El llamado sello
del presidente de EEUU, una especia de anagrama de la institución, muestra,
junto al lema de la Unión “E pluribus unum” un águila en cuyas garra derecha
sostiene una rama de olivo y en la izquierda unas flechas. Un mensaje del tipo
“puedo ser bueno pero también malo, tu escoges”. Tradicionalmente EEUU ha sido
un país con una buena diplomacia, amparada por el ejército más poderoso
inimaginable, que actúa como amenaza creíble, o de último recurso, a la hora de
dar peso a la posición negociadora norteamericana. Esta situación requiere un
equilibrio de fuerzas entre las dos “garras” que en ocasiones no se ha dado.
En estos días estamos viendo,
tras años de cierta preponderancia militar que no generó los frutos deseados,
una prevalencia de la diplomacia, y los logros que de ella se pueden obtener.
Es muy pronto para saber si esta estrategia negociadora será rentable a largo
plazo para los intereses de EEUU, que son los que defiende su presidente,
obviamente, pero lo cierto es que la imagen del encuentro entre Obama y castro,
producida este fin de semana en la cumbre de Panamá, y la firma del preacuerdo
de desnuclearización de Irán, de hace un par de semanas, suponen dos golpes
estratégicos de primer nivel, y cambian de manera profunda los patrones de
comportamiento que, respecto a estos asuntos, imperaban en la política de EEUU
desde hade décadas. Y si EEUU cambia de opinión, el resto del mundo tiende a
hacerlo después. Ambos países, Irán y Cuba, eran vistos como parte integrante
de lo que se denominó en su día “el eje del mal” expresión muy sonora pero más
propia de una película de acción que de política práctica. Cada uno de ellos
presenta problemas muy distintos, siendo Cuba un asunto casi interno de la
política de Washington e Irán una molestia gorda que lleva décadas
martilleando. En ambos casos se ha dado un cambio de personas dirigentes, que
no de régimen, que ha permitido una mayor apertura, o al menos esa es la
sensación general. La dictadura de los Castro agoniza a la par que lo hace
Fidel, y la economía cubana, dependiente antaño de Rusia, después de Venezuela,
da ejemplo cada día de hasta qué punto la miseria puede ser eterna y cómo la
población puede acostumbrarse a la misma. No se si Raúl Castro será quien de el
pistoletazo de salida de la transición cubana, pero es cierto que ha visto que
el régimen y el país no dan más de sí. Su intento de reforma interna, o de
apertura, es probable que sea la vía por la que Cuba se convierta en un régimen
normal, en un país en el que la libertad pueda volver a pasear por el malecón.
Ojalá sea así. En el caso de Irán, tras los ocho años de gobierno iluminado de
Ahmadineyad (nuestro viejo amigo “Ahma”) la llegada de un moderado como Rohani
ha permitido cambiar el discurso, habitualmente hostil y mesiánico, que sale de
Teherán. Las sanciones internacionales y el derrumbe del petróleo han hecho
mucho daño al régimen y la población, y es probable que esa apertura sea una vía
para encontrar un aire, político y financiero, del que ya apenas se dispone. En
este caso, si cabe, al situación es mucho más compleja y difícil de prever que
en el de Cuba. Estamos mejor que antes, sí, pero es casi imposible saber hacia
dónde nos dirigimos.
Y en ambos casos EEUU, ante condiciones más favorables,
ha adoptado una estrategia “blanda” a mi juicio acertada, consistente en
mostrarse comprensivo y permitir que se alcancen acuerdos. Hay mucha discusión,
y argumentos de peso, sobre si esta es la manera adecuada de actuar o no, pero
creo que en conjunto, ganan los pros, empezando por el hecho de que, tras años
en los que la imagen norteamericana ha estado muy en entredicho, estas
conversaciones logran que el poder blando de EEUU (concepto de Joseph Nye) , su
capacidad de atractivo, crezca, y no sólo en las dos naciones con las que se
han alcanzado estos compromisos. El antiamericanismo global ha sufrido un duro
golpe con estos dos acercamientos, y eso en sí mismo es ya una gran victoria
para EEUU.
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