Este fin de semana he tenido
despedida de soltero, mixta y tranquila, y no la mía, antes de que empiecen a
preguntarse cosas, sino la de un buen amigo de Elorrio, IGU, todo, corazón, que
tanto se merece, y al que hemos agasajado durante estos días con motivo de su
boda, que tendrá lugar a mediados de Junio. Alquilamos una casa rural en un
pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza y como actividad, dado que no había
consenso a la hora de realizar pruebas deportivas o con un cierto riesgo
físico, optamos por representar un “cluedo en vivo” un teatro en el que se
simula el asesinato de uno de los invitados a una fiesta y el novio, entre
otras cosas, debe investigar quién ha sido el culpable.
¿Ha hecho usted teatro alguna
vez? No, no me refiero al que interpretamos en la vida diaria, llena de falsos
cumplidos, besos vacíos y carantoñas engañosas, que ojalá no sea así, pero que
todos sabemos que existen y realizamos con mayor frecuencia de la debida. Me
refiero a teatro de verdad, de subirse o no a un escenario, pero sí de representar
un papel ante un público, de recitar unas líneas ensayadas e interactuar con
otros personajes ante la atenta mirada de unos ojos que los ven y tratan de
involucrarse en la escena que se desarrolla ante ellos. No estoy seguro, pero
creo que la experiencia del sábado, siendo como fue algo de juguete y sin otro
público más allá de mis amigos y los que organizaban el juego, ha sido mi
primera experiencia de este tipo. Y me lo pasé bien, entre otras cosas porque
nos conocíamos todos y la presión era muy pequeña, el objetivo final era
divertirse y poco más. Pero subirse de verdad a unas tablas, encarnar un papel
y soportar la presión del público, sean pocos o muchos, debe ser una
experiencia dura, compleja y de alta tensión. Más allá de que uno pueda cometer
errores con el guion que ha tenido que memorizar (y yo no tengo memoria, qué
desastre sería!!) lo más difícil es eso que se dice de meterse en la piel del
personaje, hacerlo tuyo, o mejor, que él sea tú. Se puede uno poner pelucas,
disfraces, caracterizaciones varias, atrezo más o menos elaborado, pero lo más
importante es ser creíble, es lograr que la persona que te ve no te vea a ti,
sino a quien representas. Que la figura, la persona, el rostro de quien actúa
desaparezca, se vuelva transparente, y que sobre la escena emerja un rufián, un
asesino, un policía, una huérfana, un borrachuzo, un cura, un rey de Dinamarca…
lo que sea. Los buenos actores son los que logran ese milagro de la
transparencia, y se convierten en vasijas que, al contrario que las originales,
que obligan al líquido a adaptarse a su forma, se contorsionan y moldean para
que sean ellas las que, al recibir el líquido, se transformen en lo que el
líquido les impone. Cuando una interpretación nos emociona es porque ha logrado
ese punto en el que, como espectadores, el personaje nos llega, no el actor,
sino el personaje. En ese momento de emoción nos da igual si el que está
representando la figura es alguien famoso o conocido, es un rostro popular o se
nos antoja completamente ajeno. Es indiferente. Porque para nosotros él ya no
es “él” sino el personaje que representa. Y pese a que no soy un experto en la
materia, y como sucede en los conciertos, a veces uno logra notar que esa
comunión que existe entre el público y el personaje se logra, y se convierte en
algo colectivo, en una emoción compartida por un público que se asombra,
divierte, ríe, emociona, sufre o malvive la experiencia de un personaje que,
ante ellos, se desnuda por completo para mostrarse tal y como el guionista, el
autor, lo ha diseñado. Esa es la magia eterna del teatro.
Evidentemente la experiencia del sábado, como
juego que fue, tuvo bastante más de divertimento entretenido que de
interpretación, por lo que no surgió nada de todo lo anterior, ni era mucho
menos el objeto buscado, pero si hubo momentos en los que todos los que allí
estábamos nos encontrábamos muy metidos en nuestros personajes, y que la
escena, vista desde fuera, sería tan surrealista como divertida, lo cual sería
muestra de que mal no lo estaríamos haciendo. En fin, que me da la sensación de
que, no sólo por la actuación, IGU se lo ha pasado muy bien, y que el veneno
del teatro, que en tantos anida, debe ser conjurado viéndolo, asistiendo a
representaciones, apoyando a las compañías y, si alguno se anima a dar el paso,
subirse a un escenario, y empezar a recibir el líquido que nos moldeará a su
antojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario