Ayer le tocó a la apacible Bélgica,
un país dividido entre flamencos y valones pero que, de cara al exterior,
muestra una imagen aburrida, apacible y sosa, como de lugar en el que no sucede
nunca nada, hasta que pasa. La
policía, en un intento de desmantelar una célula yihadista en una localidad al
este del país acabó a tiros con los terroristas y dos de ellos murieron, en
una refriega de disparos de alto calibre que parecía por momentos una balasera
mejicana. Parece que esa célula iba a actuar de manera inminente y está por ver
si tenía conexiones con los atentados de París o iba por libre.
Los atentados de París han
cambiado notablemente la valoración del riesgo del yihadismo en Europa y los
modos de actuación de la policía. Ahora mismo la sensación de inseguridad es
muy alta en todas las capitales de la UE, vista la existencia de células en
ellas, durmientes o no, que pueden actuar en cualquier momento. Algunas están
controladas, y se sabe qué recorrido vital y “profesional” si se me permite la
expresión, han llevado a cabo en estos últimos años, pero también se sabe que hay
terroristas no fichados y que se desconoce por completo su identidad, carácter
e intenciones. La policía también ha cambiado mucho. Visto que la actitud de
estos terroristas no pasa por la negociación, sino por el uso intensivo de
material militar que puede hacer mucho daño, la orden es primero disparar y
luego preguntar, con el objetivo de salvar al mayor número posible de agentes.
De hecho que un asalto como el belga de ayer se salde con la muerte de los
terroristas sólo es comprensible a la luz de lo sucedido en París hoy hace una
semana. Todos estos hechos también muestran hasta qué punto vamos retrasados en
la lucha contra este terrorismo. Las autoridades europeas, en coordinación con
las internacionales, se plantean ahora la creación del registro de pasajeros de
avión para saber quiénes acuden a las guerras de oriente medio para formarse y
retornan, medida que puede tener su utilidad, no lo niego, pero que no va a
servir para nada a la hora de identificar a los cientos de militantes que YA
han vuelto y están aquí, como los hermanos Koauchi o, se sospecha, los muertos
ayer en Bélgica. Además, para más escarnio, ahora se ha sabido que Coulibaly,
el asesino del supermercado judío, y su novio (manda “eso” que esta gente pueda
tener novia) estuvieron
pasando la noche vieja y el final de año en Madrid. Parece que llegaron aquí
el 31 y se fueron el 2 de enero, ella vía avión rumbo a Estambul, para luego
dirigirse a Siria, y él en coche a París, ciudad de la que ambos llegaron
igualmente pagando los peajes de las autopistas que van desde el extrarradio de
la urbe francesa hasta Burgos, siendo el resto gratuito hasta la Puerta del
Sol. En este caso el registro de avión hubiera sido completamente inútil, y no hubiera
permitido extraer conclusión alguna. Parece que Coulibaly sí estaba fichado por
la policía francesa, pero no su novia, que además no voló a Siria, sino a la
turística Estambul, que recibe miles y miles de pasajeros todos los días con el
deseo de perderse en sus bazares y sentirse enanos bajo la cúpula de Santa Sofía.
¿Qué quiero decir? Que vamos tarde, que muchas de las medidas que se están
comentando estos días pueden tener cierta utilidad, pero mucha de la misma ya
está perdida por la tardanza con la que se han aplicado, tardanza derivada de
la falsa sensación de seguridad europea ante el problema yihadista. Los
periodistas llevan meses, años advirtiendo del flujo de combatientes locales
hacia los destinos de guerra y de su retorno, y aparentemente, no se ha hecho
lo debido para controlarlos.
Tras lo sucedido en París y en Verviers,
la localidad belga del tiroteo de ayer, las alarmas no dejan de crecer en las
sedes de gobierno, inteligencia e interior de toda Europa. Parece evidente que con
este año se ha iniciado una especie de campaña terrorista en Europa por parte
de Al Queda, el Estado islámico o todos ellos, que se llevan mal pero más nos
odian a nosotros, que se va a convertir en una constante sombra para nuestra
existencia. La coordinación entre países europeos en este caso es vital,
teniendo en cuenta de que, aunque actuemos de la manera más perfecta posible,
es casi imposible que no se produzca un ataque terrorista exitoso en alguna
otra parte.
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