lunes, marzo 16, 2015

Cuatro años y un día de la guerra de Siria

¿Se acuerdan ustedes de las primaveras árabes? Hace unos años vimos con emoción y esperanza cómo se generalizaban revueltas en numerosos países árabes y del Magreb por parte de unas poblaciones que reclamaban una libertad de la que carecen. Fue Túnez el primero de los países en donde prendió la mecha de aquella, lo parecía, esperanza. Años después sólo en Túnez se puede hablar de un avance democrático, ya que el resto de países donde se produjeron las revueltas o se han quedado como estaban o han caído en el invierno del islamismo.

Y luego está Siria. Si hay un lugar que ejemplifica eso de que todo lo que puede ir mal así irá, es Siria. Hoy se inaugura el quinto año de lo que empezó siendo una guerra de un movimiento popular contra la tiranía de Bashar Al Asad y ha degenerado en un enfrentamiento de todos contra todos en lo que antaño fue un país. Ahora mismo, por lo menos, hay cuatro grupos identificados en la batalla. Están las tropas de Asad, que controlan la mayor parte del armamento, la capital y más o menos la mitad del país. Muchos pensábamos que caerían antes, pero entre su resistencia, al división de sus oponentes y el respaldo internacional otorgado por Rusia e Irán, aguantan sobre los escombros de la nación. En frente se encuentra una oposición moderada, por usar un término genérico, que no logra consolidar sus avances, controla parcialmente algunas ciudades y corredores de comunicación y, sobre todo, no posee identidad ni organización ni liderazgo. Su futuro es incierto. También están los kurdos, librando su propia batalla contra unos y otros en busca de una autonomía a su región, que han visto en la guerra la oportunidad perfecta para lograrlo, y que en el norte del país controlan zonas que será difícil que les sean arrebatadas. Y en último, pero no en menor lugar, están los islamistas. Integrados en un principio en el bando moderado que se enfrentaba a Asad, se dieron cuenta al poco tiempo del poder que podían alcanzar si empezaban una guerra por su cuenta, y así lo hicieron. Ese ha sido uno de los gérmenes principales que ha acabado dando lugar a lo que ahora conocemos como Daesh, el Estado Islámico, esa pesadilla que controla territorios de Siria e Irak, esclaviza y extermina poblaciones, y destruye el patrimonio y el arte. En la guerra su planteamiento es sencillo, ya que se enfrenta a todos, y todos también van contra él. A este lío debemos sumar las misiones aéreas de la coalición internacional que, en su lucha contra Daesh, bombardea posiciones islamistas en territorio sirio, sin contar con el permiso o colaboración de las autoridades de Damasco, actuando por tanto en esta guerra, aunque sea contra una de las partes. Tras cuatro años de enfrentamientos los frentes están bastante quietos, ninguna de las partes parece avanzar demasiado y lo único claro es que, ante el peligro de Daesh, la posición internacional de Asad se fortalece, por lo que su estrategia de aguantar puede otorgarle el (repugnante) botín de convertirse otra vez en aliado de occidente para combatir a un enemigo aún más cruel y sanguinario. Si, como me temo, acabaremos viendo a Asad estrechando las manos de los líderes internacionales, el resultado global de esta guerra será el más deprimente y nauseabundo de los que uno pudiera imaginarse.

Y en estos años, obviamente, muertos, muchos muertos. Se estiman en unos 220.000, aunque es difícil precisarlo porque no sabemos qué pasa en gran parte del país. Siria, como tal, ya no existe. Se cuentan por millones los habitantes que han huido de sus ciudades y son ahora refugiados, exiliados o parias en medio de la nada. El destrozo del patrimonio es inmenso, con joyas como la ciudad de Alepo convertidas en tristes escombros, y la situación no tiene visos de mejorar a corto plazo. Siria, hoy en día, encarna el más crudo de los horrores imaginables y el absoluto fracaso de todos nosotros a la hora de frenar esa guerra.

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