jueves, marzo 26, 2015

Un accidente y los medios de comunicación

Señalaba ayer noche el gran Ignacio Camacho en la Brújula de Onda Cero algunas enormes verdades sobre esta sociedad postmoderna en la que vivimos, que resulta ser zarandeada hasta el extremo por sucesos como el del accidente de avión. Una de ellas, que daría para muchas reflexiones pero que sólo voy a citar, es la falacia en la que vivimos al pensar que el error no existe, que todo es perfecto y que los accidentes son imposibles. Eso, que es completamente falso, fruto de una sociedad sobreprotectora como la actual, nos deja vacíos ante hechos dramáticos como el sucedido el martes.

Otro asunto, sobre el que quiero explayarme algo más, es el papel de los medios de comunicación ante estas catástrofes. Los medios, es su labor y viven de ello, desean sobre todo tres cosas. Saberlo todo, ya, y ser los primeros en contarlo. Viven en la prisa continua, infinita, y sucesos como el del accidente son, curiosamente, el lado opuesto. Son hechos complejos, de muy difícil investigación, donde múltiples factores convergen hasta provocar el desastre y, una vez sucedido, las pistas que podían conducir a desentrañar esos factores están, en muchas ocasiones, tan destruidas como el propio avión. La crisis económica fue un buen ejemplo de situación compleja en la que el periodista, muchas veces carente de modales, trata de estrujar al técnico para que en un par de rápidos titulares le explique todo lo sucedido, nombre a los culpables y detalle las soluciones. La respuesta “no se” que el técnico debe pronunciar cuando realmente no sabe, hace que el profesional quede como un aparente inútil y el avezado periodista ya tienen ante sí a otra víctima con la que cebarse y fabricar gruesos titulares. Este vicio, convertido por no pocos en espectáculo, ha acabado por desprestigiar a gran parte de la profesión periodística, que a veces no se da cuenta de los límites que no debe superar. Es muy probable que cuando se sepan las causas que han originado este desastre hay pasado ya suficiente tiempo como para que este accidente de avión no figure en titular ni crónica alguna, y por tanto el veredicto sea desconocido por casi todos. Y luego está el papel de las víctimas, a las que por encima de todo se debe respetar, acompañar, y nunca violentar. Algo hemos aprendido en España con los años, desde una época en la que a la víctima no la respetaba nadie, y menos la prensa. Sin embargo se siguen produciendo situaciones vergonzosas en las que los profesionales de la comunicación hacen lo que no es debido ¿Quién les ordena que persigan por las terminales de los aeropuertos a familiares destrozados, deshechos, que no entienden nada, y que no quieren estar ahí? ¿Por qué esas escenas de carreras, de micrófonos que, como astas afiladas, penetran en el alma rota de los familiares en busca de un hilillo de morbo que dispare la audiencia? No es el comportamiento general, lo se, pero aunque sea menor, este y otros ejemplos similares deben ser perseguidos, sobre todo por los profesionales de los medios, que saben que es en el respeto, en su seriedad y su integridad donde se encuentra el capital que les permite congregar a una audiencia en torno a sí, y tener credibilidad ante ella. Eso, que es muy difícil de lograr, es muy fácil de destruir. Y repito que hemos aprendido mucho desde una época infame, por la que muchos, desde los gobernantes a los reporteros gráficos, pasando por tantas y tantas profesiones, debieran pedir perdón a los familiares de tantas víctimas, de accidentes y atentados terroristas, a los que trataron como cosas útiles para sus fines, cuando no como objetos molestos.

Y en la era de la comunicación total, el papel de las redes sociales también entra en juego y, como siempre, desata la polémica. En este caso por la actuación, canallesca y depravada, de algunos sujetos que no tienen nada mejor que hacer que escribir ofensivamente sobre las víctimas del accidente por su origen o por cualquier otro motivo. En esto debemos ser tajantes. Internet no tiene la culpa de que unos imbéciles y desalmados la utilicen para su obsceno deleite. Sobre ellos debe caer la ley, pero sobre todo la más absoluta repulsa social, el mayor de los desprecios posibles.

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