Esta mañana, horario europeo,
tendrá lugar un eclipse de sol, que será total en zonas costeras del mar del
norte y del atlántico, y que será visto como parcial desde la mayor parte de
nuestro continente. Concretamente en España el máximo de ocultación, algo superior
al 70%, se dará en Galicia, siendo de un 66% en el centro peninsular y de poco
más del 60 en el extremo mediterráneo de Andalucía. Las abundantes nubes que dejarán
hoy un día revuelto harán aún más complejo el seguimiento de este bello espectáculo
natural.
Quizás sea una metáfora muy forzada,
pero la sombra que proyecta el eclipse puede valer para describir lo sucedido el
pasado Miércoles en Túnez, donde un atentado islamista, que tiene todo el
aspecto de haber sido organizado por milicias asociadas a DAESH, causó la
muerte a 22 personas, 17 de ellas turistas de muy diversas nacionalidades, dos
españoles. Un comando de asalto, no está claro que tras intentar atentar contra
el Parlamento o de manera simultánea, asaltó el museo del Bardo, que contiene
valiosos mosaicos de la era romana (y que yo no conocía) y dispararon contra
todo lo que se movía, independientemente de la edad, procedencia o estado físico.
Ese atentado, terrible, es, además del obvio intento de sembrar el terror allá
donde los yihadistas pretenden, un golpe muy duro a la democracia de Túnez, el
primer país en el que hace unos años prendió la mecha de lo que se denominó
primavera árabe, y que ha acabado, tras revueltas, guerras y violencia sin fin,
en un invierno islamista que se ha hecho fuerte en muchos países y regiones. Lo
que en su momento se vio con optimismo e ilusión ha resultado ser, más que una
frustración, una pesadilla hecha realidad. Sólo Túnez, precisamente, ha logrado
hasta el momento encauzar su situación política y construir una transición en
la que, con sus inevitables altibajos y tensiones, la democracia pueda crecer y
asentarse. La nueva constitución, muy moderna y avanzada para un país musulmán,
la celebración de elecciones libres en las que los partidos moderados han
vencido varias veces al islamismo radical, la creación de un gobierno estable...
Túnez es un valioso ejemplo de cómo se pueden hacer bien las cosas, y merece
todo nuestro apoyo y elogio. Pero además de merecerlo, ahora lo necesita de
verdad. La principal industria de Túnez es el turismo, representa en torno al 6
– 7% del PIB, y el golpe del miércoles pretendía herir en lo más profundo de
ese sector. Eso malditos islamistas también saben que Túnez va por buen camino,
y que frente a la pesadilla coránica de su reino de terror, Túnez representa
una alternativa real, moderna, viable y conciliadora para los musulmanes, y por
eso, por ser una competencia muy dura, debe ser derribada. Tenemos que tener muy
claro que, pese a que el objetivo directo del atentado hayan sido turistas occidentales,
lo que realmente buscaban sus autores era dañar a Túnez, sabotear su transición,
arruinar su economía y llevarla a un colapso que sirva como magma incendiario
en el que al fanatismo yihadista pueda crecer. No debemos permitirlo, no podemos
dejar a Túnez a su suerte, rodeada de vecinos que, como Libia, empiezan a ser
territorios plenamente yihadistas. Debemos acudir en su ayuda y socorro.
Así, el yihadismo proyectó su sombra ocultando
el sol de la transición tunecina, dejando a sus habitantes sumidos en la
oscuridad y el terror. Ahora hay decenas de familias que, en España y otros países,
lloran a los muertos y
no se creen que algunos de los suyos hayan sobrevivido, y una nación, la tunecina,
que ayer ante las cámaras de televisión, pedía perdón por lo que había pasado,
que no entiende nada y que, también, es víctima de ese terrorismo asesino que
va contra todos nosotros, y que en este 2015 ha emprendido una campaña de
fiereza e intensidad nunca vista.
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