La vida es cambio. Todos lo
sabemos, nos cueste asumirlo más o menos. Nosotros mismos, mental y
biológicamente, no somos los mismos que hace meses o años. Nuestras células de
la piel se han caído y renovado, y nuestros pensamientos, ojalá, también hayan
seguido una pauta de cambio, mejor y progreso, aunque esto en ocasiones sea más
difícil que ver volver a crecer el pelo. Las cosas que nos gustan también
cambian, las modas las alteran, y uno debe estar preparado para ello. Sabía
que, tarde o temprano Carlos Alsina dejaría la tarde noche para ir la primera
división de la mañana. De forma un tanto abrupta, ese cambio ya es realidad.
Durante estos diez años, con
permiso del omnipresente y tedioso fútbol, he pasado las tardes y noches entre
semana con Alsina, con su programa de radio de actualidad y comentario
económico y político. Sí, se que hay muchos programas similares a esa hora, y
que son también buenos, pero lo cierto es que, poco a poco, y partiendo de un
formato tradicional, Alsina ha logrado hacer “otra cosa” en la franja de las
tertulias nocturnas. Con un plantel de colaboradores excepcionales, variopintos
y que tenían la política como asunto secundario en su existencia, Alsina ha
logrado el milagro de que, en este país, no te diera vergüenza escuchar un
programa de opinión política ni, atención, que supieras de antemano lo que el
presentador opinaba del asunto del día y sus palabras confirmasen tus
prejuicios. Vivimos en un país infantiloide, lleno de irresponsabilidad, en el
que las culpas se miden en función de en qué bando estemos, siendo nimias si
las hacen “los nuestros” y de lesa humanidad si las hacen “los de enfrente”.
Recurrimos a los argumentarios que hacen circular los gabinetes ideológicos de
los partidos en torno a los que orbitan instituciones, medios de comunicación y
todo el entramado social, y antes de opinar sobre cualquier cosa preguntamos
qué dicen “los míos” para, con palabras propias, repetir machaconamente ese
discurso. Televisiones, radios y medios en general han acabado convirtiéndose
en trincheras más o menos fortificadas desde las que lanzar mensajes como si
fueran granadas de mano para que impacten en la trinchera contraria, y todo
desde la razón más absoluta y sin dudar un instante de que estamos en el bando
acertado. Sí, sí, tedioso e infantil. Y en este panorama surgió hace una década
un presentador de radio que, a la hora en la que la batalla se recrudecía,
decidió ir por libre, y dejar que sus oyentes pensasen y opinasen como quisieran,
que no pretendía adoctrinar ni formar, sino informar, que se tomaba la política
como algo importante, sí, pero no eso trascendente que quieren hacer ver
muchos, subidos a pedestales pero sitos en el fondo de sus miserias. Un
presentador que dedicaba tiempo, a sabiendas de que eso costaba audiencia,
gustosa al parecer de las trincheras, a noticias que no importaban a casi
nadie, que una vez abrió el programa y dedicó veinte minutos de monólogo a un Ébola
que empezaba a ser conocido en Europa pero que ya llevaba matadas a miles de
personas en África, como él nos lo había contado hacía ya meses. Con un estilo
amable, propenso a la ironía, serio cuando tocaba, Alsina ha ido construyendo
en esta década una radio distinta a todas las que se hacen en España, y que ha
encontrado a un público fiel, que podía discrepar o no de lo que opinaba el
presentador y sus colaboradores, pero que sabía que en todo momento estaba
siendo tratado con inteligencia, con mimo y como si fuera lo que realmente es y
casi nadie aprecia, un ciudadano poseedor de derechos y deberes. Y esto, créanme,
en un país donde cualquiera que tiene algo de poder y relevancia considera que
los demás son sus súbditos, es merecedor de todos los elogios posibles.
La marcha de Carlos Herrera ha
dejado un hueco por la mañana que le va a corresponder cubrir a Alsina y a Juan
ramón Lucas. Con ellos se irán muchos colaboradores y secciones míticas, y ya
no anochecerá nevando en Pekín, y, quizás, en serie te lo digo que ni a cien
millas de Manhattan encontraremos una fauna semanal, pero la Brújula sigue. A
Alsina sólo podré oírle en algunos poadcast que sea capaz de recuperar tras el
trabajo, pero la radio, ese maravilloso invento, siempre estará ahí, para acompañarnos,
entretenernos e informarnos. Y los seguidores del programa, agradecidos, lanzamos
el grito de guerra que nos recordará siempre las glorias pasadas y la esperanza
de las que vendrán
¡¡Larga vida a La Cultureta!!