viernes, marzo 06, 2015

Rajoy y la riada del Ebro

Hoy, tras el tradicional consejo de ministros, Rajoy emprenderá viaje para conocer en persona las consecuencias de la crecida del Ebro, que ha anegado pueblos, cultivos y enseres a lo largo de Navarra y, sobre todo, Aragón. Pedro Sánchez estuvo hace un par de días en esas mismas tierras embarradas y soltó varios “coños” en una demanda de visita del presidente del gobierno a las tierras doloridas, que al final ha encontrado el eco buscado. No está claro si el viaje de Rajoy no estaba previsto y se improvisó tras las declaraciones de Sánchez. La sobrecargada y volátil agenda de Moncloa permite suponer que ambas hipótesis pueden ser ciertas.

¿Cuándo una catástrofe de este tipo se convierte en arma electoral y permite ser usada como tal? O si quieren replantearse la pregunta, ¿Cuándo es justo que un político visite una zona afectada por un desastre de este tipo? Partiendo de la premisa de que en este caso, pese a los destrozos, no ha habido víctimas directas causadas por la riada, es fácil deducir que en medio del clima antipolítico que vivimos Rajoy sería asaetado hiciera lo que hiciese. Si hubiese visitado la zona con el agua alta, en fundado en botas de barro e impermeable, se le acusaría de buscar una foto para ocultar su gestión. Ahora, que va ya con el agua retirada, se le acusa de tardanza e ir a remolque de los acontecimientos. Y ambas críticas esconden algo de verdad. Estas situaciones son difíciles de gestionar para el gobernante, porque, valga el símil, la opinión pública funciona como una presa, que acumula tensión hasta que, llegado un punto, no puede más y, rebosada, la suelta. Si se acude después de ese punto de ruptura no habrá manera de librarse de críticas, mientras que si se acude antes es probable que la noticia no haya copado las suficientes portadas y entradas de televisión como para generar el rédito o mérito necesario. Algunos comparan esta inacción de Rajoy con la que ya mostró el PP en el asunto del Prestige, primera de las causas que originó en aquel entonces el divorcio entre la sociedad española y el partido. No son exactamente comparables, entre otras cosas por el factor humano que sí tuvo mucho que ver en aquel caso y nada en este, pero es verdad que en aquel entonces el PP mostró una falta de reflejos y sensibilidad que, en cierto modo, se ha instalado en sus genes a la hora de gestionar este tipo de sucesos. Se recuerda en debates y tertulias como, gracias a unas inundaciones, el canciller alemán Gerhard Schroeder logró una reelección, embutido en sus botas e impermeable, lleno de barro y agua, en primera línea de la crecida, en medio de una campaña electoral que pintaba muy mal para él. Mi opinión en este caso es que, aun siendo difícil calibrar el momento, Rajoy sí debiera haber ido antes, aunque sea para mostrar una imagen de proximidad, dado que como es sabido la presencia de autoridades en estos escenarios lo único que supone es entorpecer la labor de los profesionales y lugareños que tratan de arreglar los daños causados. Seguro que le iban a recibir no precisamente obsequiándole frutas de Aragón ni mantos de flores como el de la Virgen del Pilar, pero en el cargo y sueldo está el aguante de la bronca. Sánchez en este caso ha estado muy rápido, y más allá de si su visita ha sido oportuna u oportunista, y los “coños” que se ha dejado en el camino, ha puesto sobre la mesa la imagen, ya muy conocida, del fantasma de la Moncloa, de ese sujeto, se llame como se llame, que acaba encerrado en el Palacio y que no sale de ahí para nada, pase lo que pase.

Ese llamado síndrome ha afectado a todos los que hasta ahora han sido presidentes del gobierno, con más intensidad a medida que han pasado más tiempo en el poder. En el caso de Rajoy, personaje extraño donde los haya (su gestión de las candidaturas en Madrid da para escribir varias tesis psicológicas) se junta ese conocido síntoma con una forma de ser que muestra desapego a lo que le rodea, un desapego que no se si es indiferencia, temor o prudencia, pero que lastra enormemente su imagen pública, ya destrozada por la gestión de la crisis. Los que le conocen comentan que Rajoy, de cerca, es mucho más agradable de cómo le vemos en el día a día. No se qué Rajoy veremos en el barrizal del Ebro, ni si aprovechará para enterrar allí a algunos presuntos candidatos. En unas horas, se supone, lo sabremos.

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