Lo reconozco, hay veces, no
pocas, en las que vivir en la ignorancia, o incluso la duda, resulta sumamente
gratificante. No saber por qué pasan las cosas nos evita preguntas más
complejas y dudas que pueden reconcomernos durante mucho tiempo, sobre todo
cuando carecen de respuesta. Comentaba los días pasados que tardaríamos mucho
tiempo en saber lo que pasó en el accidente de avión de los Alpes, meses,
quizás años. Y me equivoqué del todo. Y a la luz de lo que hemos conocido cuánto
lamento mi error, porque la verdad ha resultado ser mucho más amarga de lo que
nos pudiéramos haber imaginado. Empezando porque no es un accidente.
Hoy
todas las webs y portadas se cubren con la imagen de un chaval sentado en la
barandilla del mirador sito en el lado norte del puente del Golden Gate de San
Francisco. Como un turista cualquiera, el joven mira a la cámara con la
imponente silueta de las torres del puente de fondo y el inicio de la ciudad de
San Francisco en el horizonte. Destila juventud, alegría y futuro por todos los
poros, parece una persona feliz, y es imposible saber a partir de esa imagen
qué es lo que le gusta, apasiona, hace disfrutar o temer. Es una persona más
entre otros millones que a lo largo de los años han pasado por esa baranda de
piedra. Yo mismo estuve ahí en 2002, y creo que tengo una foto muy parecida,
aunque con más entradas de las que muestra el joven retratado en la foto que
ahora todos vemos. Andreas Lubitz, que así se llama nuestro hombre, ya por
entonces quería volar, y no se si lo había conseguido o no, pero por lo que
cuentan las crónicas esa pasión le desbordaba, era su ilusión preferida, lo que
más ansiaba lograr. Quizás llegó a San Francisco como turista, o puede que en
unas prácticas de vuelo, o copilotando él mismo la aeronave, no lo se. Se hizo
esa foto ahí y es seguro que cuando la vieron sus padres y familiares les hizo
mucha ilusión, por lo lejos que había llegado su hijo y por lo feliz que estaba
habiendo logrado culminar su sueño de volar. A los 28 años y con unas 600 horas
de vuelo, como piloto de Lufthansa, Andreas estaba en los inicios de una
prometedora carrera de piloto comercial que podría llevarle muy lejos, tanto en
lo físico como en lo profesional y, desde luego, en lo económico. A una edad en
la que el mileurismo empieza a ser un objetivo inalcanzable para muchos
jóvenes, la sonrisa que muestra Andreas en San Francisco esconde una historia
que, hasta ayer por la mañana era de pleno éxito profesional, y quién sabe si
personal, dado que nada sabíamos de él. Una carrera truncada de manera trágica
en una montaña de los Alpes el pasado martes, en la que su mirada, como la de
los 149 acompañantes que con él volaban, se apagó para siempre de camino a un
Dusseldorf al que nunca llegaron. Hasta ayer por la mañana la historia de
Andreas era, como la del resto de víctimas, una imagen, un recordatorio, y una
pequeña biografía de apenas un par de líneas junto a la del resto de víctimas. “joven
copiloto, expediente brillante, 28 años, formado siempre en Lufthansa, de carácter
alegre, apasionado por su trabajo y por volar” y poco más. Su historia estaba
detrás de otras, como la de los españoles para nosotros, o la de los dieciséis críos
de intercambio de la escuela, que nos conmovieron a todos, y no ocupaba un
lugar especialmente relevante. Era importante saber lo que le había pasado en
los instantes previos, dada su posición de copiloto en la cabina, pero Andreas
no protagonizaba ningún titular ni portada. Hasta ayer al mediodía.
La
rueda de prensa del fiscal de Marsella, un prodigio en lo que hace a
sencillez, comunicación, claridad y contundencia, fue tan impactante como si en
la foto de Andreas se hubiera colapsado el puente del Golden Gate. Donde antes
aparecía el joven vitalista y prometedor, ahora se muestra el retrato de un
demente, de un asesino, de un psicótico, de un perturbado, de un enfermo, no se
qué calificativo usar, que responde a las preguntas que trataban de averiguar
qué es lo que sucedió en el Airbus 320 de Lufthansa la mañana del martes 24 de
Marzo, pero que a su vez deja sin contestar, y agranda hasta el infinito, la
angustiosa pregunta que todas las víctimas, a las que asesino, sus familiares y
el resto del mundo gritamos desde ayer de manera constante. ¿POR QUÉ?
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