Seguro que este título de hoy les
sorprende, y piensan que tras él escondo una sofisticada metáfora política o
económica, en la que el Sol, por ejemplo, es Alemania, y la Tierra, nosotros, o
algo por el estilo. Pues no, el significado del título es literalmente el que
es. Nuestro planeta gira alrededor del sol, en una órbita ligeramente elíptica,
cuya duración es lo que denominamos año. Lo hace inclinado algo más de 20
grados sobre el plano, lo que genera las estaciones meteorológicas, y es
nuestra rotación lo que genera el día y la noche. El sol no sale y se pone,
aunque lo sigamos diciendo. Rotamos en torno a él.
Esto viene a cuento de los
resultados de la VII
Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología de FECYT,
presentada ayer, en la que se encuentran perlas como que un
27% de los preguntados cree que es el Sol el que gira en torno a nosotros,
como pensaba casi todo el mundo hasta la revolución copernicana. Una cuarta
parte de la población está equivocada en lo más profundo, y sobre un concepto
archidemostrado que se estudia, en teoría, en todos los colegios, aunque visto
el resultado del sondeo habrá que poner en cuarentena lo del estudio y los
colegios. Si quieren ustedes consolarse, en 2006, no en el siglo XIII, el
porcentaje de los que pensaban que el Sol rota en torno a nosotros era del,
agárrense, 38%, una cifra por la que darían toda su sangre PP y PSOE para poder
alcanzarla en cualquiera de las citas electorales que tenemos en lo que queda
de año. En este sentido hemos mejorado bastante, pero aun así con una cuarta
parte de los votos, se pueden conseguir mayorías cualificadas para gobernar.
Yendo a aspectos más cualitativos, la encuesta muestra que la percepción de la
ciencia por parte de la población ha mejorado. Es un 59,5% el que señala que la
ciencia tiene más beneficios que perjuicios, frente al 53% que opinaba eso
mismo en 2012. Vamos mejorando, pero muy poco. Y no es suficiente. De hecho últimamente
hay muchas noticias de movimientos anticientíficos que alcanzan relevancia y,
como es de esperar, sus consecuencias son nefastas. No me refiero sólo a los que
tienen montado el gran negocio del ocultismo, astrología y prácticas similares,
que parecen ser tan fuertes que no podrán ser erradicados nunca, no. Ni los
creacionistas y/o defensores del diseño inteligente, otra corriente de opinión
profundamente equivocada, que entre nosotros afortunadamente no tiene mucho
peso, pero que sigue siendo muy fuete en EEUU, y está logrando que su teoría,
disparatada, se enseñe en algunas escuelas como contraste a la de la evolución
darwiniana, como queriendo ofrecer dos alternativas posibles ante los hechos
para que el alumno escoja, cuando la ciencia no es escoger, sino demostrar y
descartar. Asombroso. Los que han cogido mucho bombo últimamente son los del
movimiento antivacunas. Subidos a la moda de la vuelta a una arcadia natural,
que es falsa entre otras cosas porque nunca existió, hay
grupos organizados, no sólo de padres, que rechazan que a sus hijos se les
vacune de ciertas enfermedades porque la vacuna puede causarles males mayores.
Podríamos pensar que esto es una sandez muy grande, y lo es, pero las
consecuencias que tiene son enormes. Enfermedades erradicadas, que son muy
peligrosas, que durante milenios han matado sin control, y que gracias a las
vacunas han conseguido ser vencidas, reaparecen por una decisión irracional
basada en temores y miedos carentes de todo sentido. Y eso es una de las
consecuencias no de no creer, sino de no respetar a la ciencia, de no valorarla
como es debido.
Resulta muy curioso que en nuestro mundo, al que
hemos llegado y podemos vivir gracias al desarrollo científico y tecnológico,
en el que esos avances nos rodean por todas partes y hacen de nuestra vida la más
cómoda y sencilla de las que han existido a lo largo de la historia de la
humanidad, el negacionismo, el rechazo al avance, tenga tanta fuerza entre
nosotros. El giro del Sol, los antivacunas, movimientos que parecen surgidos de
tiempos medievales, arraigan en medio de nosotros y transmiten sus mansajes a
través de miniordenadores que utilizan las frecuencias electromagnéticas, los
smartphones, que no son sino uno de los frutos de esa ciencia que tanto
critican y detestan. Queda mucho por hacer en el campo de la divulgación y,
sobre todo, en el del convencimiento. Hay que seguir trabajando. ¡¡¡Viva la
ciencia!!!
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