Este Lunes comenzó el programa de
compras de deuda del BCE, cuyo objetivo directo, recordemos, es estimular el
crédito para lograr crecimiento económico y generar algo de inflación que luche
contra la anemia de precios que se vive en la eurozona. El tiempo dirá si todos
estos objetivos, que sólo se materializan en el medio plazo, se alcanzarán o
no. Lo cierto es que una de las derivadas más lógicas de esa actuación, y que
se produce a alta velocidad, que es la debilidad del euro, lleva ya meses
poniéndose de manifiesto, y a lo largo de estas últimas semanas con una gran
fuerza.
Ayer nuestra moneda cerró en
1,057 dólares, viniendo desde el entorno del 1,4 que se registraba pasado el
verano. Este desplome, ¿es bueno o malo? Como todo en estos asuntos, depende en
qué lado de la barrera nos encontremos. Obviamente para el comercio y demás
relaciones entre países de la eurozona es neutral, pero no en todo lo demás.
Por la parte mala, las importaciones de productos de fuera de la zona euro se
encarecen, lo que afecta sobre todo al petróleo, de tal manera que esta bajada
del euro está compensando parte de la ganancia derivada del derrumbe del precio
del crudo. Algunas gasolineras ya han subido sus precios desde principios de
año, y vuelve la polémica de los cohetes de subida y las plumas de bajada en lo
que hace a la gasolina. También resulta mucho más caro viajar a países con
monedas ahora muy fuertes, caso de EEUU o Reino Unido, por ejemplo, así que lo
de irse a Nueva York a las rebajas y usar esa expresión que se asociaba a los
españoles del “give me two” para todo se acabó. Sin embargo, creo que las
consecuencias positivas son superiores para toda la eurozona y, en el caso
particular de España, aún más. En medio de la presunta salida de la crisis, que
ha forzado a muchas empresas a ponerse a exportar como locas, esta bajada del
euro es un chute de competitividad en vena, que les abre mercados y posiciona
nuestros productos por encima de los de los competidores. Abaratar el euro
también supone, en cierto modo, abaratar el país. Invertir en España es cada
vez más barato para un inversor extranjero (pongamos chino o norteamericano)
que quiera poner aquí un negocio o comprar vivienda, terrenos o fábricas. Para
ellos España es ahora un lugar donde poder plantearse chollos, por el elevado
rendimiento de su moneda, y puede ayudar mucho a deshacerse de ese enorme stock
de vivienda que sigue ahí esperando un comprador, cuyo precio, bajo ya de por
sí tras el estallido de la burbuja, se convierte en un reclamo de ganga para
todo aquel que venga de fuera para buscar una residencia, temporal o
definitiva. Y para un país de destino turístico mundial es evidente que la
bajada de la moneda, que nos abarata, nos viene bien. Reino Unido es uno de
nuestros principales clientes a la hora de consumir hoteles, playas, sol y
gambas, y este año los precios de los paquetes turísticos para los londinenses
habrán caído en porcentajes de dos dígitos, por lo que es fácil suponer que aún
vendrán más y más gastarán. Otra interesante derivada que, al menos yo, no
había contemplado, es que las emisiones financieras de deuda ahora son más
rentables si se nominan en euros que en monedas más fuertes, además de que
pueden acabar siendo objeto del ansia de compra de Draghi. Estas emisiones,
principalmente de empresas privadas multinacionales, están creciendo mucho de
unos meses a esta parte, y contribuyen a dinamizar los mercados financieros de
la eurozona, les otorgan mayor liquidez y profundidad, y generan beneficios
para todos.
Por ello, visto en conjunto, la devaluación del
euro nos viene bien como medida de estímulo y palanca para fortalecer el
crecimiento económico, y será de un efecto más intenso en todos aquellos
negocios ligados a la exportación a países no euro. La oportunidad que existe
ahora de conquistar mercado en China, EEUU, Japón o Canadá, por mencionar
algunos destinos, es enorme y, a buen seguro, será aprovechada por las empresas
españolas. En lo que hace a cuál va a ser el valor de equilibrio de la
cotización eurodólar, quién sabe. Estamos tan cerca ya de la paridad que se ve
como un destino lógico. Creo que el mínimo se alcanzó en 2002 en el entorno de
los 0,8 dólares por euro, pero saber si alcanzaremos esa cota o no es, créanme,
imposible.
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