lunes, enero 12, 2015

¿Sirve de algo manifestarse contra el terror?


Ayer millones de personas se echaron a las calles de París, y otras ciudades francesas, para lanzar un grito unánime contra el terrorismo, para deplorar la barbarie que el yihadismo criminal ha cometido en los pasados días en la redacción de Charlie Hebdo y en un supermercado judío, y para decir alto y claro que no vencerán, que la sociedad luchará por sus libertades frente al miedo y el fanatismo. Era emocionante ver por la tele a esas multitudes y, en cierto sentido, mi corazón, y el de muchos otros en todo el mundo, marchaba con ellos, se encontraba en la plaza de la república de París.

¿Sirve de algo manifestarse frente a una salvajada así, frente al fanatismo? Sinceramente, y ahora que no nos oye nadie, les confieso que no, pero es algo necesario que hay que hacer. Crímenes como el de la semana pasada conmocionan a la sociedad de una manera tan honda que exigen una acción, algo que permita gritar, exorcizar los miedos y mostrar el dolor en público. En Madrid vivimos algo similar después de la carnicería del 11M, en una manifestación gigantesca, bajo una lluvia continua, en la que Madrid lloraba su dolor, a sabiendas de que los autores de la acción seguían por ahí y amenazaban con nuevos atentados. Esa manifestación, como la de ayer en París, fue la válvula de escape de una sociedad que, viviendo en común, también sufre en común. Por ello es útil y necesaria, pero dudo de que sirva para convencer a los fanáticos para que desistan de sus crueles propósitos, dado que no atienden ni a razones ni a emociones. La constatación, cruel, de que esto es así la viví en persona, junto con otros muchos, durante el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, en el verano de 1997. ETA lo secuestró y amenazó con ejecutarlo en un plazo tan breve que era obvio que no se iba a poder hacer nada para salvarlo. En una época sin internet, redes sociales ni la parafernalia actual, ETA innovó en el arte del terror y realizó la primera ejecución “en directo” de las sociedades occidentales, de la que no hay muestra gráfica porque en ese momento no existían los citados medios. Muchos acudimos el sábado 13 de Julio a una manifestación enorme en Bilbao, bajo un sol espléndido y con un calor meteorológico y ambiental insuperable. Esa jornada, dos días después del secuestro del concejal, se acababa el plazo para que el gobierno cumpliera las exigencias etarras. Cuando la masa de gente desfilaba por la Gran Vía, que se quedó pequeña como nunca, Blanco estaba vivo, pero muchos sabíamos cómo iba a acabar ese día. Gritábamos, caminábamos en silencio, aplaudíamos, no hacíamos nada, todo ello en función de la ola que llegaba de la cabecera o la cola de la manifestación, pero sobre todo nos apoyábamos entre todos para conjugar el dolor que, sospechábamos, vendría en unas horas. La imagen del Arenal bilbaíno repleto de gente, como pocas veces habrá estado, reclamando la libertad del Miguel Ángel no se me olvidará nunca, ni tampoco la sensación de que, pese al sol que brillaba en el cielo, la nube del terror no se disipaba, y que se acercaba el momento del llanto. En el camino a casa los silencios dominaban a los que regresábamos, silencios de cansancio y abatimiento, porque no era yo el único que sospechaba que ese enorme esfuerzo no iba a servir para salvarle la vida al secuestrado. Horas después ETA, al igual que Al Queda o el EI, ejecutaba su sentencia de muerte sin conmiseración, piedad ni remordimiento alguno.

Visto así, era inútil manifestarse, no iba a provocar un cambio de actitud de los terroristas. Y así fue. Evidentemente al terror se le gana con policía, investigación y eficacia, pero la sociedad, su movilización, es necesaria, quizás no tanto para doblegar al fanático, sino para que la misma sociedad se refuerce a sí misma, encuentre un apoyo en su seno para poder aguantar estos golpes, y los que vengan, y no se desgarre fruto del dolor y la ira. Ayer París fue el orgullo de Europa, y los islamistas que vieron a esa masa, seguramente, la despreciaron con saña. Que al menos esa sensación de rabia que quizás salió de sus enfermas mentes sea nuestra victoria.

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