Ayer
millones de personas se echaron a las calles de París, y otras ciudades
francesas, para lanzar un grito unánime contra el terrorismo, para deplorar la
barbarie que el yihadismo criminal ha cometido en los pasados días en la
redacción de Charlie Hebdo y en un supermercado judío, y para decir alto y
claro que no vencerán, que la sociedad luchará por sus libertades frente al
miedo y el fanatismo. Era emocionante ver por la tele a esas multitudes y, en
cierto sentido, mi corazón, y el de muchos otros en todo el mundo, marchaba con
ellos, se encontraba en la plaza de la república de París.
¿Sirve de algo manifestarse
frente a una salvajada así, frente al fanatismo? Sinceramente, y ahora que no
nos oye nadie, les confieso que no, pero es algo necesario que hay que hacer.
Crímenes como el de la semana pasada conmocionan a la sociedad de una manera
tan honda que exigen una acción, algo que permita gritar, exorcizar los miedos
y mostrar el dolor en público. En Madrid vivimos algo similar después de la
carnicería del 11M, en una manifestación gigantesca, bajo una lluvia continua,
en la que Madrid lloraba su dolor, a sabiendas de que los autores de la acción
seguían por ahí y amenazaban con nuevos atentados. Esa manifestación, como la
de ayer en París, fue la válvula de escape de una sociedad que, viviendo en común,
también sufre en común. Por ello es útil y necesaria, pero dudo de que sirva
para convencer a los fanáticos para que desistan de sus crueles propósitos,
dado que no atienden ni a razones ni a emociones. La constatación, cruel, de
que esto es así la viví en persona, junto con otros muchos, durante el
secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, en el verano de 1997. ETA lo
secuestró y amenazó con ejecutarlo en un plazo tan breve que era obvio que no
se iba a poder hacer nada para salvarlo. En una época sin internet, redes
sociales ni la parafernalia actual, ETA innovó en el arte del terror y realizó
la primera ejecución “en directo” de las sociedades occidentales, de la que no
hay muestra gráfica porque en ese momento no existían los citados medios. Muchos
acudimos el sábado 13 de Julio a una manifestación enorme en Bilbao, bajo un
sol espléndido y con un calor meteorológico y ambiental insuperable. Esa
jornada, dos días después del secuestro del concejal, se acababa el plazo para
que el gobierno cumpliera las exigencias etarras. Cuando la masa de gente
desfilaba por la Gran Vía, que se quedó pequeña como nunca, Blanco estaba vivo,
pero muchos sabíamos cómo iba a acabar ese día. Gritábamos, caminábamos en
silencio, aplaudíamos, no hacíamos nada, todo ello en función de la ola que
llegaba de la cabecera o la cola de la manifestación, pero sobre todo nos apoyábamos
entre todos para conjugar el dolor que, sospechábamos, vendría en unas horas.
La imagen del Arenal bilbaíno repleto de gente, como pocas veces habrá estado,
reclamando la libertad del Miguel Ángel no se me olvidará nunca, ni tampoco la
sensación de que, pese al sol que brillaba en el cielo, la nube del terror no
se disipaba, y que se acercaba el momento del llanto. En el camino a casa los
silencios dominaban a los que regresábamos, silencios de cansancio y
abatimiento, porque no era yo el único que sospechaba que ese enorme esfuerzo
no iba a servir para salvarle la vida al secuestrado. Horas después ETA, al
igual que Al Queda o el EI, ejecutaba su sentencia de muerte sin conmiseración,
piedad ni remordimiento alguno.
Visto así, era inútil
manifestarse, no iba a provocar un cambio de actitud de los terroristas. Y así
fue. Evidentemente al terror se le gana con policía, investigación y eficacia,
pero la sociedad, su movilización, es necesaria, quizás no tanto para doblegar
al fanático, sino para que la misma sociedad se refuerce a sí misma, encuentre
un apoyo en su seno para poder aguantar estos golpes, y los que vengan, y no se
desgarre fruto del dolor y la ira. Ayer París fue el orgullo de Europa, y los
islamistas que vieron a esa masa, seguramente, la despreciaron con saña. Que al
menos esa sensación de rabia que quizás salió de sus enfermas mentes sea
nuestra victoria.
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