martes, marzo 17, 2015

Arturo Pérez Reverte y el amor a la novela

La presentación de un libro siempre es un bello acto para los amantes de las letras, y ayer tuvo lugar uno de esos encuentros de belleza sin par. En torno a una mesa con tres copas, una de ellas en homenaje a su amigo Rafael de Cózar, recientemente fallecido, Arturo Pérez Reverte y Juan Eslava Galán desgranaron una conversación sobre un montón de asuntos con la excusa de la presentación del último libro del de Cartagena, la novela “Hombres buenos” que trata de la aventura de unos miembros de la RAE que, en pleno siglo XVIII, viajan a París para conseguir un ejemplar de la Enciclopedia, que en España está, como no proscrita.

De entre las muchas verdades y reflexiones que allí se dijeron, me voy a quedar con dos referidas al mundo de la novela y su creación, una novedosa y otra escuchada ya en varias ocasiones. La novedosa es que Pérez Reverte, al contrario que otros autores, que afirman sufrir y pasarlo mal en el proceso de la escritura, considera ese momento el más gozoso de los instantes, la fuente de felicidad que, junto con el mar y otra que no quiso desvelar, sacian su vida de alegría. El escribir, y la necesidad de leer mucho para documentarse llevan a Arturo a una especie de trance en el que su historia le absorbe, y él se deja absorber por ella, llevando así una doble o triple vida, la propia y la de los personajes que bullen en su cabeza y deambulan en las escenas que va componiendo. “Escribo para vivir varias vidas” llegó a decir en un momento, y se deleitaba al describir el placer que le supone, en esos meses o años de creación, el estar en un mundo paralelo, en el que la realidad que observas y sientes se tamiza por el filtro de la historia que creas, y las calles que pisas y las miradas que observas pueden llegar a ser fragmentos de tu historia. Y ese vivir en el mundo paralelo para él es su paraíso. La otra idea, ya escuchada en otros autores, es cómo el devenir de la historia te puede llevar a donde tú nunca hubieras imaginado. Arturo, como muchos otros autores, planifica sus novelas, crea unas tramas, urde unas intrigas y va construyendo el artefacto novelesco usando reglas y estructuras conocidas en la profesión, pero en muchas ocasiones lo que uno ha tejido con mimo y firmeza se puede destejer o, más interesante aún, anudar de manera imprevista, los personajes cobran una fuerza o camino no previsto, y entonces el autor, en conversación con ellos, a veces discusión, debe decidir qué hacer, hacia dónde tirar. Confiesa Reverte que en esta última novela, que mezcla la trema histórica con la vivencia actual del escritor que la compone, esta última línea narrativa se le ocurrió muy avanzada ya la escritura de la principal, porque echaba algo en falta, necesitaba otra voz acompañante, y surgió el personaje del escritor, que es y no es él. Muchos son los autores que confiesan que, llegado un momento, asisten a la creación de su obra más como copartícipes que como dioses, se sientan ante el teclado y piensan eso de “a ver qué me hacéis hoy, personajes míos, que sorpresas me traéis” y eso es un gesto de modestia para un creador que, en principio, pudiera parecer el autor perfecto de una obra, y que muchas veces, la mayoría, no es sino el organizador, el que ha permitido que la historia surja, pero que también se ha visto transformado, y en ocasiones trastornado, por ella.

En la fila para firmar libros hablé largo y tendido con una chica joven de Cartagena, estudiante de filología española, y en el metro camino a casa un señor mayor, que trabajó con Reverte en la radio en los setenta y ochenta, que estaba dos filas delante de mí, me reconoció como asistente. En ambos casos pude tener agradables, densas y deliciosas conversaciones en las que el punto de unión de los tres, distintos y desconocidos hasta ese momento, era la creación de Arturo, su obra, su ejemplo y criterio moral de vida, y el amor que sentimos hacia las letras, las historias, las novelas y los mundos que en ellos se encierran, y que el autor siempre nos acaba regalando.

1 comentario:

peich dijo...

Gracias por compartir tan buenas sensaciones¡¡