
plaza pública a la que todo el mundo (y en este caso mundo es, literalmente,
mundo, cientos, miles de millones de personas) puede acceder, ver y leer, y que
nadie va a eliminar hasta que nosotros lo hagamos, si lo hacemos. Y eso nos
pasa a todos. Hay días en los que uno está más afortunado que otros, y lo que
escribe puede ser más o menos lúcido, pero si uno insulta, agrede, ofende, se
mofa de la desgracia ajena o pide castigo, muerte y tortura para otra persona a
través de una de esas redes estará haciendo algo muy peligroso, que puede ser
delito o no, que puede ser denunciable por parte de quien se sienta agredido, o
no, pero que es moralmente reprochable y que debe ser perseguido, al menos en
forma de crítica, por el resto de usuarios de la red. En este sentido Internet
no ha creado más energúmenos de los que había antes del surgimiento de la red,
lo que ha hecho es dotarles de una plataforma que los hace más visibles, dado que
siempre han estado ahí. Por ejemplo, en pueblos del País Vasco muchas personas jaleaban y
celebraban los atentados de ETA en una época en la que internet ni existía ni
se imaginaba, y muchos lectores de edad adulta recordarán como otros tantos españoles
festejaron el atentado que mató a Carrero Blanco. ¿Qué sucedía entonces? Que
esas celebraciones, reprobables, no pasaban del ámbito íntimo y local, y por
mucho que un mal nacido gritase “ETA mátalos” no se enteraba nadie más allá del
radio del alcance de su voz. La televisión, que empezó a fijarse muy tarde en
el colectivo social que apoyaba al terrorismo, fue la primera que mostró esos
comportamientos en público, que hizo que muchos los vieran y oyeran en su
hogar. Y se cambió la ley para poder perseguirlos, como ahora sucede. Por eso
no es necesario cambiar normas ni crear leyes nuevas para internet y el uso de
las redes. Si alguien injuria por Twitter es como si injuriase a través de un
vídeo o de una entrevista en la radio. Internet sólo es una plataforma, que
bien usada es maravillosa pero que, mal usada, puede ser devastadora. Como los
martillos, que son útiles para clavar clavos y hacer un mueble o mortíferos en
caso de ser utilizados para reventar cráneos. Son las manos de quien coge el
martillo, y los dedos de quien teclea en el ordenador, los que le dan el uso al
objeto y a la red. Seamos conscientes de ello en todo momento.
Dicen que uno es libre en sus pensamientos y
esclavo de sus palabras. Añadiría que también, reo de lo que escriba. Seamos
todos conscientes de la potencia que tiene twitter, y en general internet, y
antes de escribir lo que pensamos, pensemos lo que vamos a escribir. La inmensa
mayoría de los usuarios de las redes son personas normales, que ni ofenden ni
insultan ni agreden ni amenazan. Que nosotros, esa inmensidad, sigamos en
nuestros cabales, denunciemos a los que utilizan la red de todos con fines
ilícitos, vergonzosos y humillantes, y
que los delitos, tanto en la red como en la “realidad” sean castigados por la
ley y, sobre todo, por el desprecio social, que es la más efectiva de las penas
posibles.
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