Estamos viviendo estos días la
puesta en escena de una situación inédita, o eso me parece, en el siempre
complejo mundo de las relaciones internacionales. En ese ámbito, donde las
alianzas y amistades son el fruto de intereses contrapuestos, había unas pocas
reglas que solían ser fijas y ayudaban, cada vez menos, a entenderse en medio
del convulso panorama. Una de ellas, quizás la más fija, era que la relación
entre EEUU e Israel era plena, fuerte e indisoluble. Todo lo que Israel hiciera
sería respaldado por Washington, y viceversa, y así por los siglos de los
siglos amén, o como se diga en hebreo.
En los últimos años esta norma ha
empezado a quebrarse. La reacción cada vez más virulenta y carente de sentido
estratégico de Israel cada vez que es atacada por todos sus vecinos le ha
granjeado mala imagen en todo el mundo, y EEUU sabe que esa mala imagen acaba dándole
de rebote. El enquistado conflicto de oriente próximo y medio, cada vez más
desquiciado, ha acabado por hartar a todos los presidentes norteamericanos que,
en su segundo mandato, han tratado de “doctorarse” con la forja de un acuerdo
de paz en la zona, que no ha servido para casi nada. En este contexto, las
negociaciones sobre el proceso nuclear entre Irán y el resto de potencias,
especialmente EEUU, han puesto de los nervios a los dirigentes israelíes, que
tachan de traición de su aliado el mero establecimiento de un diálogo con la
nación chiita, enemiga declarada de Israel. La llegada a Teherán de un
dirigente más pragmático, como es el caso de Rouhani, ha ayudado a aliviar la
tensión que se producía cada vez que el pirado de Ahmadineyad amenazaba con
extender al mundo un holocausto que negaba para aquellos que ya lo sufrieron en
el pasado. Este proceso negociador con Irán ha recibido un fuerte espaldarazo
tras el surgimiento del islamismo radical de DAESH, de confesión sunita. La
colaboración de las tropas y armamento chií en la lucha contra esos fanáticos
es fundamental, e Irán es hoy en día uno de los principales socios de la
coalición internacional que lucha en las arenas e Irak y Siria contra los
combatientes del mal llamado Estado Islámico. Esto evidentemente saca a Irán
del rincón de los parias, le da mucho poder en su zona de influencia y pone de
los nervios a las sunitas monarquías del golfo, vecinas del país persa, que ven
con temor e ira que Teherán adquiera un papel tan relevante. La bajada del
precio del petróleo de estos meses es, en parte, un arma que Arabia Saudí trata
de utilizar para arruinar a un Irán que es tan ineficiente que depende de la
exportación de petróleo caro para importar la gasolina que necesita. Curiosamente,
en estos días hay más sintonía entre el gobierno de Jerusalén y el de Rihad,
que se parecen en que ambos detentan poder, pero en nada más, respecto a la
compartida animadversión hacia EEUU, el socio fiel, que bascula demasiado hacia
un Teherán cada vez más poderoso. Muchas son las voces que acusan a irán de
jugar a un doble juego en lo que hace a las conversaciones nucleares, y tratar
de ganar tiempo en ellas hasta que su programa esté tan desarrollado que sea
imparable. No lo se, pero en este juego a tantas bandas todo es posible.
Y es en este contexto, y a dos semanas de unas
inciertas elecciones en Israel, cuando invitado por el Congreso norteamericano,
en manos de los republicanos, y utilizado por estos para darle un porrazo en la
cabeza al presidente Obama, el
primer ministro israelí Netanyahu pronunció ayer un duro discurso ante la cámara
en la que denunció ese doble juego iraní, ese error estratégico que, a su
juicio, comete EEUU, y vino a declarar que no se ve comprometido con la política
de su aliado y que se reserva el derecho a actuar unilateralmente si así lo
considera oportuno. Como había pocas variables en el tablero, aquí tienen
ustedes una más, en este caso completamente nueva.
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