Se celebra estos días en Barcelona el
Mobile World Congress, encuentro bienal, el más importante del mundo, sobre
telefonía móvil y conectividad. Las cifras del evento son apabullantes, como lo
es el efecto sobre la economía de la ciudad, volcada esta semana en la feria,
que le retorna una actividad de negocio y servicios de varios cientos de millones
de euros. En sí misma la feria es un magnífico negocio, y no les cuento nada de
lo que allí se expone y vende, lo más avanzado en un campo que ha revolucionado
nuestras vidas como pocos imaginaban hace apenas unos años.
Sí, el Smartphone, el móvil que
llevamos encima en todo momento, nos ha vencido, nos ha ganado. En ocasiones
sospecho que somos el vehículo que le permite moverse al aparato, no sus
usuarios. El paisaje urbano y social se ha transformado de una manera radical
en apenas cinco años desde la irrupción de los modelos táctiles, potentísimos
ordenadores que caben en nuestra mano y que pueden ser usados para casi
cualquier cosa, incluso para hacer llamadas, aunque eso sea lo de menos. Las
relaciones sociales, los vínculos de amistad, el ocio, el disfrute, todo se ha
puesto patas arriba gracias al uso compulsivo, desatado, que hacemos de esos
dispositivos. En todo momento nos cruzamos con personas a las que ya no veremos
la cara porque la tienen fija en la pantalla, cada vez más generosa, de su Smart.
Con o sin auriculares, su atención está fija en los mensajes, juegos y demás
aplicaciones que inundan los escritorios virtuales, y el contacto personal se
diluye. Entrar al metro, esperar en un banco, pasear por la calle, se convierte
en un ejercicio rutinario y silencioso de cientos de personas abstraídas,
abducidas por su móvil, calladas, con sus miradas fijas y gargantas
silenciosas. Recuerdo cuando uno lo pasaba mal si, mirando a una chica en el metro,
ella te pillaba, y la vergüenza me poseía. Ahora eso no sucede porque ella,
como casi cualquier otra, no mira a nadie, sólo a su pantalla, y no hay peligro
de que pueda mirar a un pobre incauto como yo mirándola, porque realmente viaja
sola. Las reuniones de amigos, las comidas, cualquier tipo de encuentro acaba
derivando en un momento en el que uno de los asistentes saca su Smart y empieza
a mostrar cosas a los demás, y a partir de ahí desenfunda cada uno el suyo y la
reunión se convierte en un mero cruce de dedos nerviosos sobre la pantalla,
reflejos de imágenes y sonidos de unos vídeos tomados o bajados de la red,
chistes facilones y otras gracias similares. No es raro ver a grupos de
personas comiendo juntas que, en un momento dado, se encuentran tecleando al unísono,
chateando con otras personas que no están allí, manteniendo un silencio
sepulcral en torno a una mesa plenamente ocupada pero, en el fondo, vacía. Nos
pasamos gran parte del día en reuniones con personas a las que no hacemos caso,
porque en esos momentos nos escribimos con otras a las que, cuando veamos,
tampoco haremos caso porque nos mandaremos mensajes con terceras o cuartas.. y
así hasta el infinito. La atención que prestamos a todo lo que no sea el móvil
ha decaído de una manera excepcional, empezando por el citado comportamiento
referido a nuestras compañías, y de ahí en adelante todo lo demás. Libros, películas,
televisión, música, pintura, charlar, cualquier cosa en la que usted piense que
requiera un cierto grado de concentración y continuidad es invadida por la
pantalla que nunca cesa de emitir mensajes o contenidos, y al final ahí es a
donde va nuestra vista y atención.
No quiero tirar del viejo recurso de que antes
de los Smart todo era mejor. Ni es cierto ni tiene sentido planteárselo, pero
debiéramos hacer una reflexión sobre hasta qué punto estamos enganchados a
ellos. Ayer, en una repetición de una escena mil veces vista, en el vagón del
metro de camino a casa tras el trabajo, mientras leía, eran apenas cinco las
personas que no usaban su móvil, y muchas, muchísimas más, las que no dejaban
de teclear con él. Y sí, no miraba en aquel instante a ninguna chica en
concreto, aunque como siempre alguna muy guapa viajaba en el tren, pero de
haberlo hecho la probabilidad de que hubiera podido verle los ojos hubiera
sido, prácticamente, cero.
2 comentarios:
David, el MWC es ANUAL. TODOS los años desde el 2006. No se de dónde has sacado el Bienal.
Congresos celebrados
2006 - Barcelona, España.
2007 - Barcelona, España.
2008 - Barcelona, España.
2009 - Barcelona, España.
2010 - Barcelona, España.
2011 - Barcelona, España
2012 - Barcelona, España.
2013 - Hospitalet de
2014 - Hospitalet de Llobregat (Barcelona) y Feria Montjuic en Barcelona
2015 - Barcelona, España.
Y está contratado hasta 2018 en Barcelona.
Por otro lado, la tecnología no tiene nada que ver si las personas son gilipoyas y no atienden a quién está compartiendo mesa, bus, o tren con ellas. No es nuevo:
http://www.gorditosybonitos.com/wp-content/uploads/2013/11/trenperiodicos.jpg
http://edgecast.sdr-files.buscafs.com/uploads/news/thumbs/news_thumb_44611_630.jpg?1
Saludos
En alguna parte leí lo de bienal y cruce los cables... Error plurianual, gracias por percatarte!!!
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