Muchos son los que han dicho,
desde tiempo inmemorial, que hemos bautizado de manera errónea al planeta en el
que vivimos. La Tierra es un nombre que refleja muy bien el lugar en el que
vivimos, pero nuestro mundo está cubierto en tres cuartas partes por agua. Si
se nos mira desde el espacio se nos ve azules, con manchas verdes y terrosas de
los continentes y motas blancas de la nubosidad que pueda estar en un momento
dado circulando por la atmósfera. Es el agua lo que nos caracteriza y ha
permitido nuestra existencia. Buscarla, por tanto, es imprescindible para
averiguar si otros mundos pueden albergar vida o algo similar.
Y últimamente nuestra búsqueda
ofrece resultados fascinantes. Dos noticias recientes ponen el foco en esa
agua, en los límites de nuestro sistema solar, y en momentos temporales muy
distintos. LA
NASA confirmó hace semanas que en un tiempo muy remoto, de miles de millones de
años, Marte tuvo un océano de agua líquida sobre su superficie, de gran
dimensión y poca profundidad, algo así como un Mediterráneo, y que permaneció
muchos millones de años en el planeta. En aquellos tiempos la Tierra era un
infierno en formación, y el agua que existía estaba en forma gaseosa y no
depositada sobre una superficie torturada por la emergencia de volcanes y
placas tectónicas en proceso de solidificación. Y entonces Marte podría ser
algo muy parecido a lo que entendemos hoy en día por un planeta habitable, con
todas las reservas posibles en esa expresión. Pero es indudable que la imagen
de un planeta con océanos líquidos y tiempo, mucho tiempo, hace que si no en la
superficie de ese mundo, surja en la cabeza del estudioso o lector de la
noticia la imagen de vida brotando en sus orillas. ¿Fue esto así? Y si llegó a
existir, ¿qué ha pasado con esa vida? ¿A dónde se fue? Mismas preguntas se
pueden hacer respecto al agua, aunque en ese caso la respuesta es más sencilla.
Parte puede quedar congelada en los polos, junto al hielo seco (CO2 congelado)
otra parte puede permanecer bajo la superficie del planeta, en acuíferos o
pozos subterráneos, y la mayor parte, me temo, se ha perdido. La atmósfera
marciana es tan liviana y su presión tan baja que el agua hierve nada más
aparecer en la actual superficie, con lo que asciende y, disociada su molécula,
sus componentes escapan de un planeta que, ni por gravedad ni densidad atmosférica,
es capaz de retenerlos. Para despejar todas las dudas sólo hay un camino, que
es investigar, mandar sondas, misiones a Marte, que horaden la superficie y
extraigan muestras, que como si fuera un campo de fracking, trepanen la corteza
del planeta y nos ofrezcan una imagen de lo que existe bajo la actual, rojiza y
yerma superficie marciana. Eso requiere inversión, tiempo y ganas, factores
ambos que dependen en exclusiva de nuestra fuerza de voluntad. La otra noticia
espacial referida al agua nos lleva algo más lejos en la distancia, nada en
dimensiones estelares, pero al tiempo presente. Tenemos que salir de Marte,
cruzar el cinturón de asteroides y llegar a Júpiter, el coloso de nuestro
sistema solar, en torno al cual orbitan montones de satélites que recrean un
sistema en miniatura. En
la más grade de ella, Ganimedes, el telescopio Hubble, de manera indirecta, ha
encontrado agua bajo su superficie. Y las estimaciones sobre cuánta son
asombrosas. Se habla de un océano subterráneo que podría contener más agua que toda
la que hay en la Tierra. Sí, sí. Agua en cantidades inimaginables, protegida
por la corteza de la luna, sometida a no se sabe qué condiciones, pero que está
ahí, quieta, estable e inviolada desde a saber cuándo. Otra posible puerta a
cualquier tipo de fantasía se abre sin salir de nuestro “barrio” planetario.
Las lunas de Júpiter y Saturno, en especial la
citada Ganimedes, Encelado e Io, han sido mundos muy interesantes para los astrónomos,
mostrando características geológicas y formaciones que los hacen muy
interesantes de cara a misiones espaciales que, por su lejanía y escasa
tecnología propia, las hacen costosas y muy dilatada en el tiempo. Sin embargo,
como en el caso marciano, saber que existe agua en esos planetoides hace más necesario
que nunca el ir allí, el visitarlos, a sabiendas que, habiendo el preciado líquido,
podemos subsistir y obtener energía de él. La exploración espacial no deja de
abrir ventanas que nos ofrecen maravillas sin fin. No dejemos nunca de
perseguirlas!!!!
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