Ayer por la tarde, al salir del
trabajo, me encontré con el caos. Un
paquete sospechoso había desatado todas las alarmas en la macroestación de Nuevos
Ministerios, y la habían desalojado por completo. Tres líneas de metro y
varias más de cercanías que por allí pasan se encontraban cortadas hasta saber
qué es lo que había sucedido. Mi trabajo, cuya línea de metro pasa por ahí y
está a dos paradas de distancia, se encontraba en la zona de desalojo. Gran
parte de la Castellana sentido bajada a Madrid estaba cortada, las paradas de
autobuses, atestadas, y muchas personas consultaban sus móviles tratando de
saber cómo salir de ahí.
La matanza terrorista de Charlie
Hebdo en París, el
nuevo y confuso ataque a un policía, que resultó muerto, sucedido ayer por la
mañana también en la capital francesa, el saber que los autores del ataque
siguen sin ser detenidos, y sobre todo, la sensación de que el islamismo, como
elemento de peligro, ha arribado a Europa definitivamente, han convertido a
estos días en continuos momentos de tensión y nervios. Las sospechas se
disparan, objetos abandonados en cualquier parte se convierten instantáneamente
en potenciales paquetes bomba, y las alertas saltan por doquier. Es normal. Y
de la misma manera que este nerviosismo se ha extendido, se irá disipando poco
a poco a medida que, ojalá, no se produzcan nuevos atentados en un futuro
cercano. Pero, aunque se produjesen, las sociedades acaban acostumbrándose a
vivir con un cierto nivel de miedo y siguen adelante, en un ejercicio de
supervivencia que, en el fondo, además de natural, es la mejor manera para
derrotar a esos fanáticos que, en última instancia, desean destruir nuestras
sociedades. Madrid, ciudad castigada por el terrorismo etarra durante varias décadas,
se acostumbró a vivir con esa amenaza, con el riesgo de saber que quizás algún
día un coche bomba de los terroristas pudiera acabar matando o hiriendo a
alguien cercano, o a uno mismo, pero la ciudad siguió adelante. Lo mismo se
puede decir de Londres en la época del IRA, que golpeaba con relativa
frecuencia la capital británica. El terrorismo islamista tiene matices
importantes que lo hacen más peligroso, especialmente por la dimensión de sus
atentados y la sensación de que no se entienden sus causas ni lo que buscan, y
el riesgo de generar una fractura en nuestras sociedades, pudiendo culpabilizar
a todos los miembros de una creencia, fe o modo de vida de las actitudes de
unos fanatizados. Pero pese a sus distintas tácticas operativas, de organización
y de creencia, todos los terrorismos son similares, y se basan en la creencia
en la debilidad de nuestra forma de vida, en nuestro miedo absoluto al
descontrol, en la asunción de que, como niños, hemos creado una sociedad
ultraprotectora que nos cuida y vigila en todo momento, y que cualquier destrozo
que se produzca en ella tendrá consecuencias inmensas. Parte de ese
razonamiento es cierto, y por eso el terror busca golpes indiscriminados en
poblaciones grandes, en las que sabe que acabará matando sí o sí, sin que
importen quienes sean sus víctimas, ni cuantas. Y eso es la más efectiva
siembra del terror posible, la que nos mete en el cuerpo, la que hace decir a
la gente que mañana no cojas el metro o el tren, por si hay un atentado. Ese el
objetivo que buscan los terroristas, amedrentarnos y destruir la forma en la
que vivimos.
Por eso, y por duro que suene, creo que una de
las maneras más efectivas que existen de luchar contra el terror es ignorarlo. Como
ciudadanos nada (o casi) podemos hacer para evitar atentados, estamos en manos
de los cuerpos y fuerzas de seguridad, y sobre todo de la inteligencia y el
espionaje. Pero a cada uno de nosotros nos toca seguir con nuestras rutinas,
ejercerlas, mantener nuestra vida, lanzando así una señal a los totalitaristas
de que no nos podrán vencer. De que tenemos miedo, sí, pero que no nos
rendimos, de que no nos pueden someter a sus designios. Puede sonar tonto, pero
coger estos días un transporte público es un gesto de desafío al terror, de
lucha personal contra el miedo, de batalla librada y ganada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario