Hace un par de días validé el
borrador de mi declaración de la renta. Como todos los años desde que me compré
el piso, y gracias a la desgravación hipotecaria de la que todavía me puedo
beneficiar el saldo es a devolver, abundantemente, cosa que hace que mi visión
anual del fisco siempre sea más bondadosa que la de la media. Otro cantar será
cuando acabe de pagar la hipoteca o, temo que antes, cambie de piso porque ya
no quepa, y diga adiós a esa gracia fiscal que tan bien me vino en el pasado, y
que la ley actual no contempla. Era la “repera” pensaré al recordarla.
El escándalo Rato y toda la
polémica que hay encima de la mesa sobre la amnistía fiscal de 2012 y los más
de setecientos investigados ha estallado en plena campaña de la renta. Los asalariados,
como es mi caso, no tenemos vías reales para defraudar, por lo que somos la
ubre que el estado exprime sin reparo ni error alguno para abastecerse de
ingresos. Pero parece ser que hay muchos cientos de miles que pueden eludir el
control del fisco, y deciden hacerlo. Consideran que el resto de españoles
somos pringados, gilipollas y tontos. El que ese pensamiento sea el dominante
en nuestra sociedad durante muchos siglos es el que ha permitido que el fraude
no sea perseguido con la intensidad debida, porque es comprendido por muchos.
No se si las cosas están cambiando, sería la “repera” si así fuera. De momento
el gobierno, en este caso, tiene un lío de mil narices encima de la mesa,
porque la detención de Rato y su escarnio público, grave herida para el
gobierno y el PP infringida, según muchos, por fuego amigo, ha dejado en
evidencia no sólo a uno de los mitos del partido y maltrecha la historia de
éxito del pasado, sino los agujeros y desastres que la amnistía de 2012 trató
de encubrir. Vista desde cualquier perspectiva, esa decisión fiscal ha supuesto
un tremendo error. No sirvió para ingresar mucho, poco más de mil millones de
euros, que los de los ERE o los cursos de formación se pueden fundir en lo que
se tardan en atiborrarse de gambas. Permitió que muchos miles de millones de
euros más regresasen a España, pero en unas condiciones de tal ventaja que
suponían una discriminación absoluta respecto a los patrimonios regulares que
estaban desde antes aquí. Y, como era de temer, sirvió para para que presuntos,
de momento, delincuentes lavasen sus ingresos y patrimonio, obtenidos no se
sabe muy bien cómo o, siendo mal pensado, sabiéndolo perfectamente. Es cierto
que la ley que ampara esa amnistía dice que, independientemente de la
regularización, se investigaría si los capitales tenían una procedencia
irregular y, en su caso, se perseguiría, pero quedaba claro que en ningún caso
se iba a dar a conocer la lista de los que se habían acogido a la misma, por el
simple hecho de que si yo ofrezco un trato ventajoso a alguien sólo se apuntarán
los que, por vergüenza, sepan que van a seguir amparados en el anonimato. Los
nombres de quienes, por ahora, sabemos que se acogieron a esa amnistía, han
surgido porque están involucrados en otras causas penales (Gürtel, Pujol, Rato,
etc) y son los jueces que las instruyen los que han requerido esa información.
Sin embargo, ahora que sabemos que hay una lista de setecientos reyes de la
sinvergonzonería entre el grupo de aprovechados amnistiados, sospecho que no
pasará demasiado tiempo antes de que empiecen a filtrarse nombres o indicios
que puedan señalar a unos y a otros. Y eso sería la “repera”
O no. Y por eso quizás la
comparecencia de ayer del director de la Agencia Tributaria vino a
transmitir un mensaje muy similar al que, de manera más abrupta y tosca, bramó
Pujol en su comparecencia. “No movamos el árbol que se caen las ramas”, dijo el
nada honorable. Esto es la “repera patatera” comentó ayer Menéndez en una
expresión muy de tebeo de Mortadelo, pero que veía a decir que, como todos
sabemos que todos estamos metidos en el ajo, mejor que no nos hagamos daño unos
a otros. Y eso contribuye a mantener la imagen de que el que paga impuestos en
este país es un “pringao”, que lo mejor es defraudar, vivir a cuerpo de Rey sin
dar golpe y robando a los demás. Y luego, ser amnistiado por los míos o por los
otros. Sí, sí que es la “repera patatera”
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