¿A qué suena la guerra? Nuestra
memoria visual de casi todo está condicionada por las películas que hemos
visto, en las que los tiros duran poco, la música de fondo es más o menos
constante y los soldados, que sufren más o menos, acaban victoriosos sobre un
terreno arrasado en medio de fanfarrias, violines desatados y mucha emotividad.
Hay excepciones, como la primera parte de “Salvar al soldado Ryan” o la segunda
película de “Cartas sobre Iwo Jima” por ejemplo, donde la batalla aturde en su
realidad, pero son excepciones.
Ayer, en medio de la
guerra desatada que se vive en Ucrania, un grupo de milicianos prorusos
lograron abatir un helicóptero de las fuerzas ucranianas que, tras ser
alcanzado, se precipitó al suelo en medio de gran des llamas y explotó tras el
impacto, acabando con la vida de sus catorce ocupantes, en el supuesto de que
no hubieran fallecido antes de estrellarse. Uno de ellos era un general del
ejército de Kiev, y hasta donde sabemos es la primera vez que se informa de la
muerte de un alto cargo del mando ucraniano desde que comenzaron los combates. En este vídeo pueden
ver la secuencia que transcurre desde que el helicóptero es alcanzado hasta que
cae al suelo. La calidad de la imagen no es muy buena, y la toma oscila
mucho, pero su valor como documento gráfico es enorme. Pero si lo ven, quiero
sobre todo que se fijen en el sonido, que es muy nítido y revelador. Nos
encontramos en medio de un campo o bosque, seguramente en las afueras de la
localidad de Slaviansk, en medio de un grupo de milicianos rusos. No se oye
nada, ni el típico rumor de fondo proveniente de una ciudad o actividad humana,
hay un gran silencio, pero que es roto de manera continua por el disparo de
armas ligeras y morteros, y por explosiones diversas. Fíjense a lo que suena la
guerra de verdad. No hay música, no hay fanfarrias, no hay banda sonora que
poder cantar o sentir mientras se dispara al enemigo, apenas se oyen voces de
quienes disparan, o son disparados, que ambas cosas pueden ser. No, sólo domina
el ruido de las armas. Un ruido seco, como de un golpe de martillo sobre una
piedra, un ruido duro, nada amortiguado. Da igual el calibre del arma o la
munición empleada, el sonido aturde, e infunde miedo sólo de escucharlo. Nada es
capaz de frenar esas explosiones secas que llevan la palabra muerte por el
aire. Se respira miedo, pese a que quienes graban la escena deben estar eufóricos
al ver el resultado de la acción de ataque que han perpetrado, ellos u otro de
sus grupos, contra el helicóptero que, silencioso, cae envuelto en llamas y
humo. Del helicóptero citado sólo vemos las consecuencias de la acción, pero no
oímos nada. Podemos imaginarnos la angustia y los diversos ruidos que se
producirían en su interior a medida que el suelo se aproximaba a su cabina, la
escena de un campo agigantado precipitándose sobre los ojos de los aún
supervivientes que estuvieran dentro del aparato, sabedores de una muerte
segura y casi instantánea en apenas unos segundos. Pero ni vemos sus caras ni oímos
sus voces. Sólo nos lo imaginamos. Lo único que oímos es nuevas ráfagas de
disparos y explosiones, el incesante tableteo de las armas que no se callan, y
la guerra, que todo lo llena, en medio de un paraje de verde intenso y, aparentemente,
ideal para el esparcimiento. El vídeo se acaba y llega el silencio a nuestros oídos,
pero sabemos que mucho antes de grabarlo y mucho después, el único sonido que surgiría
de ese campo sería el de la guerra. Y que ahora mismo, mientras escribo esto,
mientras lo leen, el único sonido en ese bosque y sus alrededores volverá a
ser, nuevamente, el del miedo provocado por las armas.
Leyendo ahora algunos de los
muchos y buenos libros editados con motivo del centenario de la Primera Guerra
Mundial asombra ver como la contienda fue recibida con emoción y alborozo por gran
parte de la población de las naciones beligerantes, que la sintieron como una experiencia
emocionante, atractiva, una forma de excitarse para huir de un mundo demasiado
aburrido y convencional, una manera de mostrar su valentía y ejercitar el código
de honor. No tardó mucho en desvanecerse esa ilusa sensación en medio del
horror de la trinchera en la que se convirtió el centro de Europa. Y todos los
que allí fueron, y los que en cualquier otra han estado, saben a lo que suena
una guerra, y no hay sonido que les produzca mayor horror y espanto.
Subo el fin de semana a Elorrio,
y me cojo el Lunes festivo. Si todo va bien, hasta el Martes 3 de Junio.
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