Es un vicio que las encuestas y
sondeos se cumplan. Da por bueno el dinero invertido en ellas, simplifica el
trabajo de los analistas y ofrece una imagen de realidad perceptible y
controlable que deja tranquila a mucha gente. En las elecciones griegas todas
las encuestas daban por segura la
victoria de Syriza, y es lo que finalmente ha sucedido, quizás incluso con
mayor margen de voto del esperado. Tras la obtención del bonus electoral de los
cincuenta escaños la coalición ganadora se queda en 149 escaños, a dos de la
absoluta. En la práctica controla el parlamento y puede formar gobierno.
Si hasta ahora estábamos en la
parte interesante de la historia, ahora hemos llegado a la importante. Tras
años de oposición y crítica Tsipras, que va a ser el próximo primer ministro,
accede a un poder recortado y dependiente de la financiación exterior. Su
hacienda, pese a genera déficit primario (cosa que en España aún no somos
capaces) es débil, posee agujeros inmensos y no recauda lo debido, y el tejido
productivo del país, corrupto y agrietado antes de la crisis, es ahora un páramo.
Su intención es la de renegociar con la troika las condiciones de financiación
de la deuda griega, cuya parte pública está en torno al 170% del PIB,
inasumible para el país, como por lo bajo señala casi todo el mundo. Sin
embargo, y sospecho que Tsipras lo sabe, su margen de negociación no es tan amplio
como el que se proclamaba en los mítines electorales. Es imposible que los
socios que hemos aportado parte del rescate (España unos 26.000 millones)
aceptemos una quita como tal, por lo que tras mucho teatro y declaraciones, lo
más probable es que se alcance un acuerdo en el que se aumenten los plazos de
devolución y, en la práctica, la quita se transforme en un proceso de repago
infinito, dando por tanto un margen amplio al gobierno. Pero este, que muchos
presentan como el gran problema del país, no es sino uno de los muchos que le
afligen. Como antes comentaba Grecia depende de la financiación internacional
para abrir la persiana todos los días, carece de crédito exterior, no emite en
los mercados de deuda y no puede realizar políticas de gasto porque no tiene
con qué pagarlas. Seguramente Tsipras luchará por reducir la carga impositiva
de los griegos, por eliminar algunos de los recortes que estos años han
sufrido, en cuantía y dimensión infinitamente mayor que los que nosotros conocemos,
pero su margen de maniobra no es tan grande como pudiera pensar. Si no logra reactivar
la economía helena no podrá desviar partidas de gasto hacia fines sociales, e
internamente debe acometer una reforma muy dura para eliminar las ineficiencias
y corruptelas que asolan el tejido público y privado del país. ¿Está dispuesto
a hacerlo? No lo se. De momento conocemos la imagen mitinera y de campaña de un
político joven, de buena planta, y que lleva varios años en el escenario público.
A partir de hoy comenzaremos a conocer al gobernante Tsipras, que espero nos de
una positiva sorpresa, entre otras cosas porque cuanto mejor lo haga mejor le
irán las cosas a sus compatriotas y, de paso, al resto de europeos. Toca
esperar y ver.
Y el resto de Europa, que ha estado muy pendiente
de estas elecciones, empieza hoy una nueva fase de la interminable crisis, ésta
en forma política, en la que las formaciones que han sostenido el equilibrio
político de manera tradicional, encarnadas en Grecia en al centroderecha de
Nueva democracia y en la socialdemocracia del PASOK, se ven relegadas o a un
segundo puesto o a la irrelevancia. Partidos nuevos, o veteranos radicalizados
se aprestan a tocar poder y a condicionar las políticas no sólo de salida de la
crisis, sino todas las que determinan el rumbo del país. Desde hoy el riesgo
que representa Podemos en España, o el frente Nacional en Francia, dejan de ser
hipótesis para convertirse en escenarios factibles, con todas sus consecuencias.
Sí, ayer no sólo cambió Grecia, lo hizo toda Europa. Aquí también toca esperar
y ver hacia dónde.
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