Hoy, tras el tradicional consejo
de ministros, Rajoy emprenderá viaje para conocer en persona las consecuencias
de la crecida del Ebro, que ha anegado pueblos, cultivos y enseres a lo largo
de Navarra y, sobre todo, Aragón. Pedro Sánchez estuvo hace un par de días en
esas mismas tierras embarradas y soltó varios “coños” en una demanda de visita
del presidente del gobierno a las tierras doloridas, que al final ha encontrado
el eco buscado. No está claro si el viaje de Rajoy no estaba previsto y se
improvisó tras las declaraciones de Sánchez. La sobrecargada y volátil agenda
de Moncloa permite suponer que ambas hipótesis pueden ser ciertas.
¿Cuándo una catástrofe de este
tipo se convierte en arma electoral y permite ser usada como tal? O si quieren
replantearse la pregunta, ¿Cuándo es justo que un político visite una zona afectada
por un desastre de este tipo? Partiendo de la premisa de que en este caso, pese
a los destrozos, no ha habido víctimas directas causadas por la riada, es fácil
deducir que en medio del clima antipolítico que vivimos Rajoy sería asaetado
hiciera lo que hiciese. Si hubiese visitado la zona con el agua alta, en
fundado en botas de barro e impermeable, se le acusaría de buscar una foto para
ocultar su gestión. Ahora, que va ya con el agua retirada, se le acusa de
tardanza e ir a remolque de los acontecimientos. Y ambas críticas esconden algo
de verdad. Estas situaciones son difíciles de gestionar para el gobernante,
porque, valga el símil, la opinión pública funciona como una presa, que acumula
tensión hasta que, llegado un punto, no puede más y, rebosada, la suelta. Si se
acude después de ese punto de ruptura no habrá manera de librarse de críticas,
mientras que si se acude antes es probable que la noticia no haya copado las
suficientes portadas y entradas de televisión como para generar el rédito o mérito
necesario. Algunos comparan esta inacción de Rajoy con la que ya mostró el PP
en el asunto del Prestige, primera de las causas que originó en aquel entonces
el divorcio entre la sociedad española y el partido. No son exactamente
comparables, entre otras cosas por el factor humano que sí tuvo mucho que ver
en aquel caso y nada en este, pero es verdad que en aquel entonces el PP mostró
una falta de reflejos y sensibilidad que, en cierto modo, se ha instalado en
sus genes a la hora de gestionar este tipo de sucesos. Se recuerda en debates y
tertulias como, gracias a unas inundaciones, el canciller alemán Gerhard Schroeder
logró una reelección, embutido en sus botas e impermeable, lleno de barro y
agua, en primera línea de la crecida, en medio de una campaña electoral que
pintaba muy mal para él. Mi opinión en este caso es que, aun siendo difícil
calibrar el momento, Rajoy sí debiera haber ido antes, aunque sea para mostrar
una imagen de proximidad, dado que como es sabido la presencia de autoridades
en estos escenarios lo único que supone es entorpecer la labor de los
profesionales y lugareños que tratan de arreglar los daños causados. Seguro que
le iban a recibir no precisamente obsequiándole frutas de Aragón ni mantos de flores
como el de la Virgen del Pilar, pero en el cargo y sueldo está el aguante de la
bronca. Sánchez en este caso ha estado muy rápido, y más allá de si su visita
ha sido oportuna u oportunista, y los “coños” que se ha dejado en el camino, ha
puesto sobre la mesa la imagen, ya muy conocida, del fantasma de la Moncloa, de
ese sujeto, se llame como se llame, que acaba encerrado en el Palacio y que no
sale de ahí para nada, pase lo que pase.
Ese llamado síndrome ha afectado a todos los que
hasta ahora han sido presidentes del gobierno, con más intensidad a medida que han
pasado más tiempo en el poder. En el caso de Rajoy, personaje extraño donde los
haya (su gestión de las candidaturas en Madrid da para escribir varias tesis
psicológicas) se junta ese conocido síntoma con una forma de ser que muestra
desapego a lo que le rodea, un desapego que no se si es indiferencia, temor o
prudencia, pero que lastra enormemente su imagen pública, ya destrozada por la
gestión de la crisis. Los que le conocen comentan que Rajoy, de cerca, es mucho
más agradable de cómo le vemos en el día a día. No se qué Rajoy veremos en el
barrizal del Ebro, ni si aprovechará para enterrar allí a algunos presuntos
candidatos. En unas horas, se supone, lo sabremos.
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