lunes, enero 19, 2015

Cuando falla la previsión meteorológica (para Silvia Laplana)


Creo que fue el físico Niels Bohr, aunque tengo mis dudas, quien dijo esa frase de que hacer predicciones es un ejercicio muy arriesgado, sobre todo si son referidas al futuro. Día tras día tratamos de prever qué pasará mañana, es un anhelo humano irrefrenable, y siempre cometemos errores, de una dimensión variable y, en demasiadas ocasiones, incontrolable. Yo, que soy economista, qué les voy a contar sobre predicciones a futuro que no se cumplen, ni en la macro ni en los mercados ni en otro contexto. Pero inasequibles al desaliento, ahí seguimos prediciendo y arriesgándonos a un nuevo error.

Ayer lo que fallaron fueron las previsiones meteorológicas, que han mejorado muchísimo con el tiempo (no es un juego de palabras) pero que aún no son fiables por completo. Todos los modelos, webs, empresas y la propia AEMET preveían nevadas de intensidad variable, pero extensas, en amplias franjas del centro peninsular a lo largo de todo el día. La joya de la previsión de nieve, que es saber si va a caer o no en Madrid ciudad, la lucían todos en forma de inequívocos símbolos de estrellas cayendo de una oscura nube sobre la ciudad. 4 centímetros era el tamaño de la capa prevista y el ayuntamiento y comunidad, de acuerdo con los avisos decretados, esparcieron sal en las bocas de metro y salmuera sobre el asfalto de muchas calles para evitar que el manto blanco convirtiera a Madrid en una bella postal que atrapa en su interior a todos los coches que por ella tratan de moverse. El domingo por la mañana llegó, frío, muy frío, con una temperatura poco por encima de los 0 grados, y un cielo completamente cubierto, las condiciones ideales para que se pusiera a nevar. La cota, en efecto, incluía a toda la ciudad y gran parte de las zonas bajas de la comunidad y de Castilla la Mancha. Sin embargo, del cielo no caía nada. A medida que pasaban las horas de la mañana y la situación era inamovible (frío, oscuridad y ausencia de precipitación) empezaba a ser obvio que la nieve, como mínimo, llegaba más tarde de lo previsto. Pero cuando consultaba en la web las imágenes del radar para saber dónde se encontraba la precipitación que traería el manto blanco la decepción era lo único que caía sobre el suelo de Madrid. Nada. Ni una sola mancha de precipitación se veía por el radar a cientos de kilómetros de Madrid, no importa hacia qué dirección se observara. Llovía con fuerza en el sur peninsular, como también se había previsto, pero más o menos la precipitación se acababa a la altura de Córdoba, y desde ahí hacia el norte… nada. Era imposible que nevase. La borrasca que se suponía iba a envolvernos con su blanca manta sólo aportaba pesadas nubes que sufrían una especie de gatillazo, una “nieves interruptus” causada quizás por el miedo escénico de cubrir la ciudad y oír desde las alturas los gritos de júbilo de unos o los chillidos de enfado de otros. Al mediodía ya era evidente que el pronóstico había fallado, no solo en Madrid, sino en casi todo el centro de España, y el cachondeo empezaba a surgir en Internet, cubriendo todo el país de una risa sarcástica en la que se hablaba de bloqueos por la intensidad de lo no caído, de un seiscientos cubierto de nieve que indicaba la cota a la que iba a precipitar, etc. Muchos comentarios se cebaban en los hombres del tiempo, que llevaban días anunciando la nevada y habían provocado la movilización y alerta de los servicios públicos de protección civil y todos los relacionados con el tráfico. Me imagino que muchos meteorólogos, entristecidos al no ver al nieve, debieron pasar una tarde muy dura sintiendo en su interior lo que, de manera injusta, de ellos se comentaba.

Injusta porque la previsión meteorológica, pese a los avances que ha registrado, que dejan a la economía en el más absoluto de los ridículos, sigue siendo un arte muy complejo y difícil, en el que equivocarse es mucho más fácil de lo que parece, y debemos ser comprensivos. La nieve, como acordándose de los pobres hombres y mujeres del tiempo, fue compasiva, y a eso de las 23 horas, al poco de acabarse el día, empezó a caer en Madrid y a colapsar algunas de las vías de acceso a la ciudad, por lo que siendo rigurosos ayer sí nevó en Madrid, por los pelos, pero con la sensación de que realmente no lo hizo. Habrá que seguir esperando, y ojalá la próxima vez sí se cumpla el pronóstico y la ciudad se quede blanca del todo.

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