Le pasa a Eurovisión lo mismo que
a muchos programas de telebasura, que todo el mundo niega verlos y despotrica
contra ellos pero, cuando se emiten, alcanzan cotas de audiencia enormes, que
los hacen rentables y eternos. Pregunte en su entorno la opinión que les
produce a sus conocidos el festival de la canción (casposo será de lo más suave
que vayan a oír) y, sin embargo, todos sabrán quién ha ganado, el puesto en el
que hemos quedado (nunca los ganadores) y cuáles han sido, entre todas, las
actuaciones más horteras, espectaculares o, simplemente, frikys. Y muchos le
contestarán con un “twelve points” dicho en inglés macarrónico con pose de
presentadora.
Yo no soy fan de Eurovisión, ni
del concurso en sí mismo ni de los estilos musicales que por él desfilan, pero
no tengo nada en contra del festival y, lo confieso, me divierte ver algunas de
las canciones, comentar lo que me parecen y, sobre todo, asistir al complejo y
surrealista proceso de votación, en el que casi siempre la geopolítica, la
vecindad y los afectos locales entre naciones son los que determinan a quienes
se votan. Este año la edición se celebró en Copenhague, en un recinto
gigantesco, sito en un antiguo muelle, en un escenario en el que la luz y los
efectos especiales se salían y con un despliegue de medios apabullante en todos
los sentidos. Vi en directo hasta Alemania, más o menos un tercio de los
concursantes, y me reafirmo en que no es mi estilo musical lo que allí se
expone. Como no vi actuar a la cantante española no puedo juzgar si lo hizo
bien o no, pero esta vez hemos quedado en un honroso puesto 10, cima a la que
no llegábamos desde hace mucho tiempo, por lo que se puede considerar un éxito.
Dirán algunos que vaya bodrio, dado que España es uno de los países que paga el
festival (y por eso no bajamos nunca) no somos capaces de ganarlo ni soltando
pasta. Sí vi las dos actuaciones más impactantes, por diversas cuestiones, de
las que desfilaron por el escenario. Una fue la austriaca, la ganadora de la
edición, en la que un cantante convertido en musa hipster, tribu urbana de moda
en este momento, con sus melenas sueltas, barba y figura escultural, cantó una
balada simple, efectiva, de manera estática en el escenario, sin
acompañamiento, y con el morbo de ver como la cámara le enfocaba mientras medio
continente se preguntaba quién era realmente Conchita, nombre artístico del intérprete.
La canción, a mi entender, es correcta pero no vale mucho, y no es lo que se
dice “festivalera” pero el
marketing y la interpretación fueron suficientes para coronar a Austria a la
cabeza de la clasificación. La otra actuación de impacto, que lo buscaba,
fue la de Polonia, país católico y recatado donde los haya que, como la España
de los setenta, quizás dio por inaugurada el sábado su época del destape de
manera muy europea. En el escenario un trío de rubias polacas cantaban, es un
decir, una canción mala de solemnidad que hablaba de la belleza de las mujeres
eslavas, algo indudable, de mientras que el papel de los coros lo ejercía una
rubia que hacía como que lavaba unas prensas sobre la orilla de un río,
insinuando que el detergente y el suavizante salían de sus pechos, y en el otro
extremo otra polaca completamente hormonada y con un sujetador a prueba de
bombas desarrollaba una escena propia de una peli porno en la que imitaba, con
un grueso palo entre sus manos, el movimiento de la mezcla que se realiza en un
cuenco para elaborar mantequilla, o algo similar, mostrando unos pechos aún más
ceñidos y voluptuosos que la anterior. La escena caminaba entre el surrealismo
y el patetismo, causando asombro, risa y pena a partes iguales. Por no mucho la
canción española fue más votada que la polaca, pero varios países le dieron puntos.
Entre ellos, oh sorpresa, Italia, seguramente todos ellos votados por un
Berlusconi a quien le gustó más la interpretación que la melodía.
A medida que las votaciones avanzaban y Austria
se encaramaba a lo alto del pódium el cachondeo en internet iba a más. Destaco
dos ideas. Una es que el ogro homófobo de Putin ha tenido su merecido, al ver
como Europa corona en su festival a un transexual barbudo, tras lo cual es
probable que Rusia, directamente, bombardee Viena para evitar un nuevo episodio
por el estilo. El otro, muy agudo, fue el “mensaje de twitter que Wilkinsom, la marca de cuchillas de
afeitar, envió para felicitar a Conchita por su victoria, recordándole que de
usarlas también habría ganado dada su buena voz e interpretación, en lo que me
parece un uso magnífico, veloz y con mucha guasa, del poder de las redes
sociales por parte de una marca.
3 comentarios:
Al parecer lo mejor estuvo en twitter con comentarios del tipo "Austria ha ganado por los pelos"...
Fue divertidísimo seguir las votaciones y los comentarios, y reírse mucho y asombrarse de la inventiva de algunos....
Fue divertidísimo seguir las votaciones y los comentarios, y reírse mucho y asombrarse de la inventiva de algunos....
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