miércoles, marzo 18, 2015

Los huesos del santo Cervantes

Hay que ser muy cautos en todo este asunto, porque la tecnología y el conocimiento histórico llegan hasta donde pueden, y no más allá, pero con lo que sabemos hasta hoy, es muy probable que alguno de los restos hallados en una fosa común sita bajo uno de los altares del convento de las Trinitarias de la calle huertas, en pleno centro de Madrid, correspondan a Miguel de Cervantes, un nombre que es un mito mucho más allá de la literatura, y que evoca una época en sí mismo. Los restos, fragmentados y mezclados con otros, no permiten alcanzar una seguridad plena, pero evidencias las hay, y muchas.

Alguna vez dijo Pérez Reverte (segundo día que sales aquí, Arturo) que en lo que se llama hoy en día el barrio de las letras vivieron, a lo largo del siglo XVII, las más doradas plumas de occidente, y quizás las de todo el mundo en esa época. Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora… la lista es amplia y la denominación de “siglo de oro” no es ninguna exageración. Y en contraste con esa riqueza, pasear hoy en día por ese barrio supone pisar las mismas calles, en algunos casos ver los mismos edificios, pero no tener prácticamente referencia alguna ni de quienes allí vivieron ni lo que hicieron. Algunas placas pequeñas, sitas en esquineros nada agraciados, informan al viajero que posee una curiosidad ávida que le lleva a consultarlas. Creo que la casa de Lope de Vega es lo único visitable de esa calle. Imaginar lo que Francia o Reino Unido hubieran hecho con el lugar de residencia de compatriotas semejantes lleva a estados de melancolía, y no digamos el espectáculo que los norteamericanos serían capaces de fabricar, hasta el punto, no lo duden, de que todos tendríamos en casa sudaderas o camisetas con inscripciones alusivas al respecto. Aquí, nada de nada. Ni hay información ni, hasta hace pocos años, interés por rescatarla. Una desidia general hacia todo lo relacionado con la cultura, unida a la indolencia de unas administraciones a las que el tema ni les interesa ni, no nos engañemos, les da votos, ha contribuido al olvido y a que siglos de historia permanezcan, como los huesos cervantinos, mezclados con restos variados, indolentes y en general, sucios. El descubrimiento anunciado ayer, y confiemos que el acuerdo para que la capilla de las Trinitarias pueda ser visitable, abre la oportunidad a que, por fin, podamos convertir ese barrio de las letras en un homenaje vivo, que no un muerto monumento, a los que allí vivieron y engrandecieron no esas calles, sino las almas de quienes, desde entonces, tenemos el placer y oportunidad de leerlos. ¿Será quizás esa capilla, esos restos sucios, el inicio de algo más? Ojalá, pero para ello el esfuerzo que se ha realizado en la búsqueda e identificación de los restos debe continuar. Es más, ahora viene lo difícil, el hacer un estudio, diseñar un recorrido expositivo, dotarlo de contenidos, personal y atractivo, lograr que se convierta en un centro de vista pero en el que el visitante no pase sólo como un borrego ante unos restos que, probablemente, sean estéticamente desagradables, si es que se exponen. Lo que viene ahora es un trabajo a largo plazo de recuperación y de otorgar valor a la zona, y eso no se puede hacer sin dinero, voluntad y tiempo.

Hace unos días algunos especulaban sobre qué hacer si, en efecto, los restos eran cervantinos, y planteaban la idea de erigir un monumento grandioso, o trasladarlos a otro lugar donde poder honrarlos como es debido. Yo soy de los que opinan de que, donde se han encontrado, allí deben permanecer. Si en su momento, como sociedad, les hubiéramos otorgado el honor debido ahora la tumba de Cervantes sería como cualquiera de las que lucen en Westminster o el Panteón de París. No fue así. Es más digno que sea esa humilde capilla el lugar en el que los restos permanezcan, y no que un falso monumento, erigido como expiación de una mala conciencia, convierta a Cervantes en un fetiche. Él es mucho más que eso.

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