La
reunión de la junta directiva del PP de ayer sirvió para demostrar que
cuanta más gente es convocada a una reunión, menos productiva será esta. Seguro
que tiene experiencia en su trabajo de reuniones agotadoras que no sirven de
nada más allá de la primera media hora y en la que todos los asistentes pugnan
por hablar, sin que aporten en exceso. Aumentar el número de asistentes tiende
a aumentar el ruido y las posibilidades de que todo se desmadre. Algo así
sucedió ayer en Génova, pero en el silencio más absoluto y con la única voz de
Rajoy. El resto calló.
La situación a la que se enfrenta
el PP es, realmente, endiablada, y sus posibilidades, escasas, si es que se
quiere acudir a algunas de ellas. Tras el avisado y comprobado desastre
electoral en Andalucía, en seis semanas se celebran nuevas elecciones,
autonómicas en muchas comunidades y municipales en todo el país. Son, después
de las generales, las más importantes de todas, las que más poder otorgan y
permiten tener una imagen bastante fiel del sentimiento del votante. Acude a
ellas el PP en medio del marasmo de saberse perdedor moral de las mismas, estando
por ver si será también el perdedor real. En las anteriores, 2011, alcanzaron
los populares unas cotas de poder inmensas, y es obvio que, sea cual sea el
resultado, perderán gran parte de ese poder. Eso lo sabemos todos. La cuestión
es determinar qué grado de pérdida es asumible, a partir de qué punto esa
pérdida se convierte en desastre, y las consecuencias que, para la cúpula del
partido, léase gobierno, tengan esas pérdidas. Recordemos que a estas
elecciones no se presenta Rajoy ni su gobierno, pero es él y sus políticas las
que van a ser votadas en cada una de las urnas, y se temen los miles de
alcaldes, concejales y cargos públicos locales del PP que sea en ellos en
quienes, en primera instancia, el votante descargue esa ira que todas las
encuestas señalan, haciéndoles perder el cargo, poder y sueldo por ser quien
representa al gobierno. De ahí que desde hace días surgieran voces críticas y
ruido de fondo, miedo a la pérdida, que es lo que ayer trató de acallar Rajoy con
un discurso reiterativo dirigido a los suyos, con un mensaje de prietas filas y
de que es la marca PP la que gana las elecciones, no los candidatos. ¿Le harán
caso? Todos ayer dijeron que sí, o al menos, al no emitir opinión alguna, dieron
validez a este mensaje, pero a medida que la campaña se acerque veremos cómo
habrá candidatos, no solo la de siempre, que irán por libre, que harán una
campaña tipo Susana Díaz, en la que la persona oculta las siglas, una marca, PP
en este caso, que resta más que vende. Y del resultado de las urnas y de la
dimensión de la pira se verá quién tenía razón. Como son tantos los lugares
donde se eligen candidaturas, todos los ojos van a estar puestos en Madrid,
ayuntamiento y comunidad, grandes feudos del poder del PP, gobernados ambos por
mayoría absoluta desde hace décadas, donde se presentan dos candidatas muy
distintas, y ambas con opciones de ganar las elecciones y perder el poder. Si
el PP pierde Madrid poco importará el resultado del resto de citas, su derrota
será estrepitosa. Si el PP conserva Madrid poco importará el resto de citas,
habrá salvado la cara. Por eso el principal empeño de sus rivales será hacer
campaña en Madrid y arrebatársela. A día de hoy, con las volátiles y
desquiciadas encuestas en la mano, los rivales del PP pueden lograrlo.
¿Y Rajoy? Acostumbrado a no cambiar nada, su actitud
me desconcierta. Al igual que llegó al poder con una ola de indignación contra
ZP y de cierta esperanza, ahora puede verse sumergido por la ola de descrédito
y hartazgo político que recorre el país, de la que sigue sin parecer ser
consciente. Su discurso economicista, que es acertado, ya no cala en un votante
hastiado y cínico a más no poder, que impulsa a nuevas formaciones como reacción
de rechazo a lo conocido. Quizás el PP necesite una segunda derrota, tras la de
Andalucía, para darse cuenta de que su rumbo es erróneo, pero a día de hoy
sigue siendo un trasatlántico muy pesado que, atisbando arrecifes a proa, se
muestra incapaz de virar a tiempo.
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