Poco a poco las consecuencias de
las elecciones del Domingo empiezan a pasar factura entre los partidos
perdedores. En el PP tratan de hacer como que han ganado y ya está, a sabiendas
de que no es así. De momento tienen la posición más cómoda de todas y los
recursos a mano para poder salvarse, pero no está claro que vayan a mover un
dedo para hacerlo. Si se empeñan en seguir así se estrellarán, como claman
algunas voces en el partido, desatendidas por una mayoría acomodada y una
dirección ramplona y cortoplacista en extremo que resulta ser la menos adecuada
en estos momentos de zozobra. Ellos sabrán lo que hacen.
En el PSOE la cosa es distinta,
también su situación. La derrota electoral ha sido sangrante, otra más, y cada
vez que el partido concurre a unos comicios nacionales cosecha un resultado que
es históricamente negativo. Una secuencia de fracasos que no hay organización
que la resista. Por
eso la decisión que ayer hizo pública Rubalcaba de convocar un congreso
extraordinario para el 19 y 20 de Julio, al que no se presentará a repetir
cargo de secretario General, no cogió por sorpresa a muchos. Algo había que
hacer. Algo había que cambiar. La duda es si el congreso es la mejor vía para
hacerlo, si eso supone que las primarias abiertas para seleccionar al candidato
a la presidencia del gobierno quedan olvidadas en una esquina y si esta es la
definitiva y última actuación de un Rubalcaba que ha sido casi todo en la
política española, menos lo que más hubiera deseado ser, presidente del
gobierno. En su larguísima carrera pública, que empieza a mediados de los
ochenta, Rubalcaba lo ha sido todo. Ministro de varias ramas, vicepresidente,
el hombre con fama de ser el mejor informado de España, dueño de míticos
recursos para espiar y conocer lo que pasaba en los entresijos del poder, amigo
de las conspiraciones, calificado como Rasputín por sus enemigos, temido por
sus amigos y compañeros, Rubalcaba ha creado un mito en torno a su propia
figura política que resulta muy incómodo a la hora de analizar realmente cuál
ha sido su desempeño en los cargos que ha ocupado. Con fama de eficiente,
trabajador y disciplinado, es evidente que el ansia de poder ha sido una de sus
constantes, como por otra parte les sucede a todos los que entran en política.
Su lengua, magnífica y afilada, ha tejido muchos de los mejores discursos que
se han lanzado en el Congreso estos años, y su capacidad de trabajo en la
sombra es indiscutible. En los días del 11 al 14 de Marzo demostró su inmensa
capacidad como agitador político, vio la debilidad del enemigo, y atacó con
saña por la herida abierta de un PP que se desangraba políticamente a medida
que la confusión del atentado iba dando paso a una cruda realidad. Su papel en
estos últimos años al frente del PSOE, como secretario general, ha evidenciado que,
como a alguno le leí hace tiempo, Rubalcaba es el mejor número dos del mundo
pero un mal número uno. Leal, servicial y eficaz para servir al líder, su
propio liderazgo ha tenido enormes carencias, empezando por encarnar en su
propia persona la imagen del fracasado gobierno de ZP, y la negación a
admitirlo. Durante estos años ha tratado de salvar el trago de la oposición al
PP pensando que era un tiempo corto, un accidente, que la crisis que les sacó
del poder y arruinó España sería algo transitorio, y que volverían en breve a
ocupar el poder quienes lo ostentaron en el momento del hundimiento. Craso
error. Nadie en España va a volver a confiar en la generación y rostros que,
dirigidos por un Zapatero errado hasta el fondo, no vieron ni supieron ni, probablemente,
quisieron, asumir que el engaño en el que habían vivido durante varios años
tocaba a su fin. Por ello, la decisión de ayer de Rubalcaba de dejarlo, que
muchos desconfiados no creen sea cierta hasta que lo vean, tiene toda la lógica
del mundo y es el primero de los muchos pasos que debe dar el PSOE para su
renovación.
¿Hacia dónde? ¿Con qué liderazgo? ¿Qué
ideología? Esas y otras muchas son las preguntas profundas, que tardarán tiempo
en ser contestadas pero, inevitablemente, deben ser cubiertas. Ahora mismo el
partido está deshecho, sin poder, influencia y dinero. Conserva su feudo
andaluz, como cuartel de invierno donde sanar sus heridas, pero carece de
proyección nacional y de figuras líderes. El Congreso debiera servir para
empezar a aclarar el campo de trabajo, poniendo al frente del partido a nuevas
personas que no provengan de la etapa ZP, pero aun así eso sería también el
principio de la reconstrucción de un PSOE que, atrapado por su pasado y por el
empuje de una izquierda desatada al grito de “podemos” debe encontrar su sitio centrado
en la sociedad española. Ojalá lo consiga, lo necesitamos.
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