miércoles, mayo 28, 2014

Europa vuelve a enfrentarse a su pasado


Se dice muchas veces que Oriente Medio es un lugar que genera mucha más historia de la que puede absorber, y este desborde del pasado es lo que origina las tragedias del presente. Igual sensación produce nuestra vieja Europa, donde no hay esquina que se proclame ancestral ni tradición eterna ni, malo, derecho legítimo frente a cualquier otro. La historia del continente está plagada de guerras por el poder del mismo, por la eliminación de adversarios y por la búsqueda de una homogeneidad de lengua, estirpe y religión que nos ha llevado al borde del suicidio colectivo demasiadas veces. Para evitarlo, entre otras cosas, pero también, se creó la UE.

Y las elecciones de este pasado Domingo han vuelto a mostrar que los fantasmas del pasado, enterrados, parecen querer volver a despertarse. Siempre ha habido movimientos xenófobos, racistas y ultranacionalistas (de eso en España sabemos mucho) y Ucrania nos muestra hoy mismo sus peores consecuencias, pero quizás fue el Domingo cuando, al ver sus magníficos resultados en muchos países de la Unión cuando muchos empezaron a tomar nota del problema, de su profunda y gran dimensión. Sin embargo, en este caso no es tan simple como sumar todo lo que sea euroescepticismo para darnos una imagen de cuánto pesan estas ideologías en el continente, ya que lo que une a todas ellas es, precisamente, el rechazo a la UE, a un ente supranacional que les corte las alas de poder dentro de los terruños que consideran como propios y exclusivos. A partir de ahí las diferencias son notables, basadas sobre todo en la raíz de sus nacionalismos excluyentes. Si, Dios no lo quiera, Francia estuviera gobernada por el Frente Nacional de Marine Le Pen y Reino Unido por el UKIP de Niguell Farage, (mucho más probable lo primero que lo segundo) las relaciones entre ambos países serían muy malas. Adoptarían políticas proteccionistas con el fin de empobrecer al vecino, logrando así empobrecerse también ellos, se lanzarían acusaciones mutuas sobre todo y los insultos se sucederían a uno y otro lado del Canal de la Mancha. De momento ese escenario no se va a dar, pero el que ya ha sucedido es lo suficientemente grave para que pensemos en cómo combatirlo. Como antes señalaba, estas fuerzas tienen, pese a sus diferencias, un claro enemigo común, la idea de una Europa integrada, unida y operativa, y contra ese enemigo van a lanzar todas sus fuerzas, que son muchas. En frente ¿qué tenemos? Mucha desidia por parte de las autoridades nacionales, bastante incapacidad por parte de los rectores de la UE, nombrados a dedo de manera más o menos oscura por los gobiernos nacionales, y una población que pasa bastante del asunto, a la que Bruselas le parece un nido de víboras chupópteras y que ve en la UE otro frontón al que arrojar su indignación frente a la crisis económica que, de manera distinta pero intensa, se vive en todo el continente. Es decir, los enemigos de la UE actúan coordinados y firmes, y los supuestos defensores están, estamos, divididos, dudosos, vacilantes y callados, como poco. Librar la batalla por la Unión en estas condiciones se antoja difícil, muy difícil. La falta de ilusión en el proyecto, sacudido por la crisis económica y política, ha generado una gran desafección por el concepto mismo de Europa y vivimos una etapa calve en la que, como no se produzca un avance claro hacia la integración, corremos el riesgo de una involución que destruya mucho de lo ya caminado en común. No es posible una situación de impasse que dure mucho tiempo, porque nos acabaría llevando inevitablemente al segundo de los escenarios. Debemos construir antes de que algunos destruyan lo creado.

No soy un ingenuo idealista. La UE tiene enormes problemas y defectos de funcionamiento, que debieran ser corregidas antes que después, pero es el resultado de un experimento único en el mundo, el único conocido en el que naciones soberanas, y mucho, deciden cuasifederarse en un organismo colectivo que las rige, que no es un estado ni un tratado internacional, sino una mezcla confusa de todo ello. No hay una guía para construir lo que estamos creando en Europa, no sabemos cuál es el destino final, pero sí estoy seguro de que es la mejor de las ideas que han surgido en este continente en muchos siglos, y de su éxito o fracaso nos vendrá condicionada la prosperidad o la irrelevancia de una Europa que, en un mundo globalizado, cada vez cuenta menos.

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