Hoy, 23 de Abril, se celebra el día
del libro, de ese maravilloso invento que nos entretiene, forma, divierte y
hace pasar el rato como ningún otro. Con tal motivo se cumplirán las
tradiciones ya clásicas de la lectura del Cervantes, la entrega del premio homónimo
en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en esta ocasión a Juan
Goytisolo, el descuento del 10% en todas las librerías y, en idea importada de
Cataluña, la proliferación de rosas de Sant Jordi, que ahora se encuentran ya
en todas las tiendas de España. Un día para comprar y, como todo el resto del
año, para leer.
En pasadas semanas he visto
algunos artículos que ahondan en la polémica sobre el formato del libro. Los defensores
del clásico en papel alzan su voz frente a la desmaterialización del digital,
los amantes de lo novedoso miran a los del papel como especies a las que la
evolución arrincona en una orilla del camino, y las posturas se mantienen
enfrentadas. Yo, comprador compulsivo de libros en papel, tengo una postura
bastante clara y, como suele parecerme a veces a mi mismo, contradictoria. Me
encanta el papel para los libros. Me paso a veces medio día delante de la
pantalla del ordenador, en la que leo sin cesar, por trabajo o por lo que sea,
y la fortuna ha querido que no se me cansen los ojos, pero para leer en casa o
en el camino prefiero el libro de toda la vida, y no me voy a pasar al digital
hasta que, si llega el caso, la edición en papel sufra una debacle similar a la
que vive el mundo del CD. Pero nada tengo en contra del libro electrónico, ¿por
qué debiera criticarlo? Es un soporte que tiene evidentes ventajas, como son la
portabilidad y la posibilidad de aumentar el tamaño de letra de lo que se lee,
fundamental llegada una edad en la que los ojos están tan cansados como el
resto del cuerpo. También tiene problemas, como el asunto de las baterías, que siempre
duran menos de lo debido, y la sensación de anonimato que genera cada título,
que es visto de igual manera a través de la misma pantalla. Pero todo eso da
igual. Cada soporte posee ventajas e inconvenientes dadas sus características,
y son indisociables. Cuestiones como el sentimiento, la practicidad, la
experiencia, gusto o manía, por citar sólo algunas, condiciona cómo apreciamos
cada una de las ventajas o inconvenientes que podríamos denominar objetivos, y
hace que al final nos decantemos por uno u otro soporte. Como pasa con todas
las demás cosas de la vida. Y eso no las hace excluyentes, ni mucho menos. Habrá
nichos de mercado, como el de la educación, en el que tabletas y libros electrónicos
se muestren superiores al clásico libro de texto, y otros en los que el libro
en papel sea el pujante. Y el gusto, afición, moda y deseo del consumidor será
el que finalmente determine qué formatos prevalecen en cada momento, aunque me
da la sensación de que, como sucede muchas veces, se alcanzará un ajustado
grado de convivencia entre todos. Por ello desde aquí animo a la gente a todo
el mundo, a que se compre libros en papel, tabletas, Kindles, lo que le de la
gana, pero sobre todo, lo importante, lo más importante, a que lea. Porque me
da igual si uno mira a una hoja en la que la tinta impresa remarca un tipo gráfico
o a una pantalla retroiluminada o de tinta electrónica. La emoción del texto,
su calidad, lo que nos cuente, es lo relevante. Si está compuesto en Arial,
Trebuchet o brilla es, sinceramente, lo de menos. El hecho es leer y vivir al
historia que el autor nos ha querido contar.
Viviendo en metro al trabajo veo a gente que lee
en todos los soportes posibles. Somos menos que antes de que el smartphone, con
el whatsapp y los juegos, se convirtiera en el rey del transporte público, y me
temo que de la vida en su conjunto, pero aún se ve a muchos leyendo. Hay una
chica, guapa la verdad, a la que veo habitualmente en las últimas paradas antes
de llegar a la oficina, que casi siempre está leyendo en su smarrtphone. Pasa páginas,
no se en qué formato, y se mantiene concentrada en su lectura, en una pantalla
pequeña y un tipo de letra minúsculo, aparentemente muy inadecuado. Pero ella
lo disfruta, lee y le gusta. Y eso es lo realmente, lo único importante. Feliz
día del libro, compren (paguen a los autores) y que buenas historias lleguen a
sus vidas.
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