El desarrollo de la negociación
del nuevo gobierno griego con la UE es una historia que no acabará nunca,
fuente de constantes noticias, y muestra de qué distancia hay de los sueños a
la realidad. Tsipras ganó sus elecciones, como todo el mundo pronosticaba,
subido al carro de la indignación popular y con un programa de gasto
desmesurado para aliviar la pobreza de la población griega. Una filosofía errónea,
en mi opinión, pero que uno puede llevar a cabo y optar por ella, si dispone de
dinero para ello, claro está. Grecia, y parece que esto es lo que no ha asumido
el nuevo gobierno de Atenas, sigue quebrada, y sin el auxilio internacional,
colapsaría.
La estrella mediática de este
juego extraño en el que la UE, troika y demás instituciones se reúnen con los
griegos es el ministro de finanzas, Yanis Varoufakis, un personaje muy interesante,
brillante, listo, mediático, de formas rompedoras, estética impactante y
habilidad en la mesa de juego. Pero, ay, qué poco dura la gloria en donde la
banca no reside. Tras unos meses de éxito rutilante en los medios, y de enfrentamiento
a cara de perro con todo el mundo, Grecia, y Varoufakis en su nombre, han ido
cediendo poco a poco, porque aunque uno posea alma de trilero debe tener al
menos una bolita debajo de los vasos. Desde un primer momento la posición negociadora
de Atenas era casi insostenible. Podía jugar el órdago de la salida del Euro,
pero a sabiendas de que ese escenario, prácticamente imposible, sería muy malo
para el conjunto de la UE, pero letal, la hecatombe, para la propia Grecia y su
población. Ha intentado hacer un juego a varias bandas, amenazando con que
chinos y rusos aportarían los capitales que la UE cede actualmente, buscando
otros socios alternativos (de cuya sentido caritativo mejor no opinaré) para así
amedrentar a Bruselas, pero tampoco ha funcionado del todo, y la paciencia de
los jugadores se agota. En la última reunión del Eurogrupo, la semana pasada en
Riga, Varoufakis debió recibir una bronca tremenda por parte de sus socios,
hartos de un mareo que de momento sólo sirve para perder tiempo, no ganarlo, y
exigieron que de una vez Grecia se ponga las pilas, empiece a reformar su
economía de una vez, acabe con unas bolsas de corrupción e ineficiencia que la
lastran sin fin (sólo un ejemplo, los armadores griegos, chulos ellos, Onassis
se creen todos, por ley están exentos de impuestos) y todos, conjuntamente,
avancemos para arreglar este problema. La
primera consecuencia de este rapapolvo ha sido la decisión de Tsipras de
apartar a Varoufakys de la negociación con la UE. No lo ha cesado, porque
eso sería una rendición en toda regla, pero lo ha dejado en la esquina. Cuando
se supo la noticia las bolsas de toda Europa subieron y bajaron las primas de
riesgo, la que más, la helena. ¿Está hundida la carrera política del
superministro Yanis? No, pero hace aguas, y cada vez le queda menos tiempo y,
sobre todo, menos dinero, para remontarla. La
noticia que surgió ayer de que su ministerio prepara una amnistía fiscal (¿les
suena?) para tratar de que los capitales huidos retornen a Grecia puede ser
la puntilla que hunda su imagen en cierta prensa y colectivos, muy ideologizados,
que sueñan con ideas, algunas de ellas nobles, pero que siguen sin darse cuenta
de que en economía, y en la vida real, nada es gratis, de que las cosas hay que
pagarlas, y de que si no tienes dinero para ello, o lo pides prestado y estás a
merced de quien te lo de o lo obtienes tú a costa de otras partidas. Y eso
destroza la imagen de cualquier político, gestor o adulador que busca captar
votos y voluntades.
Todo esto resulta, por cierto, muy relevante de
cara al devenir de los movimientos populistas surgidos en toda Europa, de
distinto signo político (desde la extrema izquierda de Podemos a la
ultraderecha del Frente Nacional) que han visto en Grecia y Varoufakis un signo
de rebeldía frente al poder establecido y Bruselas, el ogro que focaliza el
mal. La victoria de Tsipras fue un aliento para todos ellos, pero su
incapacidad para la gestión, y el mantener promesas que no puede cumplir va a
llevar a que muchos votantes europeos vean que los cantos de sirenas sólo
llevan, como les paso a todos menos a Ulises, a embarrancar contra los
arrecifes. Lecciones de la Grecia clásica que ni Varoufakis ni nadie debiera
olvidar.
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