Yemen es un país del que no
sabemos casi nada, que se encuentra al sur de la península arábiga, ocupada
casi en su totalidad por Arabia Saudí, y cuyas costas son bañadas por el océano
índico y el mar rojo. El nivel de terrorismo islamista en Yemen ha sido
habitualmente elevado, y el turismo es algo anda recomendable por aquellas
latitudes. De un año a esta parte los enfrentamientos entre la comunidad
sunita, en el poder, y los chiítas de la rama hutí, se han recrudecido hasta
alcanzar el rango de guerra civil. Hace pocas semanas los chiís se hicieron con
el poder en Saná, la capital yemení.
Y lo que era un enfrentamiento
local, otro más, de los muchos que se suceden en todo el mundo musulmán entre
chiís y sunís, y que muestran el inmenso desgarro que vive ese mundo, se ha
transformado en toda una guerra regional, en la que los chiís hutíes cuentan
con el apoyo más o menos abierto de Irán, y los sunitas, tras huir del poder
para salvar su pellejo, han reclamado el apoyo del poderoso vecino suní saudí,
y Riad ha respondido. Los aviones del ejército saudí, comprados todos a la
industria norteamericana, desarrollan desde hace días bombardeos en territorio
yemení, tratando de hostigar a las huestes hutíes, y es probable que esto no
sea sino el inicio de una
ofensiva en toda regla, solicitada por los fieles del depuesto régimen yemení,
para que tropas alentadas por la casa de Saud penetren en el país y se hagan
con el poder en Saná. Si se fijan, hasta hace poco el conflicto yemení se
enmarcaba en los viejos patrones de la guerra fría, en la que las dos
potencias, entonces EEUU y URSS, ahora Arabia Saudí e Irán, se enfrentaban
militarmente por partes interpuestas, sin llegar nunca al enfrentamiento
directo. Se cogía un país, por ejemplo Nicaragua, los unos financiaban a un bando
y los otros a otro, morían nicaragüenses en ambos casos y, tras un periodo más
o menos largo de enfrentamiento, se alcanzaba un acuerdo, con los dos grandes púgiles
sacando lecciones de lo sucedido en aquel terreno de juego. En este caso el
gobierno de Saná y los hutíes han jugado a ese juego, en nombre de los dos países
que les patrocinan, pero el movimiento de ataque que ha ejecutado Arabia Saudí
es, como mínimo, muy interesante. De ser una potencia regional, que utiliza
como estandarte de su poder el ser el guardián de los santos lugares
musulmanes, las inmensas reservas de petróleo y el armamento que acumula desde
hace tiempo, los saudíes han pasado a la ofensiva de una manera brusca y, quizás,
precipitada. Están preocupados, y mucho. Hay dos factores, al menos son los que
percibo, que son fuente de su intranquilidad. Por un lado el petróleo barato,
que lo han provocado ellos, para tratar de hundir las explotaciones de fracking
norteamericanas, buscando retener al socio americano. Su marcha, léase
independencia energética, sería un duro golpe para el gobierno de Riad. El otro
es Irán, el eterno enemigo, chií y persa, frente al suní árabe que representan
los saudíes. Irán tiene tentáculos extendidos por toda la zona, y su poder e
influencia crece. La lucha en Irak contra DAESH supone la implicación de tropas
iraníes que, de una manera u otra, lograrán asentarse en los feudos chiíes de
Irak, extendiendo su poder por el hasta hace no muchos años enemigo. Y las conversaciones
nucleares que se desarrollan entre Irán y la comunidad internacional, de llegar
a un acuerdo, supondrían un alivio económico para el régimen de Teherán,
agobiado por las sanciones y el crudo barato. A Arabia Saudí no le interesa que
esas negociaciones triunfen, porque un acuerdo sería una ayuda para su enemigo.
El cruce de lo que sucede en
Yemen con el desarrollo de esas
conversaciones nucleares, que se han extendido hasta hoy mismo para alcanzar un
acuerdo, es una buena muestra de hasta qué punto el “juego” se ha
complicado en esa zona, el número de actores influyentes crece y las opciones
de control de los mismos por parte de las grandes potencias se reducen a medida
que pasa el tiempo. Hay ganas, por parte de ambos bandos, de llegar a un
enfrentamiento armado entre Riad y Teherán, que sería un desastre absoluto para
la región y el resto del mundo. De momento, y con todas las piezas que ahora
hay sobre el tablero, la partida es confusa y no está claro quién va ganando. Lo
único seguro es que, ahora mismo, pierden los yemeníes.
Subo a Elorrio en Semana Santa y me cojo el
Lunes de Pascua. Si no pasa nada extraño, hasta el martes 7 de abril. Descansen
y pásenlo muy bien.
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