miércoles, abril 08, 2015

El PP ante los arrecifes de Mayo

La reunión de la junta directiva del PP de ayer sirvió para demostrar que cuanta más gente es convocada a una reunión, menos productiva será esta. Seguro que tiene experiencia en su trabajo de reuniones agotadoras que no sirven de nada más allá de la primera media hora y en la que todos los asistentes pugnan por hablar, sin que aporten en exceso. Aumentar el número de asistentes tiende a aumentar el ruido y las posibilidades de que todo se desmadre. Algo así sucedió ayer en Génova, pero en el silencio más absoluto y con la única voz de Rajoy. El resto calló.

La situación a la que se enfrenta el PP es, realmente, endiablada, y sus posibilidades, escasas, si es que se quiere acudir a algunas de ellas. Tras el avisado y comprobado desastre electoral en Andalucía, en seis semanas se celebran nuevas elecciones, autonómicas en muchas comunidades y municipales en todo el país. Son, después de las generales, las más importantes de todas, las que más poder otorgan y permiten tener una imagen bastante fiel del sentimiento del votante. Acude a ellas el PP en medio del marasmo de saberse perdedor moral de las mismas, estando por ver si será también el perdedor real. En las anteriores, 2011, alcanzaron los populares unas cotas de poder inmensas, y es obvio que, sea cual sea el resultado, perderán gran parte de ese poder. Eso lo sabemos todos. La cuestión es determinar qué grado de pérdida es asumible, a partir de qué punto esa pérdida se convierte en desastre, y las consecuencias que, para la cúpula del partido, léase gobierno, tengan esas pérdidas. Recordemos que a estas elecciones no se presenta Rajoy ni su gobierno, pero es él y sus políticas las que van a ser votadas en cada una de las urnas, y se temen los miles de alcaldes, concejales y cargos públicos locales del PP que sea en ellos en quienes, en primera instancia, el votante descargue esa ira que todas las encuestas señalan, haciéndoles perder el cargo, poder y sueldo por ser quien representa al gobierno. De ahí que desde hace días surgieran voces críticas y ruido de fondo, miedo a la pérdida, que es lo que ayer trató de acallar Rajoy con un discurso reiterativo dirigido a los suyos, con un mensaje de prietas filas y de que es la marca PP la que gana las elecciones, no los candidatos. ¿Le harán caso? Todos ayer dijeron que sí, o al menos, al no emitir opinión alguna, dieron validez a este mensaje, pero a medida que la campaña se acerque veremos cómo habrá candidatos, no solo la de siempre, que irán por libre, que harán una campaña tipo Susana Díaz, en la que la persona oculta las siglas, una marca, PP en este caso, que resta más que vende. Y del resultado de las urnas y de la dimensión de la pira se verá quién tenía razón. Como son tantos los lugares donde se eligen candidaturas, todos los ojos van a estar puestos en Madrid, ayuntamiento y comunidad, grandes feudos del poder del PP, gobernados ambos por mayoría absoluta desde hace décadas, donde se presentan dos candidatas muy distintas, y ambas con opciones de ganar las elecciones y perder el poder. Si el PP pierde Madrid poco importará el resultado del resto de citas, su derrota será estrepitosa. Si el PP conserva Madrid poco importará el resto de citas, habrá salvado la cara. Por eso el principal empeño de sus rivales será hacer campaña en Madrid y arrebatársela. A día de hoy, con las volátiles y desquiciadas encuestas en la mano, los rivales del PP pueden lograrlo.

¿Y Rajoy? Acostumbrado a no cambiar nada, su actitud me desconcierta. Al igual que llegó al poder con una ola de indignación contra ZP y de cierta esperanza, ahora puede verse sumergido por la ola de descrédito y hartazgo político que recorre el país, de la que sigue sin parecer ser consciente. Su discurso economicista, que es acertado, ya no cala en un votante hastiado y cínico a más no poder, que impulsa a nuevas formaciones como reacción de rechazo a lo conocido. Quizás el PP necesite una segunda derrota, tras la de Andalucía, para darse cuenta de que su rumbo es erróneo, pero a día de hoy sigue siendo un trasatlántico muy pesado que, atisbando arrecifes a proa, se muestra incapaz de virar a tiempo.

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