Señalaba ayer noche el gran
Ignacio Camacho en la Brújula de Onda Cero algunas enormes verdades sobre esta
sociedad postmoderna en la que vivimos, que resulta ser zarandeada hasta el
extremo por sucesos como el del accidente de avión. Una de ellas, que daría
para muchas reflexiones pero que sólo voy a citar, es la falacia en la que
vivimos al pensar que el error no existe, que todo es perfecto y que los
accidentes son imposibles. Eso, que es completamente falso, fruto de una
sociedad sobreprotectora como la actual, nos deja vacíos ante hechos dramáticos
como el sucedido el martes.
Otro asunto, sobre el que quiero
explayarme algo más, es el papel de los medios de comunicación ante estas
catástrofes. Los medios, es su labor y viven de ello, desean sobre todo tres
cosas. Saberlo todo, ya, y ser los primeros en contarlo. Viven en la prisa
continua, infinita, y sucesos como el del accidente son, curiosamente, el lado
opuesto. Son hechos complejos, de muy difícil investigación, donde múltiples
factores convergen hasta provocar el desastre y, una vez sucedido, las pistas
que podían conducir a desentrañar esos factores están, en muchas ocasiones, tan
destruidas como el propio avión. La crisis económica fue un buen ejemplo de
situación compleja en la que el periodista, muchas veces carente de modales,
trata de estrujar al técnico para que en un par de rápidos titulares le
explique todo lo sucedido, nombre a los culpables y detalle las soluciones. La
respuesta “no se” que el técnico debe pronunciar cuando realmente no sabe, hace
que el profesional quede como un aparente inútil y el avezado periodista ya
tienen ante sí a otra víctima con la que cebarse y fabricar gruesos titulares.
Este vicio, convertido por no pocos en espectáculo, ha acabado por
desprestigiar a gran parte de la profesión periodística, que a veces no se da
cuenta de los límites que no debe superar. Es muy probable que cuando se sepan
las causas que han originado este desastre hay pasado ya suficiente tiempo como
para que este accidente de avión no figure en titular ni crónica alguna, y por
tanto el veredicto sea desconocido por casi todos. Y
luego está el papel de las víctimas, a las que por encima de todo se debe
respetar, acompañar, y nunca violentar. Algo hemos aprendido en España con los
años, desde una época en la que a la víctima no la respetaba nadie, y menos la
prensa. Sin embargo se siguen produciendo situaciones vergonzosas en las que
los profesionales de la comunicación hacen lo que no es debido ¿Quién les
ordena que persigan por las terminales de los aeropuertos a familiares
destrozados, deshechos, que no entienden nada, y que no quieren estar ahí? ¿Por
qué esas escenas de carreras, de micrófonos que, como astas afiladas, penetran
en el alma rota de los familiares en busca de un hilillo de morbo que dispare
la audiencia? No es el comportamiento general, lo se, pero aunque sea menor,
este y otros ejemplos similares deben ser perseguidos, sobre todo por los
profesionales de los medios, que saben que es en el respeto, en su seriedad y
su integridad donde se encuentra el capital que les permite congregar a una
audiencia en torno a sí, y tener credibilidad ante ella. Eso, que es muy difícil
de lograr, es muy fácil de destruir. Y repito que hemos aprendido mucho desde
una época infame, por la que muchos, desde los gobernantes a los reporteros gráficos,
pasando por tantas y tantas profesiones, debieran pedir perdón a los familiares
de tantas víctimas, de accidentes y atentados terroristas, a los que trataron
como cosas útiles para sus fines, cuando no como objetos molestos.
Y en la era de la comunicación total, el papel
de las redes sociales también entra en juego y, como siempre, desata la polémica.
En este caso por la actuación, canallesca y depravada, de algunos sujetos que no
tienen nada mejor que hacer que escribir ofensivamente sobre las víctimas del
accidente por su origen o por cualquier otro motivo. En esto debemos ser
tajantes. Internet no tiene la culpa de que unos imbéciles y desalmados la
utilicen para su obsceno deleite. Sobre ellos debe caer la ley, pero sobre todo
la más absoluta repulsa social, el mayor de los desprecios posibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario