viernes, abril 17, 2015

La detención de Rodrigo Rato

Cuando las imágenes lo dicen todo, escaso es el espacio que dejan a la palabra. Esa mano, posada sobre la nuca, que empuja para que la cabeza entre rápida y sin golpearse en el marco del coche, es la imagen del hundimiento, la de la justicia que se hace con una de las piezas más preciadas, la del descendimiento de uno de los hombres más poderosos que en la historia reciente de España han sido, y que pudo llegar a serlo el que más, al mundo del averno, a los infiernos de los juzgados, salas de declaración y pasillos de prisiones. Esa mano es la que toca a los, hasta hace casi nada, intocables.

Ya en la época de Bankia, con la desastrosa idea de su salida a bolsa, y todo lo que inevitablemente tenía que llegar después, y llegó, o más recientemente con el asunto de las tarjetas black de esa misma entidad, tuve la oportunidad de “zurrar” mediante estas líneas a la figura de Rodrigo Rato, sin dejarle apenas resquicio de duda u oportunidad. En el fondo, y a sabiendas, a quien estaba echando la bronca con esos artículos, en la figura de Rodrigo, era a mi mismo. Porque yo fui una de esas personas, como muchas otras, que confió en él, que lo veía como uno de los grandes, de los que habían hecho mucho por su país, por nuestro país. Lidiando con las reformas que permitieron entrar a España en el euro, la imagen de Rato, su capacidad dialéctica y su buen hacer, lo elevaron a los altares económicos. No se si fue en 2005 o 2006 cuando acudí como público a un acto en el que, en pleno centro de Madrid, le entregaban un doctorado honoris causa, o algo similar. El local estaba atestado, lo más de lo más en la época en la que era imposible tener más, se encontraba allí, rindiendo tributo y agasajo a la figura de Rodrigo, que escapado por unos momentos de su trono washingtoniano venía a hablar a los mortales. Esa era la sensación que daba, que compartíamos y aceptábamos. Gentes del PP, del PSOE, de todo el arco político de aquel entonces, estaban allí para verlo, para ser vistos con él. Se decía entonces que Rato había sido apartado de la carrera sucesoria del PP por un Aznar que veía en él a alguien demasiado independiente, fuerte, con personalidad e ideas propias, y eso le daba también un aura de poder y capacidad muy por encima del, por aquel entonces, mediocre panorama político nacional, que empieza a ser visto como una joya si lo comparamos con el erial en el que vivimos hoy en día. Y cada vez que en una charla o debate salía el nombre de Rato yo, y muchos otros, lo defendíamos. Por eso cuando empezó a hacer cosas raras, como esa espantada nunca aclarada del FMI (quizás ahora sepamos el por qué) me empecé a mosquear, pero siempre con el inmenso beneficio de la duda que le otorgaba a su persona. Mi quiebra con él llegó con la salida a bolsa de Bankia, aquel engendro creado aunando porquería financiera de toda índole, que estaba condenado al desastre. Su imagen tocando la campaña en el edificio de la bolsa, como bien me recordaba ayer el sabio BLL, es imborrable, y ya en su momento me pareció patética. “Qué haces, Rodrigo, embarcándote en ese Titanic que está condenado a hundirse” pensaba para mis adentros y, cada vez más, en mis opiniones públicas. Luego llegó lo que llegó, que a muchos cogió por sorpresa, pero a muchos otros no, y de ahí en adelante conocimos todos el reverso tenebroso de la fuerza de un personaje que, de poder serlo todo, decidió destruir su vida por la más absurda, infantil y estúpida de las codicias, la que llena el corazón de los hombres del afán del dinero y les hace perder la cabeza con el único objetivo de atesorar más y más. No se muy bien para que.

Esa mano que introduce a Rodrigo en el coche, de manera metafórica, también nos está pegando una buena y merecida colleja a todos los pringados que en su momento creímos en el Ministro, en el Gerente del FMI. Nos está haciendo agachar la cerviz , nos introduce en el coche virtual que nos arroja al mundo real de la corrupción, del blanqueo de dinero, de la estafa, del delito. Mucha manos como esas quizás hubieran salvado a este país del desastre al que ha llegado, pero en su lugar tuvimos muchas cabezas como las de Rato, y miles de mentes ingenuas como la mía, que nos arrojaron a las sombras. Ahora la mano que nos empuja la cabeza quizás sea la única capaz de rescatarnos, de salvarnos, de sacarnos del pozo.

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