Creo que fue el físico Niels
Bohr, aunque tengo mis dudas, quien dijo esa frase de que hacer predicciones es
un ejercicio muy arriesgado, sobre todo si son referidas al futuro. Día tras día
tratamos de prever qué pasará mañana, es un anhelo humano irrefrenable, y
siempre cometemos errores, de una dimensión variable y, en demasiadas
ocasiones, incontrolable. Yo, que soy economista, qué les voy a contar sobre
predicciones a futuro que no se cumplen, ni en la macro ni en los mercados ni
en otro contexto. Pero inasequibles al desaliento, ahí seguimos prediciendo y
arriesgándonos a un nuevo error.
Ayer lo que fallaron fueron las
previsiones meteorológicas, que han mejorado muchísimo con el tiempo (no es un
juego de palabras) pero que aún no son fiables por completo. Todos los modelos,
webs, empresas y la propia AEMET preveían nevadas de intensidad variable, pero
extensas, en amplias franjas del centro peninsular a lo largo de todo el día.
La joya de la previsión de nieve, que es saber si va a caer o no en Madrid
ciudad, la lucían todos en forma de inequívocos símbolos de estrellas cayendo
de una oscura nube sobre la ciudad. 4 centímetros era el tamaño de la capa
prevista y el ayuntamiento y comunidad, de acuerdo con los avisos decretados,
esparcieron sal en las bocas de metro y salmuera sobre el asfalto de muchas calles
para evitar que el manto blanco convirtiera a Madrid en una bella postal que
atrapa en su interior a todos los coches que por ella tratan de moverse. El
domingo por la mañana llegó, frío, muy frío, con una temperatura poco por
encima de los 0 grados, y un cielo completamente cubierto, las condiciones
ideales para que se pusiera a nevar. La cota, en efecto, incluía a toda la
ciudad y gran parte de las zonas bajas de la comunidad y de Castilla la Mancha.
Sin embargo, del cielo no caía nada. A medida que pasaban las horas de la
mañana y la situación era inamovible (frío, oscuridad y ausencia de precipitación)
empezaba a ser obvio que la nieve, como mínimo, llegaba más tarde de lo
previsto. Pero cuando consultaba en la web las imágenes del radar para saber dónde
se encontraba la precipitación que traería el manto blanco la decepción era lo único
que caía sobre el suelo de Madrid. Nada. Ni una sola mancha de precipitación se
veía por el radar a cientos de kilómetros de Madrid, no importa hacia qué
dirección se observara. Llovía con fuerza en el sur peninsular, como también se
había previsto, pero más o menos la precipitación se acababa a la altura de Córdoba,
y desde ahí hacia el norte… nada. Era imposible que nevase. La borrasca que se
suponía iba a envolvernos con su blanca manta sólo aportaba pesadas nubes que sufrían
una especie de gatillazo, una “nieves interruptus” causada quizás por el miedo
escénico de cubrir la ciudad y oír desde las alturas los gritos de júbilo de
unos o los chillidos de enfado de otros. Al mediodía ya era evidente que el
pronóstico había fallado, no solo en Madrid, sino en casi todo el centro de
España, y el cachondeo empezaba a surgir en Internet, cubriendo todo el país de
una risa sarcástica en la que se hablaba de bloqueos por la intensidad de lo no
caído, de un seiscientos cubierto de nieve que indicaba la cota a la que iba a
precipitar, etc. Muchos comentarios se cebaban en los hombres del tiempo, que
llevaban días anunciando la nevada y habían provocado la movilización y alerta
de los servicios públicos de protección civil y todos los relacionados con el
tráfico. Me imagino que muchos meteorólogos, entristecidos al no ver al nieve,
debieron pasar una tarde muy dura sintiendo en su interior lo que, de manera
injusta, de ellos se comentaba.
Injusta porque la previsión meteorológica, pese
a los avances que ha registrado, que dejan a la economía en el más absoluto de
los ridículos, sigue siendo un arte muy complejo y difícil, en el que
equivocarse es mucho más fácil de lo que parece, y debemos ser comprensivos. La
nieve, como acordándose de los pobres hombres y mujeres del tiempo, fue
compasiva, y a eso de las 23 horas, al poco de acabarse el día, empezó a caer
en Madrid y a colapsar algunas de las vías de acceso a la ciudad, por lo que
siendo rigurosos ayer sí nevó en Madrid, por los pelos, pero con la sensación
de que realmente no lo hizo. Habrá que seguir esperando, y ojalá la próxima vez
sí se cumpla el pronóstico y la ciudad se quede blanca del todo.
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