martes, marzo 31, 2015

Se acaban diez años de Brújula “con Alsina”

La vida es cambio. Todos lo sabemos, nos cueste asumirlo más o menos. Nosotros mismos, mental y biológicamente, no somos los mismos que hace meses o años. Nuestras células de la piel se han caído y renovado, y nuestros pensamientos, ojalá, también hayan seguido una pauta de cambio, mejor y progreso, aunque esto en ocasiones sea más difícil que ver volver a crecer el pelo. Las cosas que nos gustan también cambian, las modas las alteran, y uno debe estar preparado para ello. Sabía que, tarde o temprano Carlos Alsina dejaría la tarde noche para ir la primera división de la mañana. De forma un tanto abrupta, ese cambio ya es realidad.

Durante estos diez años, con permiso del omnipresente y tedioso fútbol, he pasado las tardes y noches entre semana con Alsina, con su programa de radio de actualidad y comentario económico y político. Sí, se que hay muchos programas similares a esa hora, y que son también buenos, pero lo cierto es que, poco a poco, y partiendo de un formato tradicional, Alsina ha logrado hacer “otra cosa” en la franja de las tertulias nocturnas. Con un plantel de colaboradores excepcionales, variopintos y que tenían la política como asunto secundario en su existencia, Alsina ha logrado el milagro de que, en este país, no te diera vergüenza escuchar un programa de opinión política ni, atención, que supieras de antemano lo que el presentador opinaba del asunto del día y sus palabras confirmasen tus prejuicios. Vivimos en un país infantiloide, lleno de irresponsabilidad, en el que las culpas se miden en función de en qué bando estemos, siendo nimias si las hacen “los nuestros” y de lesa humanidad si las hacen “los de enfrente”. Recurrimos a los argumentarios que hacen circular los gabinetes ideológicos de los partidos en torno a los que orbitan instituciones, medios de comunicación y todo el entramado social, y antes de opinar sobre cualquier cosa preguntamos qué dicen “los míos” para, con palabras propias, repetir machaconamente ese discurso. Televisiones, radios y medios en general han acabado convirtiéndose en trincheras más o menos fortificadas desde las que lanzar mensajes como si fueran granadas de mano para que impacten en la trinchera contraria, y todo desde la razón más absoluta y sin dudar un instante de que estamos en el bando acertado. Sí, sí, tedioso e infantil. Y en este panorama surgió hace una década un presentador de radio que, a la hora en la que la batalla se recrudecía, decidió ir por libre, y dejar que sus oyentes pensasen y opinasen como quisieran, que no pretendía adoctrinar ni formar, sino informar, que se tomaba la política como algo importante, sí, pero no eso trascendente que quieren hacer ver muchos, subidos a pedestales pero sitos en el fondo de sus miserias. Un presentador que dedicaba tiempo, a sabiendas de que eso costaba audiencia, gustosa al parecer de las trincheras, a noticias que no importaban a casi nadie, que una vez abrió el programa y dedicó veinte minutos de monólogo a un Ébola que empezaba a ser conocido en Europa pero que ya llevaba matadas a miles de personas en África, como él nos lo había contado hacía ya meses. Con un estilo amable, propenso a la ironía, serio cuando tocaba, Alsina ha ido construyendo en esta década una radio distinta a todas las que se hacen en España, y que ha encontrado a un público fiel, que podía discrepar o no de lo que opinaba el presentador y sus colaboradores, pero que sabía que en todo momento estaba siendo tratado con inteligencia, con mimo y como si fuera lo que realmente es y casi nadie aprecia, un ciudadano poseedor de derechos y deberes. Y esto, créanme, en un país donde cualquiera que tiene algo de poder y relevancia considera que los demás son sus súbditos, es merecedor de todos los elogios posibles.

La marcha de Carlos Herrera ha dejado un hueco por la mañana que le va a corresponder cubrir a Alsina y a Juan ramón Lucas. Con ellos se irán muchos colaboradores y secciones míticas, y ya no anochecerá nevando en Pekín, y, quizás, en serie te lo digo que ni a cien millas de Manhattan encontraremos una fauna semanal, pero la Brújula sigue. A Alsina sólo podré oírle en algunos poadcast que sea capaz de recuperar tras el trabajo, pero la radio, ese maravilloso invento, siempre estará ahí, para acompañarnos, entretenernos e informarnos. Y los seguidores del programa, agradecidos, lanzamos el grito de guerra que nos recordará siempre las glorias pasadas y la esperanza de las que vendrán

¡¡Larga vida a La Cultureta!!

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